jueves, 16 de enero de 2020

CAPITULO 76 (TERCERA HISTORIA)




Al final, a Paula se le subió el champán a la cabeza. No estaba acostumbrada a beber más de dos copas y se bebió tres. Pedro, entre carcajadas, la sacó de Hoyo tirando de su brazo porque ella no quería irse, a pesar de que eran las cuatro de la madrugada.


—¡Ha sido un placer, Pau! —le gritaron sus nuevos amigos para ser oídos por encima de la música—. ¡Ven más veces! —todos la abrazaron, levantándola del suelo entre risas.


—¡Estás invitada a la boda! —le recordó Marcos.


Ella asintió, se despidió y enlazó su mano con la de Pedro en un acto que no planeó. Él sonrió con travesura y salieron de la terraza. Se metieron en el ascensor. Y allí, en ese cubículo grande y con poca luz, él la empujó contra una de las paredes acristaladas y la besó, embistiéndola con la lengua al instante. Paula jadeó y se entregó sin reservas.


No recordaba habérselo pasado tan bien en su vida, haberse sentido tan relajada, tan a gusto y rodeada de tanto cariño.


Ay, Lucia... Tenías razón en que la vida hay que vivirla a veces sin planificar nada... Siempre tenías razón...


Caminaron hacia el loft en lugar de tomar un taxi, besándose cada pocos segundos. Hoyo estaba cerca relativamente, pero eran las cinco cuando Pedro la besó por última vez en la puerta de su apartamento.


—Llámame cuando te despiertes —le susurró él, ronco, al oído, antes de rozarle la oreja con los labios—. Dulces sueños, Paula.


—Dulces sueños, doctor Pedro —sonrió, por completo embriagada, nunca mejor dicho.


Paula cerró con llave, se descalzó y se dirigió al dormitorio sin prender la luz, soltando carcajadas entrecortadas por la emoción. Se derrumbó en la cama sin cambiarse ni limpiarse el maquillaje. Abrazó la almohada y bajó los
párpados con una dulce sonrisa.


Un ruido seco, similar a un portazo, la sobresaltó horas después.


Abrió los ojos. Le molestaba un poco la cabeza, sufría un pequeño pinchazo en la sien. Parpadeó para enfocar la vista. Los rayos del sol entraban a raudales por las ventanas. Necesitaba más horas de sueño, estaba agotada.


Sacó el móvil del bolso, que estaba a los pies de la cama. Eran las diez de la mañana.


Se incorporó, bajó los estores y se encerró en el baño. Se quitó el vestido de la noche anterior y se duchó. Se lavó el pelo. Estuvo varios minutos debajo del chorro del agua fría, tenía mucho calor. Se limpió bien la cara con un jabón especial para el rostro para eliminar los restos de la pintura. Apagó el grifo, más revitalizada, se cubrió con el albornoz y salió de nuevo a la habitación. Se secó, ajena a la presencia masculina. Y se embadurnó de crema el cuerpo entero.


Cuando se giró...


—¡Ramiro! —chilló, cogiendo el albornoz con torpeza para taparse.


Su novio la observaba con una expresión de pura lascivia. Sus ojos azules no desprendían frialdad, sino una lujuria diabólica... El pánico se adueño de Paula.


—¿Qué..? ¿Qué haces aquí? —logró formular ella.


—¿Dónde estabas anoche? —se cruzó de brazos y arrugó la frente—. Te pedí que me esperaras aquí. Y resulta que te encuentro recién despierta a las diez de la mañana. Tú, que te levantabas al alba.


—Me fui a pasear —mintió, abrazándose en actitud defensiva y temblando asustada.


—¿Con el doctor Pedro? ¿Qué hacías cenando ayer con él? ¡Te dije que no te acercaras a él, joder! —explotó, gesticulando como un demente—. Vístete que nos vamos.


—No.


—Ahora —entornó la mirada, avanzando.


—No —repitió ella, más erguida y valiente—. Estoy cansada y me apetece estar sola.


Con Pedro, querrás decir...


—Vale —Ramiro cerró los ojos un instante—. Dime qué te pasa, Paula— suavizó el tono—. ¿Cuándo hemos llegado a este punto?


Paula desconfió. ¿A qué venía esa pregunta?


—¿A qué punto?


—A ignorar lo que digo, a que me ignores a mí y a que ahora tengas ganas de hacer amistades —tensaba la mandíbula—. Nunca has tenido amigos y ahora, de repente, quieres tener uno —meneó un dedo en el aire—. Y no es un amigo cualquiera. Ese médico te quiere para él, quiere separarnos, pero no confundas la realidad, Paula —se acercó—. Puedo entender que, quizás, te sientas presionada por la boda —inhaló aire de nuevo—. Necesitamos tiempo juntos. Desde que despertaste del coma todo ha sido muy rápido y yo te he descuidado. Ha sido mi error. Estoy dispuesto a enmendarlo —sonrió, revelando una dentadura en exceso deslumbrante. La sujetó por los hombros —. Tus padres están emocionados por la boda —ladeó la cabeza—. No les demos una preocupación. No se lo merecen. Solo te tienen a ti.


El corazón de Paula se detuvo. Ya no cabía duda: Ramiro Anderson era un manipulador. No obstante, estaba en lo cierto. Elias y Karen habían perdido a Lucia hacía más de tres años y su otra hija había estado otros tres alejada de ellos, apenas había compartido unos pocos meses con sus padres desde la muerte de Lucia...


—Me visto y hacemos lo que quieras, Ramiro —accedió, sonriendo, procurando fingir alegría, aunque le costó un mundo entero.


—Pasaremos el día en casa de tus padres. Van a hacer una barbacoa en el jardín con sus amigos —se alejó hacia los flecos—. Coge el bañador. Te espero en el salón —y la dejó sola.




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