martes, 21 de enero de 2020

CAPITULO 93 (TERCERA HISTORIA)




Cuando llegó a casa, se metió en su habitación sin decir nada a su familia.


Arrojó la chaqueta sin miramientos a la silla. Se quitó la corbata a manotazos.



Se desabotonó la camisa en el cuello y se la sacó por la cabeza. Los zapatos volaron. Los calcetines aterrizaron en un rincón, junto con el pantalón. Y se tumbó en la cama.


Cogió el iPhone y escribió un mensaje a la culpable de su crispación:
DP: Espero que disfrutes de otra de tus cenas con tu prometido. Por cierto, me ha encantado tu visita. Solo, contéstame a algo... ¿Para qué has venido si te has ido al minuto? La próxima vez no te molestes, con que me escribas otro de tus mensajes vacíos es suficiente.


Tiró de los mechones hacia arriba. Gruñó.


Su teléfono vibró en el colchón:
P: Fui al hospital porque quería darte una sorpresa y quedar contigo esta noche. Tenía planeado invitarte a cenar a casa, pero supongo que me precipité. Discúlpame, doctor Pedro, no volveré a molestarte más, ni siquiera con mis mensajes vacíos. Por cierto, gracias por decírmelo, a partir de ahora, directamente dejaré de escribirte.


DP: ¡Vaya! Doña Cortesía aparece, pero no lo hace sola... El sarcasmo no te pega, Paula. Y no me llames «doctor Pedro».


P: Según tengo entendido, eres el doctor Pedro, el jefe de la planta de Neurocirugía del Hospital General de Massachusetts. ¿Cómo quieres
que te llame? Ahora estoy perdida... Te escribo mensajes vacíos, mis visitas te incomodan y resulta que tampoco te llamo como debería... ¡Perdona todas mis faltas, por favor! ¿Algo más que añadir o ya has terminado?


Se quedó estupefacto.


DP: Solo acabo de empezar...


P: Perfecto. Tú escribe, mientras, me daré un baño, doctor Pedro.


Pedro desorbitó los ojos. Por desgracia, su erección sufrió una sacudida lacerante...


DP: ¡Encima te enfadas, joder! Y tú no tienes bañera, solo una ducha, y muy pequeña. Yo sí tengo bañera y me daré un baño en tu honor, PAULA.


P: Perdona, pero ¿nunca te han dicho que los tacos no son buenos? Y, en cuanto a la ducha, creo que no te quejaste el domingo. Parece que también tienes quejas sobre mi casa. ¿Hay algo que te guste de mí? (es una pregunta retórica). ¡Que te aproveche el baño, DOCTOR PEDRO! Y, por cierto, se me olvidaba que yo contigo nunca tengo derecho a enfadarme, gracias por recordármelo.


DP: Mi madre me regaña muchas veces. ¿Ahora actúas como mi madre? Perfecto. Añádelo a la lista de tus defectos, Paula. En cuanto a
enfadarte, ¡claro que no tienes derecho! Y, ¡por supuesto que mi baño será jodidamente bueno! Pero porque me lo daré solo, sin ninguna niña (porque eso es lo que eres, una niña) molestándome con su puñetera educación. Te voy a imitar: «Perdona, Paula, ¿te importaría dejar de hablar de esa manera, por favor? Gracias y disculpa las molestias». ¡SOLO TE FALTA HABLARME DE USTED, JOOODDDEEERRR!


Se levantó de un salto, se metió en el servicio y preparó la maldita bañera.


Echó el bote entero del gel. Luego se haría una foto y se la mandaría para darle envidia.


El iPhone vibró de nuevo:
P: Pues es obvio que desconozco con quién estoy hablando, así que tiene USTED razón. En lo venidero, es decir, en mis revisiones en el hospital, si me cruzo con USTED, lo trataré con el respeto que merece por ser médico y jefe de planta, doctor Pedro. Y digo si me cruzo porque, ¡por supuesto!, mi médico es el doctor Walter, no USTED. No obstante, me gustaría saber qué he hecho ahora para que, por segunda vez en mi vida, USTED me diga que no tengo derecho a enfadarme y también por qué no puedo enfadarme. Por enésima vez, no es USTED concreto. Y una última pregunta: ¿por qué soy una niña? Gracias y disculpe las molestias, doctor Pedro. Fdo.: Paula Chaves


Pedro estuvo a punto de estrellar el móvil contra el suelo. Le vibró tanto el cuerpo que casi explotó, aunque sí rugió, histérico. Se quitó los bóxer y fue a introducirse en el agua, pero nada más tocarla retrocedió, trastabilló y aterrizó sobre su trasero.


¡Está ardiendo, joder! ¡Todo es por su culpa! ¡JODER!


