jueves, 16 de enero de 2020

CAPITULO 78 (TERCERA HISTORIA)




¡Una semana!


Una condenada semana había transcurrido desde que Pedro vio a Paula.


Y, ¿por qué? Por muchas razones, pero la más importante era que Anderson había decidido invitarla a cenar a diario, además de que, después, se quedaba un rato en el loft.


La tranquilidad que caracterizaba a Pedro ya no tenía hueco libre en su cuerpo. Estaba consumido por los celos, por la impotencia y por el mal humor.


Protestaba en lugar de hablar y jadeaba furioso en vez de respirar. No podía continuar así. El personal del hospital desertaba en cuanto lo veían. Ni siquiera hablarlo con su amigo Dani le había ayudado a desahogarse. No le había contado nada de esa semana, pero sí lo acontecido hasta la noche de Hoyo.


Se escribían mensajes, pero eran vacíos. Desde que le había declarado su deseo y casi sus sentimientos, casi, habían hablado de cosas como la meteorología, sus clases de yoga o su trabajo en el General.


Y odiaba el punto neutro al que habían llegado. 


¡Lo detestaba!


Para ser sinceros, Pedro no había intentado verla, pero porque necesitaba que fuese Paula quien tomase la iniciativa. Y no lo había hecho, ella tan solo le había transmitido su día a día en mensajes, incluyendo las estancias de su novio en el loft por las noches antes de dormir.


Era sábado. Acababa de cenar con su familia en la mansión de sus padres.


Estaban en el jardín, aunque él no escuchaba, su mente y todo su ser se hallaban bien lejos de allí.


Daniel lo había telefoneado para salir de fiesta, pero Pedro se había negado con la esperanza de ver a Paula, aunque no sabía nada de ella desde el día anterior.


—La semana que viene es la fiesta —les recordó Catalina—. Los Chaves han confirmado su asistencia.


Primer golpe directo al corazón...


—¿Quiénes vienen? —quiso saber Pedro, inclinándose sobre la silla.


—Los padres de Paula, la propia Paula y... —carraspeó, incómoda—. Y Ramiro Anderson.


Él se incorporó de un salto.


—Me voy —les dijo—. He quedado con Dani —besó a sus padres—. Buenas noches —y se fue.


La rabia lo carcomía. Llamó a Daniel para rectificar su decisión. ¡Por supuesto que saldría de fiesta! ¿Paula acudiría a la fiesta de jubilación de Samuel Alfonso y no era capaz de contárselo?


Se acabó. No puedo seguir así. Necesito despejarme.


Condujo el Mercedes hasta el bar donde lo esperaban Dani, Lucas y Mau.


Los divisó sentados en unos sillones bajos en torno a una de las mesas que rodeaban el escenario, donde un DJ pinchaba canciones de otras épocas.


Era un local pequeño, de techos bajos, grandes cristaleras y decoración clásica. Siempre había gente joven, aunque se podía andar sin atosigarse, y cerraban a las tres de la madrugada. Lo descubrieron al terminar Medicina. Se enamoraron del bar, se convirtió en su refugio. Allí solían beberse la primera copa de la noche o alguna cerveza por la tarde cuando querían charlar.


—¿Y esa cara? —indagó Mau, entornando los ojos—. Yo creía que estarías la mar de feliz. Menudo espectáculo el de Hoyo...


Pedro se acomodó en el asiento libre y pidió una cerveza. Los tres lo observaron con seriedad al percatarse de su estado y de su mudez. Él se bebió la cerveza de un único trago y solicitó otra. Repitió la acción.


—¡Alto, tío! —exclamó Dani, quitándole el tercer botellín que le entregó el camarero.


—¡Dámela, joder!


—¿Se puede saber qué coño te pasa?


—Dame la cerveza, Dani —respiró hondo para serenarse.


—No. Primero dinos qué sucede y luego te la daré.


—Puedo responder yo a eso, seguro que no fallo —señaló Lucas con suficiencia, recostándose en el sillón—. Dani ya nos ha puesto al corriente de lo tuyo con Paula. ¿Me permites, doctor Pedro?


Pedro gruñó, cruzándose de brazos y desviando la mirada.


—Lo tomaré como un sí —agregó su amigo—. No sabes nada de Paula, ¿cierto?


—Pues resulta que te equivocas —sonrió sin humor.


—Entonces —propuso Mau—, habéis discutido.


—Tampoco.


—No la has vuelto a ver —adivinó Dani con el ceño fruncido—, porque tiene prometido, ¿recuerdas?


Silencio.


—Mi madre me acaba de decir que Paula, su familia y Anderson han confirmado su asistencia a la fiesta de jubilación de mi padre —masculló él, al fin.


—Y tú no lo sabías —pronosticó Mau, serio, acariciándose el mentón de forma distraída.


—No tenía ni idea —gesticuló con los brazos al tiempo que hablaba—. Sabía por mis hermanos que los habían invitado, pero nada más —apoyó los codos en las rodillas—. Desde Hoyo, no la he visto. Nos hemos escrito, pero no me ha dicho nada. ¿Acaso no merecía saberlo por su parte? —se revolvió los cabellos.


—¿Has intentado quedar con ella? —le preguntó Lucas con suavidad.


—No —reconoció Pedro, cuyo corazón comenzó a saltarse latidos—. Quería que fuera ella quien lo pidiera, quien pidiera verme... —agachó la cabeza—. Pero no ha sido así. Y eso no me gusta, joder... No me gusta nada.


—A lo mejor, necesita pensar y contigo cerca no puede —comentó Mau, arqueando las cejas—. Le gustas a Paula, pero para ella es evidente que la situación es complicada.


—Complicada porque ella así lo desea —lo corrigió Lucas, bufando—. Tu familia influye en tu vida, por supuesto, y más si eres el único hijo porque tu hermano murió, pero, si de verdad quisiera estar con Pedro, habría dejado ya a su novio. Paula está tonteando con Pedro, pero continúa con su boda, que se celebra dentro de dos meses.


—No hables así de ella —lo amenazó Pedro, señalándolo con el dedo índice.


—Vamos a ver, Pedro... —Lucas levantó las manos—. No tengo nada en contra de Paula. Me parece una chica muy simpática, divertida, buena, incluso adorable. Me cayó genial, si te digo la verdad, y me gusta mucho para ti. De hecho, creo que es tu chica —sonrió—. Y se nota que está loca por ti, pero —y añadió con el semblante grave—: la realidad es que tú no eres nada para ella salvo su segundo plato. Y no creo que te beneficie que tú siempre estés ahí para ella. Se puede acostumbrar a eso.


Por desgracia, su amigo estaba en lo cierto...


—¿Y qué me sugerís?


—Sencillo —contestó Dani, encogiéndose de hombros—. ¿Qué es lo que ocurre cuando nos cansamos de una chica? Que pasamos de ella y es cuando parece que reaccionan, ¿no? Algunas se vuelven bastante agobiantes... — enarcó las cejas—. Hazlo. No hables con Paula hasta la fiesta. Y en la fiesta procura ignorarla. La reacción de ella te dirá si de verdad le importas o no.


—Yo no creo que debas hacer eso —declaró Mau, negando con la cabeza —. Yo creo que Paula necesita un empujoncito por tu parte. Te necesita a ti para que le abras los ojos. Dijo que contigo no se sentía perdida. Pues más claro, agua —se inclinó sobre los muslos—. Por la forma en la que se asustó cuando vio a Anderson en Hoyo, no creo que su miedo tuviera relación con que su novio la pillara en la discoteca, o la pillara contigo, Pedro. Creo que su miedo es hacia Anderson —permaneció unos segundos callado, contemplándolo con inquietante fijeza—. Anderson le prohibió acercarse a ti, pero Paula no le ha hecho caso, todo lo contrario, ha seguido viéndote y escribiéndote, a escondidas, pero lo ha hecho.


—¿Tú crees? —pronunció Pedro, de repente, alerta por aquellas palabras.


Recordó lo sucedido en la fiesta del Club de Campo, cuando terminó el partido de polo y el abogado arrastró a Paula hacia el hotel sin ningún tipo de delicadeza. Ella nunca le relató lo ocurrido, pero Pedro fue testigo de la humillación que después, en la cena, le provocó Anderson delante de más de trescientas personas.


También recordó el supuesto problema que tiene Paula con no ser una novia normal...


—Mi cuñada Rocio también me dijo que Paula necesita un empujón.


—Puede que Mau tenga razón —convino Lucas en un suspiro—. Paula te ha reconocido dos cosas —enumeró con los dedos—: una, que no está enamorada de Anderson y dos, que tú le gustas mucho —asintió lentamente—. Quizás, sí necesita un empujón. Pero sigo pensando que lo que necesita es más un aviso que un empujón.


