jueves, 12 de diciembre de 2019

CAPITULO 141 (SEGUNDA HISTORIA)





Paula estaba tan ensimismada en sus pensamientos que no se percató de que entraban en casa hasta que Zaira soltó un grito y corrió a su encuentro.


—¡Estás aquí! —chilló, brincando.


Pedro se llevó al niño a la habitación.


—Anda, ve con tu marido —le aconsejó Zaira, empujándola hacia el pasillo —. Ya me lo contarás con pelos y señales.


Ella sonrió y obedeció.


Al poner un pie en el dormitorio, un fresco aroma a limón se filtró por sus fosas nasales y un gemido de alivio brotó de lo más profundo de su ser. Cerró tras de sí y se apoyó en la madera. Le flaquearon las rodillas al fijarse en que la estancia había sufrido un cambio completo, no de distribución, pero sí de mobiliario. La cama, las mesitas de noche, el sofá, el baúl, los cojines, las alfombras... Todo era nuevo, menos la cuna.


—Pero... —titubeó Paula, posando una mano en su acelerado corazón—. ¿Qué ha pasado aquí?


Pedro sentó a su hijo en la cuna, que se sujetó a los barrotes y se levantó con esfuerzo, para sorpresa de Pedro. Ella soltó una carcajada por su estupor, avanzó y se agachó para dejar el rostro a la misma altura que el de Gaston. El
bebé fue a acariciarle la cara, pero se cayó sobre el trasero al perder la sujeción. No se quejó, ni sollozó, sino que se echó a reír. Pedro se inclinó para levantarlo, pero Pauls lo frenó con la mano. Entonces, el niño se incorporó sin ayuda, volviendo a asombrar a su papá.


—¿Tanto me he perdido en un mes? —pronunció él con la voz crispada, retrocediendo hasta chocarse con la cama.


Ella se acomodó a su lado. El color de los muebles seguía siendo blanco envejecido, pero las sábanas, el edredón, la colcha, las mantas y las fundas eran de seda mate azul marino. Rozó la suavidad de la tela y se maravilló. La alfombra que separaba la cama de la cuna era del mismo tono, igual que el sofá, al otro lado de la cuna, que también tenía dos chaise longues en los extremos, como el anterior.


—Me gustaba mucho antes, ¿por qué lo has cambiado? —quiso saber Paula en tono bajo.


—Tiré todo nada más iros —le confesó Pedro, con la cabeza agachada—. Al día siguiente, me recorrí todas las tiendas de decoración de Boston para remodelar la habitación. Necesitaba desprenderme de lo que me recordaba a Melisa. Esas seis semanas fueron horribles... No me acordaba de nada, excepto de ella en... —se frotó la cara, incapaz de seguir hablando.


Ella tragó el grueso nudo que se le acababa de formar en la garganta. Ya no creía a Melisa. 


Amaba demasiado a su marido como para no darle un voto de confianza.


Pedro... —suspiró, con los ojos cerrados. Le costaba demasiado formular la siguiente pregunta, pero se armó de valor—. ¿Qué sucedió cuando te despertaste?





CAPITULO 140 (SEGUNDA HISTORIA)





Entonces, Pedro entrecerró los ojos. Su mirada soltó un destello especial.


Ella, sin darse cuenta, sonrió; el alivio la refrescó como lo haría si se sumergiera en una cascada el día más caluroso del año.


—¿Qué pasa, rubia? —le sonrió él con su característica picardía—. ¿Quieres decirme algo? —se inclinó.


—Tienes una teoría —murmuró Paula, ocultando la risa e inclinándose en el respaldo.


—Tengo una teoría —adoptó una actitud seria—. No te va a gustar.


—Adelante —suspiró, agitada por su proximidad.


Él se acomodó a su derecha, rozándole la pierna con la suya. No pareció un acto premeditado, pero Paula se incendió igual que una polilla pegada a la luz.


Carraspeó, muy sonrojada, y se movió para conseguir algo de espacio entre ellos, pero estaba pegada al brazo del sofá...


—Solucionaré tu problema —le indicó Pedro, cogiéndola en vilo para sentarla en su regazo.


—¡Pedro!


—Aquí estás mejor —disimuló una sonrisa, sin éxito, envolviéndole la cintura para que no escapara—. ¿Quieres saber cuál es mi teoría? —se humedeció los labios.


Ella silenció un gemido, mordiéndose el labio inferior. Pero el muy tunante se fijó en el gesto y tiró de su labio para liberarlo de los dientes, lo que le arrancó a Paula un jadeo espontáneo. Él comenzó a acariciarle la espalda por encima del fino vestido de punto, inclinándose para rozarle la oreja con los labios.


Pedro... —gimió al fin, inevitablemente, bajando los párpados y echando hacia atrás la cabeza. Se sujetó a su nuca—. Tenemos... que hablar... de... tu teoría...


Su marido le lamió la parte que no estaba tapada por el pañuelo.


—Ay, Dios...


—Joder, rubia... —aspiró su aroma—. Me encanta tu mandarina... Cuánto la he echado de menos...


La besó en la mandíbula mientras introducía una mano por dentro del vestido. La regó de martirizantes y húmedos besos por el cuello, hacia la otra oreja, por el discreto escote. Fue a bajarle las medias, pero Paula recuperó la
cordura en un instante porque la cara de Melisa robó sus pensamientos, se apartó con brusquedad y se alejó hacia la puerta.


—Por favor, rubia... —Pedro se levantó. Se pasó las manos por la cabeza, sin ocultar el repentino desasosiego que se adueñó de él—. Vuelve a casa... Gaston, tú y yo... Por favor...


Pedro... —las lágrimas bañaron sus mejillas.


—Solucionemos esto juntos... Por favor...


Paula cayó al suelo, en llanto.


—No llores... —le susurró él, que acudió enseguida y la estrechó entre sus fuertes brazos—. Te prometo que jamás haría nada que pudiera haceros daño a ti o a Gaston. Créeme, por favor...


Ella lo miró.


—Además —añadió Pedro—, ¿Melisa no se provocaba heridas para culparte?


—Pero la ecografía, los análisis... Es demasiado...


—Retorcido. Eso también lo pensé yo cuando me lo sugirió Mauro —se encogió de hombros—. A lo mejor, no miente en que está embarazada, pero el bebé es de Howard y ha querido encasquetármelo a mí para vengarse de ti
como lo hacía en el pasado. —Tengo que hablar con Ariel—se incorporaron del suelo y se sentaron en el sofá.


Y así los encontró Bruno, abrazados y charlando. Catalina, Samuel, Mauro y Gaston entraron después de Bruno. Todos sonrieron al verlos tan acaramelados. Su madre lloró de felicidad, lanzándose a la pareja entre risas y lágrimas.


—Me tomo el día libre —anunció Pedro, poniéndose en pie, con una mano entrelazada con la de su mujer. La ayudó a incorporarse y le besó los nudillos —. Acompáñame al despacho y nos vamos.


Ella asintió. Cuando llegaron a la puerta, Paula se agachó y recogió el sobre con los papeles del divorcio, sonrió, lo rompió y lo tiró a la papelera, recibiendo aplausos de los presentes. 


Se colgó del brazo de su marido, que en ese momento tenía a su hijo en brazos, recostó la cabeza en su hombro y se dirigieron a su despacho.


—¿Y Bonnie? —quiso saber ella al no ver a la secretaria.


—Ya está de baja. Su bebé no tardará en nacer —ambos sonrieron, contentos por esa noticia.


Pedro guardó la bata, se ajustó la americana del traje y el abrigo, cerró con llave y se marcharon.


—Quisiera hablar con Ariel a solas, Pedro —le dijo Paula, al salir del hospital.


No había llevado el carrito porque se había traído el BMW. Él le quitó las llaves y la ayudó a subir al asiento del copiloto cuando montó a Gaston en su asiento especial.


—Conduzco yo, que echaba de menos tu calcetín —le dijo Pedroguiñándole un ojo—. Vamos a casa, juntos —recalcó mientras arrancaba—. Hablaremos de todo —se incorporó a la calzada— y decidiremos qué hacer. Esta noche, duermes conmigo. Mándale un mensaje a Howard diciéndole que te quedas con tu madre, para no levantar sospechas. De momento, no quiero que sepa nada hasta no estar seguros de si está o no involucrado.


—¿Involucrado? ¿Crees que...? —se tapó la boca.


—Tengo una teoría, ya lo sabes.




CAPITULO 139 (SEGUNDA HISTORIA)





Pedro inhaló una gran bocanada de aire, se frotó la cara y se pasó las manos por la cabeza a continuación, un gesto que siempre hacía cuando estaba nervioso o se sentía frustrado por algo.


—Mauro me llevó a la cama. Dijo que le costó mucho porque yo apenas estaba consciente. Eres enfermera, sabes perfectamente que un hombre tan ebrio es incapaz de... —carraspeó, incómodo— rendir en el sexo.


Aquello era cierto, pensó Paula. El consumo de alcohol provocaba trastornos en los mecanismos de la erección, produciendo disfunción erectil transitoria en muchos casos. Por un lado, el alcohol estimulaba el apetito y tenía un efecto tranquilizador, sedante y desinhibido, eso si el consumo era moderado. No obstante, por otro lado, si los límites se sobrepasaban, podían dificultarse las relaciones sexuales, interfiriendo en la capacidad de mantener una erección adecuada.


—Si dices que tu hermano tuvo que llevarte a la cama —comentó ella, entornando los ojos— significa que bebiste más, o que te sentó peor, que esa noche en Los Hamptons, ¿te acuerdas? Llegaste por la mañana a la habitación por tu propio pie, pero caíste a la cama y, al segundo, empezaste a roncar.


—Llevaba más de media botella de whisky cuando Melisa apareció —se ruborizó, avergonzado—. No me siento orgulloso. Es la segunda vez que bebo tanto y por la misma razón...


—¿Y cuál es esa razón? —arqueó las cejas, tímida, de pronto, al sospechar la respuesta.


—La primera vez fue porque me comporté como un bruto contigo —se pasó las manos por la cabeza de nuevo, caminando por el espacio sin rumbo—. Y la segunda... —suspiró—. Ya te conté lo de tu gran amigo —se enfadó. La miró sin disimular el desagrado—. Por cierto, bonita manera de echarme del hotel. La próxima vez, te aseguro que le devolveré el puñetazo que recibí de uno de sus guardias. Avísalo de mi parte, porque no pienso controlarme cuando se me presente la oportunidad.


Paula parpadeó, confusa.


—¿Cómo dices?


—¿No lo sabes? —la observó, más extrañado aún.


—¿Saber qué?


—Debí habérmelo imaginado... —rechinó los dientes—. Dos días después de que os marcharais Gaston y tú de casa —se acercó y se detuvo a escasos centímetros de ella—, tu madre me contó que te estabas quedando en el hotel de Howard. Me enfadé tanto que me presenté allí, exigiendo verte. Le pedí a tu amigo —escupió, aleteando las fosas nasales— que me confirmara si de verdad estabas allí y, en el caso de que fuera cierto, que me dijera en qué habitación os quedabais el niño y tú.


—No sabía nada... —se cubrió la boca con las manos.


¿Cómo había podido Ariel ocultarle algo así tras defender a Pedro como lo defendía?


—Pues, ¿sabes qué me contestó tu amiguito? —inquirió su marido, colorado por la rabia contenida, apretando los puños—. Me dijo que él y tú estabais viviendo juntos desde que tú y yo nos separamos y que no permitiría mi entrada en su hotel ni en ninguna de sus propiedades. Además —se irguió, soberbio y orgulloso—, no se me olvidan sus amenazas la noche antes de que te dieran el alta en el hospital.


—¿Qué...? —tragó, inhalando aire con dificultad—. ¿Qué amenazas?


—Me dijo que, si en algún momento tú acudías a él, no dudaría en apartarte de mí, que te alejaría de mi lado todo lo que pudiera y yo no volvería a verte.


Desorbitó los ojos, horrorizada. ¿Ariel había dicho todo aquello?


¿Después de que la juzgara como lo hizo, alentado por las mentiras de su hermana, Ariel había sido capaz de amenazar a Pedro con alejarla de él? ¿Amenazas?, ¿de Ariel?, ¿su amigo?, ¿el mismo que la había acogido en su
hotel hacía veintiocho días, que la había abrazado, consolado, y que le había intentado abrir los ojos para que perdonara a su marido porque le resultaba imposible creer que la hubiera engañado con Melisa? ¡¿Ariel Howard?!


¡¿Qué clase de broma era aquella?!


—Y, por cierto —añadió Pedro, levantando una mano—, cinco de sus guardias de seguridad me echaron a la calle como si fuera basura —se tocó el mentón—. Me duró varios días la hinchazón de la barbilla por el puñetazo que me dio uno de ellos —sonrió con satisfacción—, aunque ellos también recibieron. Repito —la apuntó con el dedo índice—, la próxima vez, será tu amiguito quien pague por tratarme como lo hizo. Y más te vale no defenderlo, porque llevo razón.


—Dios mío... —emitió Paula, sin apenas voz, dirigiéndose hacia el sofá, donde se sentó lentamente—. Pero... Pero... —balbuceó—. No entiendo nada...


—¿Por qué dices que no entiendes nada? —se preocupó él, arrodillándose a sus pies.


—Ariel te ha defendido desde el primer momento, Pedro. Cuando se lo conté, él me preguntó si la ecografía era verdadera y no una estratagema de mi hermana. No ha dejado un solo día de decirme que hable contigo, que lo solucionemos, que comprobemos si Melisa está embarazada. Mi hermana es cirujana plástica, sería muy sencillo para ella hacerse con pruebas de sus pacientes y falsificarlas con su nombre.


—Eso me acaba de decir Mauro. Pero, espera... ¿Por qué Howard me defiende ante ti y, luego, a mí me amenaza y me echa del hotel, sin decirte que he estado allí? ¡Ese tío es bipolar, joder!