martes, 17 de septiembre de 2019

CAPITULO 27 (PRIMERA HISTORIA)




La semana transcurrió de manera lenta y sin cambios. Pensaba a todas horas en una pelirroja en particular que lo tenía absorbido por completo.


Procuraba centrarse en el trabajo, sobre todo en la conferencia. Había preparado una charla enfocada en la primera reacción de una persona ante una crisis, en términos generales. Así lo habían estipulado el viernes anterior en su casa: irían explicando, poco a poco, los pasos que debían seguir los familiares de los niños enfermos, ya fueran terminales o no.


Había charlado con Bruno sobre la operación de Nicole Hunter. Había resultado satisfactoria y, de momento, la paciente estaba estable, lo que suponía una buena noticia. Sin embargo, su hermano pequeño no estaba contento, la chica continuaba en coma.


A Manuel, lo vio el jueves en la cafetería del hospital. Pidió un chocolate caliente y se sentó a su lado.


—¿Qué tal, Pa? —le sonrió su hermano con picardía—. El sábado tenemos la fiesta.


—Sí —asintió él, antes de probar el delicioso chocolate, muy espeso—. ¿A quién llevarás esta vez?


—Presiento que mi acompañante te encantará.


Pedro, incrédulo, lo observó, pretendiendo estrangularlo con la mente.


—Ni se te ocurra —sentenció.


—¿Perdona? —Manuel arqueó las cejas, divertido—. Todavía no me lo ha confirmado, pero mamá me ha dicho que la va a telefonear para invitarla personalmente —ladeó la cabeza—. Creía que no te interesaba "esa niña colorida".


—Deja de llamarla así —lo regañó, frunciendo el ceño a más no poder.


—¿No eres un poco mayor para ella? —apuntó su hermano, después de dar un sorbo a su café—. De eso me acusabas a mí hace un par de semanas. Ay, Pa... —suspiró, teatral—. La boca es lo más castigado que hay.


Joder, Manuel tiene razón... ¡Le saco catorce años, por el amor de Dios!


Debía desterrarla de su mente. No le convenía y tampoco lo correspondía.


Era más que evidente que el trato tan formal que le dedicaba demostraba la distancia que interponía para con él. Si estuviera interesada, si lo deseara, aunque fuera la mínima parte de lo que la deseaba Pedro, actuaría de otro modo, lo tutearía, para empezar, igual que a sus hermanos; pero no, con él había levantado un muro desde el principio, siete meses atrás.


¿Y de quién es la culpa, idiota?


—No te imaginas —le susurró Manuel, pinchándole adrede— lo que voy a disfrutar el sábado con Paula, colgando de mi brazo, ante tus ojos —se echó a reír.


— Eres imbécil —se incorporó de un salto, apretando los puños a ambos lados de su cuerpo.


—¡Ay! —se quejó alguien a su espalda.


Pedro se dio la vuelta y descubrió a Paula en el suelo, con la silla encima de su cuerpo.


—¿Estás bien? —se preocupó él, ayudándola al instante.


El aroma primaveral le nubló el entendimiento. 


Su aspecto llamativo y estridente ofrecía esa adolescencia perdida en el arcoíris. Iba de rojo y verde, con las medias a rayas, combinando ambos colores. Su larga trenza lo enfadó... ¿Por qué escondía su preciosa melena pelirroja? ¡Era un pecado no lucirla! Aunque, bien pensado, prefería que la ocultara, así solo la apreciaba él...


—Gracias, doctor Alfonso —se apartó de forma brusca, frotándose las caderas, doloridas por el golpe—. ¡Hola, Manuel! —sonrió.


—Hola, peque —la besó en la mejilla, mirando a Pedro con regocijo.


Él respiró hondo, controlándose, y salió de la estancia en dirección a su despacho.



No hay comentarios:

Publicar un comentario