martes, 17 de septiembre de 2019

CAPITULO 29 (PRIMERA HISTORIA)




Al día siguiente, su pésimo estado de ánimo empeoró. Se sintió culpable por haber querido utilizar a Alejandra, por haberla besado, aunque el beso hubiera durado un instante escaso. 


También se asqueó de sí mismo. Su problema era Paula, un problema que se acrecentó cuando entró en la sala donde se iba a llevar a cabo la conferencia, en la misma planta de Pediatría, junto a su despacho.


La pelirroja ya estaba ahí, esperándolo. Vestía sus ropas fosforitas y la trenza no faltaba; sin embargo, fueron sus ojos los que lo impactaron... Sus preciosas gemas turquesas estaban enrojecidas y los párpados, ligeramente apagados. Había estado llorando, estaba convencido de ello. Pedro se inquietó. 


Quiso acercarse, deseaba borrarle la tristeza de su rostro y que mostrara su deslumbrante sonrisa, pero tuvo miedo de que saliera despavorida en dirección contraria.


Paula estaba apoyada en una esquina de la mesa que había al fondo. Esa estancia era una especie de aula, donde se realizaban reuniones con los residentes, enfermeras, celadores y demás personal de la planta cuando había alguna situación crítica. Las sillas situadas frente a la mesa, las había colocado ella en un medio círculo de un extremo a otro de la sala.


A la hora fijada, veinte familiares de niños ingresados se acomodaron en los asientos, expectantes y ansiosos por recibir las correspondientes lecciones, que Pedro esperaba que sirvieran de algo.


Y la imagen de desolación de Paula se evaporó. Pedro permaneció detrás de ella, enmudecido por su capacidad para hablar en público, con tanta soltura, naturalidad, bondad, sencillez, seguridad... Se notaba su experiencia impartiendo clases en la escuela. Sin darse cuenta, la estaba admirando. 


Se quedó embobado en sus andares pausados, en cómo observaba a todos los asistentes para hacerles partícipes de cada melodiosa palabra que pronunciaba, en sus femeninos gestos, en su sonrisa... una sonrisa etérea, que irradiaba luz celestial. Esa niña colorida desprendía inocencia y ternura, lo incitaba a querer acunarla entre sus brazos, a resguardarla de cualquier mal, ya fuera o no una nimiedad.


Manuel y Bruno acudieron en mitad de la charla. 


Se sumaron más médicos y algunas enfermeras. La habitación se llenó en pocos minutos, pero ella no se amilanó ni se incomodó, todo lo contrario: intercaló bromas, provocando carcajadas y más interés en los presentes.


La primera parte del seminario finalizó con éxito. 


La gente aplaudió. Paula se acercó a Bastian, ruborizada, y le dedicó tal sonrisa que, de no ser porque estaba apoyado en el escritorio, él hubiera caído de rodillas a sus pies.


—Parece que ha salido bien —le comentó ella, recogiendo sus desordenados papeles.


Pero Pedro no pudo responder, el idiota de su hermano mediano se lo impidió. Manuel la alzó en brazos, sin previo aviso, y la apartó de Pedro.




CAPITULO 28 (PRIMERA HISTORIA)





Sin embargo, el enfado no desapareció, tampoco disminuyó, sino que aumentó según se acercaba la hora en que había quedado con ella para repasar la primera parte del seminario, que tendría lugar al día siguiente.


¿Y por qué estaba tan enfadado? No cesaba de rememorar la complicidad existente entre Paula y Manuel. Su hermano era un seductor nato y un experto que sabía cómo encandilar a las mujeres, y ella era una mujer. ¿Caería en sus redes? ¿Estaría su hermano interesado? 


Una extraña y odiosa emoción se apoderó de él... ¡Estaba celoso! ¡Nunca había sentido celos de nadie!


Dichoso embrujo...


Y, como si la hubiera invocado, Paula golpeó la puerta con suavidad.


—Adelante —le indicó Pedro.


—Hola, doctor Alfonso —lo saludó al entrar.


Quiso zarandearla en ese momento, pero se contuvo. Doctor Alfonso...


Comenzaba a detestar su apellido y su profesión, y el pomelo, la fresa, el plátano...


¡Odias demasiadas cosas, por el amor de Dios!


 ¡Tranquilízate!


Pero no se relajó.


Estuvieron una interminable hora hablando sobre la conferencia, contándose el uno al otro lo que iban a decir. Sudó... Se limpió la nuca varias veces. Su delicioso aroma, su presencia... lo turbaban en exceso.


—En cuanto termine en la escuela, vendré directa aquí —le informó ella, acercándose a la puerta, con la carpeta en la mano, la que contenía sus desordenados papeles repletos de tachones.


Esa era otra cuestión... El caos que la rodeaba. 


Era opuesta por completo a Pedro, una razón contundente más para huir de su hechizo. Y el único modo de deshacerse de aquel estado de irritación en que se hallaba se resumía en un nombre: Alejandra.


—Muy bien. Hasta mañana, Paula —le dijo él, sin mirarla, sacando el móvil del bolsillo de la bata blanca.


En cuanto se fue, Pedro telefoneó a la decoradora.


Una hora después, tocaba el timbre del apartamento de Alejandra Graham, ubicado en un edificio en el centro de la ciudad, a treinta minutos a pie; no obstante, tenía tanta prisa que se dirigió al lugar en taxi.


—¡Hola! —exclamó ella, dichosa, al abrirle la puerta.


Pedro no le concedió tregua... La agarró de la nuca y la besó. Pero la imagen de Paula lo pinchó en el pecho de manera asfixiante.


Lo que yo digo... me ha embrujado...


Se separó, furioso consigo mismo.


—Perdona, Alejandra... —retrocedió y se revolvió el pelo—. Esto ha sido un error.


¡Espera! —lo cogió del brazo—. ¿Por qué no hablamos? —sugirió en tono bajo, íntimo.


Alejandra sabía encandilar a cualquier hombre, pero a él no, ya no. Ya no sentía nada por ella, ni siquiera le parecía guapa, solo una mujer normal y corriente.


—Lo nuestro... —comenzó Pedro.


—Por favor, no lo digas —ella le tapó la boca con la mano.


—Se acabó, lo siento —dejó caer los brazos a los costados.


—No termines esto, por favor —lo abrazó por el cuello y sollozó—. Tómate un tiempo, pero no me dejes. No me importa —se apretó contra él—, te esperaré lo que haga falta.


—No puedo pedirte eso, porque no quiero —apoyó las manos en sus hombros y la obligó a alejarse—. Solo puedo ofrecerte una amistad, nada más.


La decoradora se lo pensó unos segundos y, después, sonrió despacio y asintió.


—¿Quieres tomar algo, como amigos?


—No, gracias —negó Pedro—. Ya nos veremos, Alejandra —y se fue



CAPITULO 27 (PRIMERA HISTORIA)




La semana transcurrió de manera lenta y sin cambios. Pensaba a todas horas en una pelirroja en particular que lo tenía absorbido por completo.


Procuraba centrarse en el trabajo, sobre todo en la conferencia. Había preparado una charla enfocada en la primera reacción de una persona ante una crisis, en términos generales. Así lo habían estipulado el viernes anterior en su casa: irían explicando, poco a poco, los pasos que debían seguir los familiares de los niños enfermos, ya fueran terminales o no.


Había charlado con Bruno sobre la operación de Nicole Hunter. Había resultado satisfactoria y, de momento, la paciente estaba estable, lo que suponía una buena noticia. Sin embargo, su hermano pequeño no estaba contento, la chica continuaba en coma.


A Manuel, lo vio el jueves en la cafetería del hospital. Pidió un chocolate caliente y se sentó a su lado.


—¿Qué tal, Pa? —le sonrió su hermano con picardía—. El sábado tenemos la fiesta.


—Sí —asintió él, antes de probar el delicioso chocolate, muy espeso—. ¿A quién llevarás esta vez?


—Presiento que mi acompañante te encantará.


Pedro, incrédulo, lo observó, pretendiendo estrangularlo con la mente.


—Ni se te ocurra —sentenció.


—¿Perdona? —Manuel arqueó las cejas, divertido—. Todavía no me lo ha confirmado, pero mamá me ha dicho que la va a telefonear para invitarla personalmente —ladeó la cabeza—. Creía que no te interesaba "esa niña colorida".


—Deja de llamarla así —lo regañó, frunciendo el ceño a más no poder.


—¿No eres un poco mayor para ella? —apuntó su hermano, después de dar un sorbo a su café—. De eso me acusabas a mí hace un par de semanas. Ay, Pa... —suspiró, teatral—. La boca es lo más castigado que hay.


Joder, Manuel tiene razón... ¡Le saco catorce años, por el amor de Dios!


Debía desterrarla de su mente. No le convenía y tampoco lo correspondía.


Era más que evidente que el trato tan formal que le dedicaba demostraba la distancia que interponía para con él. Si estuviera interesada, si lo deseara, aunque fuera la mínima parte de lo que la deseaba Pedro, actuaría de otro modo, lo tutearía, para empezar, igual que a sus hermanos; pero no, con él había levantado un muro desde el principio, siete meses atrás.


¿Y de quién es la culpa, idiota?


—No te imaginas —le susurró Manuel, pinchándole adrede— lo que voy a disfrutar el sábado con Paula, colgando de mi brazo, ante tus ojos —se echó a reír.


— Eres imbécil —se incorporó de un salto, apretando los puños a ambos lados de su cuerpo.


—¡Ay! —se quejó alguien a su espalda.


Pedro se dio la vuelta y descubrió a Paula en el suelo, con la silla encima de su cuerpo.


—¿Estás bien? —se preocupó él, ayudándola al instante.


El aroma primaveral le nubló el entendimiento. 


Su aspecto llamativo y estridente ofrecía esa adolescencia perdida en el arcoíris. Iba de rojo y verde, con las medias a rayas, combinando ambos colores. Su larga trenza lo enfadó... ¿Por qué escondía su preciosa melena pelirroja? ¡Era un pecado no lucirla! Aunque, bien pensado, prefería que la ocultara, así solo la apreciaba él...


—Gracias, doctor Alfonso —se apartó de forma brusca, frotándose las caderas, doloridas por el golpe—. ¡Hola, Manuel! —sonrió.


—Hola, peque —la besó en la mejilla, mirando a Pedro con regocijo.


Él respiró hondo, controlándose, y salió de la estancia en dirección a su despacho.