Escribió otro mensaje:
DP: Señorita Chaves:
Discutimos el sábado porque me sentí un GILIPOLLAS al no haber dado tú el paso de verme la semana pasada, ¿lo recuerdas? Me diste tus razones, yo te entendí. Decidí olvidarlo, pero resulta que después del fin de semana que pasamos (que yo creía que había sido especial para los dos, está claro que me equivoqué), vuelves a actuar de la misma manera: me has mandado mensajes vacíos. Y, sinceramente, no te necesito para saber la temperatura del sol o si va a llover o no. La JODIDA meteorología la puedo comprobar en internet o saliendo a la calle. Y no tienes derecho a enfadarte. Me dices una cosa, pero actúas de otra manera. Me dices que te sientes especial entre mis brazos, ¡pero no te he visto en cinco JODIDOS días! Y, de repente, te presentas en el hospital, ¿y esperas que caiga rendido a tus pies? ¡No,
JODER! ¡No tienes derecho a enfadarte! ¿Te has parado a pensar en cómo puedo sentirme yo con todo esto? Yo tengo que entender que no
quieres defraudar a nadie, pero ¿qué pasa conmigo? Eres una cría, porque los adultos no actúan como tú, no actúan como una niña caprichosa, que ahora te beso y en cuanto sales por la puerta te escribo mensajes sobre la meteorología y espero, ¡para variar!, a que tú vengas a mi casa. Fdo.: Pedro Alfonso.


La contestación de Paula tardó en llegar... pero llegó...


P: Me dijiste que preferías poco a nada... Me dijiste que aceptarías estar conmigo cuando yo pudiera... No puedo verte todo lo que yo quiero, porque, si por mí fuera, estaría pegada a ti como una lapa... Solo me he pegado a una persona como una lapa en mi vida, a mi hermana. Si te digo esto es porque eres especial para mí, demasiado... como especiales son los minutos que estoy contigo, incluso los mensajes vacíos que te mando. No puedo hacer más que lo que hago. Y ya te dije que llegaría un día en el que te quejarías de esto y me odiarías... No me equivoqué.
Lo que no te consiento es que creas que no pienso en ti, en cómo te puedes sentir con esta situación tan complicada, porque lo único que me ayuda a despertarme cada día eres tú. El sentimiento de culpabilidad me atormenta cada segundo del día, pero no hacia Ramiro (aunque esto me haga peor persona de lo que sé que soy), sino hacia ti, porque esto no es bueno para ti, porque te estoy haciendo daño, porque no te mereces esta situación... Ha sido un error, Pedro. Ojalá me perdones algún día...


Él se mordió la lengua. El enfado cedió paso a una tremenda desilusión...


DP: Has vuelto a llamar a lo nuestro «error»... Sí, te dije que prefería poco a nada y que aceptaría lo que tú pudieras darme, pero ni siquiera haces el intento... Repito: mensajes vacíos, no nos vemos...
También te dije que no te reprimieras a la hora de hablar o actuar conmigo, pero recibo mensajes vacíos... Solo te diré una última cosa,
Paula: esta situación es complicada porque tú quieres que lo sea.
Dices que estás perdida menos cuando estás conmigo, pero yo lo que creo es que sabes perfectamente dónde estás porque es donde quieres estar. Te deseo toda la felicidad del mundo al lado de un hombre que no te merece y que te hará infeliz el resto de tu vida. Esto tiene un nombre, Paula, se llama cobardía.


Le picaban los ojos y la garganta. Comenzó a agobiarse. Se revolvió los cabellos, desesperado por no calmarse.


El iPhone vibró con otro mensaje de ella:
P: Adiós, Pedro.


Dos palabras... y su corazón se apagó.


—Adiós, Pau... —pronunció con la voz rota.


Recordó a su amigo Dani, cuando le había preguntado la semana anterior si estaba dispuesto a arriesgarse, porque, si presionaba a Paula, ella podía salir corriendo en dirección contraria...




CAPITULO 92 (TERCERA HISTORIA)




Tiró el gorro y los guantes a un pequeño contenedor. El paciente había sufrido una parada cardíaca en plena intervención. Se revolvió el pelo, frustrado e impotente. Respiró hondo repetidas veces para serenarse. Tenía que hablar con la familia y darles el pésame.


Fue horrible, como siempre, aunque lo peor era el sentimiento de culpabilidad y de decepción. 


Era inevitable.


Subió a su planta por el ascensor de personal. 


Atravesó el pasillo, ignorando a cuantos lo saludaban. Estaba tan ensimismado que al doblar la esquina se chocó con alguien.


—¡Ay! —exclamó una voz femenina, tan delicada como el pétalo de una flor. Pedro sujetó a la mujer por la cintura en un acto instintivo antes de que aterrizara en el suelo. No era una mujer, no, era una muñeca...


—Doctor Pedro.


—Paula... —suspiró, experimentando un alivio inaudito.


Su interior explotó. Después del fracaso de la operación, ver a Paula en el hospital lo revitalizó. Exhaló ese último suspiro tan característico cuando se topaba con ella, cuando inhalaba su fresco aroma floral, cuando lo atrapaba esa maravillosa conexión al hundirse en sus inverosímiles luceros verdes...


Y recordó que era viernes, que hacía cinco días que no la veía. Tras las memorables veinticuatro horas vividas juntos el fin de semana, Paula no había podido escaquearse de su vida, ni siquiera había acudido al General el lunes para almorzar con Pedro, Manuel y Rocio. Karen la había retenido por motivos de la boda. Y apenas se habían escrito... Pedro estaba empezando a hartarse de charlar sobre la meteorología.


—¿Qué haces aquí? —le preguntó él, sin soltarla.


Era incapaz de despegar las manos de su cuerpo, enfundado en un vestido camisero de color amarillo, sin mangas, cuello redondo y con un cinturón marrón en las caderas. Las Converse amarillas estaban desabrochadas.


Preciosa... Sintió la imperiosa necesidad de agacharse y abrocharle las zapatillas. Pero no lo hizo, sino que retrocedió un par de pasos y se cruzó de brazos. Así mitigaba las ganas de estrecharla contra su pecho.


Mentiroso. Lo estás deseando... Llévatela al 
despacho. Bésala... por todo el cuerpo...


Sin embargo, los celos, ¡cómo no!, y la decepción ganaron la batalla. El enfado se acrecentó.


—¿Qué haces aquí, Paula? —repitió en un tono seco.


—He comido con mi padre y... —hundió los hombros—. Pensé que... — carraspeó. Se irguió y comenzó a estirarse el vestido—. Quería verte, pero parece que es mal momento. Ya nos veremos —lo rodeó para continuar su camino.


Pedro se mordió la lengua. Apretó los puños hasta clavarse las uñas. Y enfiló hacia su despacho. Recordó más cosas, por eso no impidió su marcha, por eso no la arrastró consigo y se encerró con ella. En ese instante, estaba más que furioso... ¿por qué?


¡Porque no es mía, joder!


La visita de Paula y el paciente fallecido convirtieron su jornada en un día tedioso e interminable.







CAPITULO 91 (TERCERA HISTORIA)




Entraron en la ducha. El agua enseguida los empapó. Pedro acarició su cintura y se perdió hacia abajo, arrastrando las manos por sus costados, hasta levantarle una pierna para que le abrazara la cadera. Ella se sujetó a sus hombros y se le cortó el aliento al notar su palpitante erección en su inocencia.


La sensación fue...


—Dios... —se mareó unos segundos.


—Y todavía... no hemos empezado... —le susurró Pedro, sobre su boca, sabedor del efecto que causaba en Paula, pero igual de afectado que ella, le costaba hablar con tranquilidad—. ¿Te late el corazón tan rápido como a mí? —le lamió los labios con la punta de la lengua—. Dímelo, por favor...


—Mu... Muy... rápido... —se movió, por instinto, hacia arriba, un gesto que les robó un largo gemido a ambos—. Pedro...


—Pau... —su frente aterrizó en la de Paula—. Nunca había sentido nada igual que lo siento cuando estoy contigo... —la miró—. Y sé que a ti te pasa lo mismo...


Paula cerró los ojos con fuerza. Se le formó un nudo en la garganta.


—Mírame, por favor... —le rogó él.


Tragó saliva y lo miró.


—Por favor... —recalcó Pedro, apretando la mandíbula—. Mírame siempre a los ojos para que no se te olvide...


Pedro... —sollozó, comprendiendo a la perfección lo que acababa de decirle.


—Para que no se te olvide quién eres... Y para que no se te olvide que esto no es malo... —comenzó a mecer las caderas lentamente—. Algo que se siente tan bien no puede ser malo... ni tú lo eres... ni nosotros... ni hacerte el amor de todas las formas posibles que tengo toda la intención de hacerte... y son muchas... ¿Preparada?


No le permitió responder, sino que la apoyó contra los azulejos y la besó, sin contención, sin reprimirse más. El agua se deslizaba entre sus bocas con sensualidad, incrementando las llamas que estaban consumiéndolos. Se
frotaron lentamente al principio. Pedro subía y bajaba sus caderas, mostrándole todo un mundo por descubrir. Solo se rozaban, pero la intensidad era abrumadora. Maravilloso...


—¿Te gusta, Pau? —detuvo el beso y la observó con ojos turbios—. ¿Tienes miedo?


—Me gusta mucho... —le clavó las uñas—. Contigo no tengo miedo... Contigo siento todo... Contigo lo quiero todo...


—Joder... Bésame —gruñó.


Paula lo sujetó por la nuca y lo atrajo hacia ella. 


Se besaron con entusiasmo. Ruidosos, muy ruidosos... El baile de sus caderas varió. La carnal melodía se tornó peligrosa... Pedro aumentó el ritmo, estrujándole el trasero con fuerza. La embestía con la lengua a la par, de manera rápida, ansiosa...


El éxtasis fue demoledor... Se tragaron sus gritos de placer. Se arquearon el uno contra el otro. Se aplastaron y se devoraron hasta que sus corazones recuperaron la normalidad, solo entonces él paró el beso y la miró con unos ojos que acariciaron el alma de Paula.


¿Cómo puedo casarme con otro que no eres tú?