jueves, 16 de enero de 2020
CAPITULO 77 (TERCERA HISTORIA)
Ella se deslizó hacia el suelo. Sacó el iPhone rosa del bolso y descubrió un mensaje de Pedro, enviado a las cinco y media de la madrugada.
DP: Ya estarás dormida y es una verdadera lástima que no pueda verte ahora mismo, que no pueda abrazarte y velar tus sueños, porque es lo que más deseo, protegerte incluso de las pesadillas. Solo te voy a pedir una cosa... Cuando te despiertes, recuerda la buena noche que has pasado, recuerda a mis amigos, recuerda cuánto has sonreído y, sobre todo, recuérdame a mí... Por favor... No te arrepientas ni te alejes de mí... Recuerda quién eres cuando estás conmigo... Y si no lo sabes, pregúntamelo a mí y te lo diré. Buenos días, muñeca.
Paula suspiró y obedeció a esas mágicas palabras... ¿Quién era cuando estaba con él? Respuesta sencilla: ella misma.
Le escribió un mensaje de vuelta.
P: Buenos días, mi héroe... Siempre tan atento a lo que necesito... Acabo de tener un momento extraño, pero he descubierto tu mensaje y he encontrado el camino a casa... Gracias, Doctor Pedro.
DP: Necesito verte...
Las mariposas aletearon, ¡hiperactivas!, aunque Paula hundió los hombros, entristecida.
P: No puedo... Voy a casa de mis padres a pasar el día: barbacoa y piscina. Dejaré mi precioso iPhone rosa en casa. Hablamos cuando vuelva, ¿vale?
DP: Usa protector solar. Qué pena que yo no te pueda poner la crema...
Se sonrojó al instante.
P: ¡Pedro! ¡Eres un descarado!
DP: ¡Paula! Pues todavía no me conoces... Me encantaría ponerte más colorada de lo que estás ahora.
P: No estoy colorada. No soy tan ingenua.
DP: Lo estás. Y no eres ingenua, eres tímida, que es distinto, y me encanta...
Paula arrugó la frente.
P: ¿Te encanta que sea tímida? Creía que los hombres preferían a una mujer extrovertida.
DP: No sé lo que quieren los demás, sé lo que quiero yo: a ti. Y saber que solo sientes conmigo... eso me hace temblar...
Su cuerpo se erizó por completo. Un nuevo mensaje llegó al segundo:
DP: Respira, Pau...
P: ¿Te hago temblar?
DP: Muchísimo... Y me haces más cosas, pero no te las diré porque te puedo asustar.
P: ¿Alguna vez me las dirás?
DP: Eso solo depende de ti...
P: No te entiendo.
DP: Pues es lo mismo... En las últimas veinticuatro horas me has llamado «doctor Pedro» sin que yo te lo pidiera. Me has besado también sin que yo me lanzara. No te voy a engañar... quiero hacer mucho más que besar tus labios, y eso que tus labios ya me han condenado para siempre desde que los probé por primera vez...
El corazón de Paula se le iba a salir del pecho en cualquier instante...
P: No podemos hacer nada, ni siquiera pensar de esa manera, ni tú ni yo... ¿Qué estamos haciendo?
DP: ¿Tú también piensas en mí «de esa manera»?
Ella resopló y se estiró el albornoz a la altura de los muslos.
P: Tú y tus preguntas...
DP: Si fueras más concreta, no haría preguntas.
P: ¡Mira quién fue a hablar! Perdóname, pero tú eres demasiado misterioso.
DP: ¡No te toques la ropa! Si no soy concreto es porque no quiero que salgas huyendo. No quiero que me tengas miedo. Quiero que, poco a poco, te entregues a mí, Pau, y no solo me refiero en términos amistosos... ¿Soy lo suficientemente concreto ahora?
P: ¡No lo eres!
DP: ¿Quieres que sea concreto?
P: ¡Sí!
DP: ¿Preparada?
P: ¡Que sí!
La respuesta tardó tanto en llegar, que se desesperó.
DP: Eres mi muñeca y quiero mimarte, cuidarte, venerarte, amarte... Y también quiero jugar contigo, jugar mucho... Porque eso es lo que se hace con las muñecas: jugar muchísimo... Quiero hacerte el amor durante horas, días, semanas, meses... Quiero besarte desde los pies hasta el último pelo de tu cabecita, sin saltarme un solo milímetro. Pero esto no depende de mí, porque, si por mí fuera, ahora mismo estarías en mi cama, debajo de mí, disfrutando de mi boca y de mis manos por todo tu cuerpo... ¡Corre, Pau! ¡Huye de mí! Jamás he deseado a una mujer como te deseo a ti, porque de ti deseo mucho más que tu cuerpo... Y lo peor de todo es que eres un pecado, y yo soy un hombre y quiero pecar continuamente contigo... Me confieso: te deseo tanto que no me importaría estar contigo a escondidas... Ahora, huye o purga mi pecado.
Paula no respiraba. Lo leyó cien veces seguidas.
Y contestó, siguiendo los fieros latidos de su corazón, que clamaban el nombre de Pedro Alfonso:
P: No tengo derecho a decir esto, ni a permitir esto... pero no puedo dejar de pensar en ti, «de esa manera» y de todas las maneras que existen... así que purgo tu pecado porque es el mío, doctor Pedro...
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario