viernes, 4 de octubre de 2019

CAPITULO 84 (PRIMERA HISTORIA)





Cuando ella alzó los párpados, horas más tarde, aún era de noche. Escuchó la ducha. La puerta del baño estaba entreabierta.


Los recuerdos le aguijonearon el vientre. Se cubrió el rostro con las manos.


Silenció una risita. Se levantó y caminó hacia la ventana, donde apoyó las manos en el frío cristal.


—Madre mía...


Las vistas eran espectaculares. Se quedó hipnotizada por el Boston Common. Gracias a las luces de los rascacielos, a lo lejos, que resplandecían creando halos mágicos que aumentaban y disminuían de tamaño, solo se apreciaba la oscura silueta de los frondosos árboles que lo bordeaban en un gran rectángulo irregular. Podría dormir allí cada día si eso era lo segundo que veía al despertar, porque lo primero...


Unos brazos rodearon su cintura. Un suave vello le hizo cosquillas en la espalda y en los hombros. Paula cerró los ojos y se recostó en ese cuerpo cálido y acogedor que se amoldó al suyo. Suspiró, feliz. Pedro agachó la cabeza y le besó la clavícula. Ella contuvo el aliento. Las gotas de agua se deslizaron por sus senos. Paula alzó una mano y la enroscó en su nuca, a la vez que giraba la cara a ciegas.


Se besaron. Él le dio la vuelta y la levantó del suelo, sosteniéndola del trasero. La toalla que llevaba en torno a las caderas cayó a sus pies. 


Se apoderó de sus labios. Paula lo abrazó con el cuerpo. La llevó a la cama y la tumbó con sumo cuidado, sin despegar la boca de la suya. El beso se intensificó, arrancándoles jadeos discontinuos.


Y se amaron por segunda vez...


Paula se derritió entre sus brazos. Se tomaron su tiempo, apreciaron cada embestida extenuada, profunda... Saborearon la innegable pasión que los poseía. Le clavó las uñas cuando el cielo cedió...


Ha sido tan atento, tan tierno, tan delicado... ¿Habrá más?


Estaba deseando descubrir qué más escondía su doctor Alfonso, y aprender... sobre todo, aprender.


—No quiero que comas con Ernesto —refunfuñó Pedro como un niño pequeño, con la cara entre sus pechos—, pero no tardes.


Paula le revolvió los cabellos mojados, entre carcajadas.


—¿Estás celoso, doctor Alfonso?


—Claro que no... —le apretó la cadera—. Eres mía.


—Has contestado muy rápido —sonrió, sonrojada.


Él alzó la cabeza y fingió enfadarse, frunció el ceño, pero ella estalló en carcajadas y lo contagió.


—Ven aquí, Paula—se sentó sobre el colchón y la arrastró consigo, quedando Paula a horcajadas—. Bésame antes de que me arrepienta de dejarte comer con Sullivan.


—¿Perdona? —le golpeó el hombro.


—Lo siento, nena —se inclinó—. Me muero de celos... —le rozó los labios con la lengua.


¿Nena? ¡Ay, Dios! ¡No quiero despertarme nunca!


Paula lo besó, era irresistible, pero enseguida se zafó de sus brazos, con un esfuerzo sobrehumano, y corrió a la ducha. Tenía que pasar por su casa para cambiarse de ropa; era viernes e impartía clases en Hafam.




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