—Eso depende de lo que Pedro esté dispuesto a perder —indicó Dani, entrecerrando los ojos—, porque, si la presiona, Paula puede salir corriendo —lo miró—. ¿Cuánto estás interesado en ella?


Él tragó, nervioso, y confesó, al fin, en voz alta:
—La quiero conmigo... para siempre.


Se sintió muy bien al hacerlo. Sonrió, agitando la cabeza y tirándose del pelo.


—Estoy loco por ella...


—Pues lucha —lo animó Mau, sonriendo—. Lucha por Paula y no permitas que se celebre la boda.


—El problema es que no quiero obligarla a que defraude a sus padres, porque eso es lo que ella cree que pasará si rompe su relación con Anderson —frunció el ceño—. Me lo ha dicho. Quiero que sea ella la que decida por sí misma, la que venga a mí... —inhaló una gran bocanada de aire—. Su padre... —meneó la cabeza—. Nada.


—¿Qué pasa con su padre? —quiso saber Dani.


—Me ha ayudado dos veces con ella —respondió él—. Su madre, en cambio... —chasqueó la lengua—. Es evidente que no me quiere cerca de Paula. Menuda cena tuvimos antes de ir a Hoyo...


Les relató lo acontecido en el restaurante con los padres de Paula.


—Y es su madre quien la controla, además de Anderson —agregó Pedrofrotándose la cara—. Quiero verla, joder... Necesito verla... —se desplomó en el asiento, derrotado.


—¿Has hablado hoy con ella? —preguntó Lucas, que pidió cerveza para todos.


Dani le devolvió la copa, sonriendo.


—No —contestó Pedro—. Desde anoche, nada —aceptó la cerveza y dio un buen trago—. Estoy cabreado. Por eso no la he escrito.


Y, como si la hubiera invocado, su iPhone vibró en el bolsillo delantero de sus vaqueros. Lo sacó. Era un mensaje.


—Es ella —anunció, con las pulsaciones aceleradas. Leyó el texto en silencio—. Ha estado aquí —su corazón explotó del pecho—. Dice que os salude de su parte y que nos lo pasemos bien.


—¿Aquí, en el bar? —Lucas arrugó la frente—. No la he visto.


—No. En la calle. Nos ha visto, pero hace un rato. Cuando me escribe es porque está sola. Si lo hiciera delante de sus padres o de Anderson, se enterarían de que tiene otro móvil —apuró la bebida.


—¿Otro móvil? —repitió Dani—. Eso no lo sabía.


—Anderson desvió su teléfono al suyo cuando se enteró de que nos habíamos besado —les contó Pedro, furioso al recordar tal hecho—. Y se enteró porque la madre de ella se lo dijo.


Sus amigos desencajaron la mandíbula, alucinados.


—Yo le regalé uno para que pudiera utilizarlo sin que nadie la controlase —continuó él—, bien para sus clases de yoga, porque tampoco quieren que siga con sus clases de yoga —aclaró—, o bien para contactar conmigo — sonrió—. Me dijo que solo lo utilizaría para mí. Y eso implica que me escribe cuando está sola.


—Sola en su casa y sin Anderson ahora mismo —lo corrigió Mau—. ¿A qué estás esperando?


Contempló a los tres, que lo observaban con una expresión de pura trastada.


—Debería preguntarle antes, ¿no? —dudó Pedro, temblando de pronto.


Sus amigos arquearon una ceja en respuesta.
Pedro se incorporó y dejó un par de billetes en la mesa, más que suficiente para invitarlos a todos, era lo menos que se merecían.


—Deseadme suerte.


Mau, Lucas y Dani soltaron una carcajada. Se despidió de ellos y se encaminó hacia el loft.




CAPITULO 77 (TERCERA HISTORIA)





Ella se deslizó hacia el suelo. Sacó el iPhone rosa del bolso y descubrió un mensaje de Pedro, enviado a las cinco y media de la madrugada.


DP: Ya estarás dormida y es una verdadera lástima que no pueda verte ahora mismo, que no pueda abrazarte y velar tus sueños, porque es lo que más deseo, protegerte incluso de las pesadillas. Solo te voy a pedir una cosa... Cuando te despiertes, recuerda la buena noche que has pasado, recuerda a mis amigos, recuerda cuánto has sonreído y, sobre todo, recuérdame a mí... Por favor... No te arrepientas ni te alejes de mí... Recuerda quién eres cuando estás conmigo... Y si no lo sabes, pregúntamelo a mí y te lo diré. Buenos días, muñeca.


Paula suspiró y obedeció a esas mágicas palabras... ¿Quién era cuando estaba con él? Respuesta sencilla: ella misma.


Le escribió un mensaje de vuelta.


P: Buenos días, mi héroe... Siempre tan atento a lo que necesito... Acabo de tener un momento extraño, pero he descubierto tu mensaje y he encontrado el camino a casa... Gracias, Doctor Pedro.


DP: Necesito verte...


Las mariposas aletearon, ¡hiperactivas!, aunque Paula hundió los hombros, entristecida.


P: No puedo... Voy a casa de mis padres a pasar el día: barbacoa y piscina. Dejaré mi precioso iPhone rosa en casa. Hablamos cuando vuelva, ¿vale?


DP: Usa protector solar. Qué pena que yo no te pueda poner la crema...


Se sonrojó al instante.


P: ¡Pedro! ¡Eres un descarado!


DP: ¡Paula! Pues todavía no me conoces... Me encantaría ponerte más colorada de lo que estás ahora.


P: No estoy colorada. No soy tan ingenua.


DP: Lo estás. Y no eres ingenua, eres tímida, que es distinto, y me encanta...


Paula arrugó la frente.


P: ¿Te encanta que sea tímida? Creía que los hombres preferían a una mujer extrovertida.


DP: No sé lo que quieren los demás, sé lo que quiero yo: a ti. Y saber que solo sientes conmigo... eso me hace temblar...


Su cuerpo se erizó por completo. Un nuevo mensaje llegó al segundo:


DP: Respira, Pau...


P: ¿Te hago temblar?


DP: Muchísimo... Y me haces más cosas, pero no te las diré porque te puedo asustar.


P: ¿Alguna vez me las dirás?


DP: Eso solo depende de ti...


P: No te entiendo.


DP: Pues es lo mismo... En las últimas veinticuatro horas me has llamado «doctor Pedro» sin que yo te lo pidiera. Me has besado también sin que yo me lanzara. No te voy a engañar... quiero hacer mucho más que besar tus labios, y eso que tus labios ya me han condenado para siempre desde que los probé por primera vez...


El corazón de Paula se le iba a salir del pecho en cualquier instante...


P: No podemos hacer nada, ni siquiera pensar de esa manera, ni tú ni yo... ¿Qué estamos haciendo?


DP: ¿Tú también piensas en mí «de esa manera»?


Ella resopló y se estiró el albornoz a la altura de los muslos.


P: Tú y tus preguntas...


DP: Si fueras más concreta, no haría preguntas.


P: ¡Mira quién fue a hablar! Perdóname, pero tú eres demasiado misterioso.


DP: ¡No te toques la ropa! Si no soy concreto es porque no quiero que salgas huyendo. No quiero que me tengas miedo. Quiero que, poco a poco, te entregues a mí, Pau, y no solo me refiero en términos amistosos... ¿Soy lo suficientemente concreto ahora?


P: ¡No lo eres!


DP: ¿Quieres que sea concreto?


P: ¡Sí!


DP: ¿Preparada?


P: ¡Que sí!


La respuesta tardó tanto en llegar, que se desesperó.


DP: Eres mi muñeca y quiero mimarte, cuidarte, venerarte, amarte... Y también quiero jugar contigo, jugar mucho... Porque eso es lo que se hace con las muñecas: jugar muchísimo... Quiero hacerte el amor durante horas, días, semanas, meses... Quiero besarte desde los pies hasta el último pelo de tu cabecita, sin saltarme un solo milímetro. Pero esto no depende de mí, porque, si por mí fuera, ahora mismo estarías en mi cama, debajo de mí, disfrutando de mi boca y de mis manos por todo tu cuerpo... ¡Corre, Pau! ¡Huye de mí! Jamás he deseado a una mujer como te deseo a ti, porque de ti deseo mucho más que tu cuerpo... Y lo peor de todo es que eres un pecado, y yo soy un hombre y quiero pecar continuamente contigo... Me confieso: te deseo tanto que no me importaría estar contigo a escondidas... Ahora, huye o purga mi pecado.


Paula no respiraba. Lo leyó cien veces seguidas. 


Y contestó, siguiendo los fieros latidos de su corazón, que clamaban el nombre de Pedro Alfonso:


P: No tengo derecho a decir esto, ni a permitir esto... pero no puedo dejar de pensar en ti, «de esa manera» y de todas las maneras que existen... así que purgo tu pecado porque es el mío, doctor Pedro...