martes, 21 de enero de 2020
CAPITULO 92 (TERCERA HISTORIA)
Tiró el gorro y los guantes a un pequeño contenedor. El paciente había sufrido una parada cardíaca en plena intervención. Se revolvió el pelo, frustrado e impotente. Respiró hondo repetidas veces para serenarse. Tenía que hablar con la familia y darles el pésame.
Fue horrible, como siempre, aunque lo peor era el sentimiento de culpabilidad y de decepción.
Era inevitable.
Subió a su planta por el ascensor de personal.
Atravesó el pasillo, ignorando a cuantos lo saludaban. Estaba tan ensimismado que al doblar la esquina se chocó con alguien.
—¡Ay! —exclamó una voz femenina, tan delicada como el pétalo de una flor. Pedro sujetó a la mujer por la cintura en un acto instintivo antes de que aterrizara en el suelo. No era una mujer, no, era una muñeca...
—Doctor Pedro.
—Paula... —suspiró, experimentando un alivio inaudito.
Su interior explotó. Después del fracaso de la operación, ver a Paula en el hospital lo revitalizó. Exhaló ese último suspiro tan característico cuando se topaba con ella, cuando inhalaba su fresco aroma floral, cuando lo atrapaba esa maravillosa conexión al hundirse en sus inverosímiles luceros verdes...
Y recordó que era viernes, que hacía cinco días que no la veía. Tras las memorables veinticuatro horas vividas juntos el fin de semana, Paula no había podido escaquearse de su vida, ni siquiera había acudido al General el lunes para almorzar con Pedro, Manuel y Rocio. Karen la había retenido por motivos de la boda. Y apenas se habían escrito... Pedro estaba empezando a hartarse de charlar sobre la meteorología.
—¿Qué haces aquí? —le preguntó él, sin soltarla.
Era incapaz de despegar las manos de su cuerpo, enfundado en un vestido camisero de color amarillo, sin mangas, cuello redondo y con un cinturón marrón en las caderas. Las Converse amarillas estaban desabrochadas.
Preciosa... Sintió la imperiosa necesidad de agacharse y abrocharle las zapatillas. Pero no lo hizo, sino que retrocedió un par de pasos y se cruzó de brazos. Así mitigaba las ganas de estrecharla contra su pecho.
Mentiroso. Lo estás deseando... Llévatela al
despacho. Bésala... por todo el cuerpo...
Sin embargo, los celos, ¡cómo no!, y la decepción ganaron la batalla. El enfado se acrecentó.
—¿Qué haces aquí, Paula? —repitió en un tono seco.
—He comido con mi padre y... —hundió los hombros—. Pensé que... — carraspeó. Se irguió y comenzó a estirarse el vestido—. Quería verte, pero parece que es mal momento. Ya nos veremos —lo rodeó para continuar su camino.
Pedro se mordió la lengua. Apretó los puños hasta clavarse las uñas. Y enfiló hacia su despacho. Recordó más cosas, por eso no impidió su marcha, por eso no la arrastró consigo y se encerró con ella. En ese instante, estaba más que furioso... ¿por qué?
¡Porque no es mía, joder!
La visita de Paula y el paciente fallecido convirtieron su jornada en un día tedioso e interminable.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario