martes, 17 de septiembre de 2019

CAPITULO 28 (PRIMERA HISTORIA)





Sin embargo, el enfado no desapareció, tampoco disminuyó, sino que aumentó según se acercaba la hora en que había quedado con ella para repasar la primera parte del seminario, que tendría lugar al día siguiente.


¿Y por qué estaba tan enfadado? No cesaba de rememorar la complicidad existente entre Paula y Manuel. Su hermano era un seductor nato y un experto que sabía cómo encandilar a las mujeres, y ella era una mujer. ¿Caería en sus redes? ¿Estaría su hermano interesado? 


Una extraña y odiosa emoción se apoderó de él... ¡Estaba celoso! ¡Nunca había sentido celos de nadie!


Dichoso embrujo...


Y, como si la hubiera invocado, Paula golpeó la puerta con suavidad.


—Adelante —le indicó Pedro.


—Hola, doctor Alfonso —lo saludó al entrar.


Quiso zarandearla en ese momento, pero se contuvo. Doctor Alfonso...


Comenzaba a detestar su apellido y su profesión, y el pomelo, la fresa, el plátano...


¡Odias demasiadas cosas, por el amor de Dios!


 ¡Tranquilízate!


Pero no se relajó.


Estuvieron una interminable hora hablando sobre la conferencia, contándose el uno al otro lo que iban a decir. Sudó... Se limpió la nuca varias veces. Su delicioso aroma, su presencia... lo turbaban en exceso.


—En cuanto termine en la escuela, vendré directa aquí —le informó ella, acercándose a la puerta, con la carpeta en la mano, la que contenía sus desordenados papeles repletos de tachones.


Esa era otra cuestión... El caos que la rodeaba. 


Era opuesta por completo a Pedro, una razón contundente más para huir de su hechizo. Y el único modo de deshacerse de aquel estado de irritación en que se hallaba se resumía en un nombre: Alejandra.


—Muy bien. Hasta mañana, Paula —le dijo él, sin mirarla, sacando el móvil del bolsillo de la bata blanca.


En cuanto se fue, Pedro telefoneó a la decoradora.


Una hora después, tocaba el timbre del apartamento de Alejandra Graham, ubicado en un edificio en el centro de la ciudad, a treinta minutos a pie; no obstante, tenía tanta prisa que se dirigió al lugar en taxi.


—¡Hola! —exclamó ella, dichosa, al abrirle la puerta.


Pedro no le concedió tregua... La agarró de la nuca y la besó. Pero la imagen de Paula lo pinchó en el pecho de manera asfixiante.


Lo que yo digo... me ha embrujado...


Se separó, furioso consigo mismo.


—Perdona, Alejandra... —retrocedió y se revolvió el pelo—. Esto ha sido un error.


¡Espera! —lo cogió del brazo—. ¿Por qué no hablamos? —sugirió en tono bajo, íntimo.


Alejandra sabía encandilar a cualquier hombre, pero a él no, ya no. Ya no sentía nada por ella, ni siquiera le parecía guapa, solo una mujer normal y corriente.


—Lo nuestro... —comenzó Pedro.


—Por favor, no lo digas —ella le tapó la boca con la mano.


—Se acabó, lo siento —dejó caer los brazos a los costados.


—No termines esto, por favor —lo abrazó por el cuello y sollozó—. Tómate un tiempo, pero no me dejes. No me importa —se apretó contra él—, te esperaré lo que haga falta.


—No puedo pedirte eso, porque no quiero —apoyó las manos en sus hombros y la obligó a alejarse—. Solo puedo ofrecerte una amistad, nada más.


La decoradora se lo pensó unos segundos y, después, sonrió despacio y asintió.


—¿Quieres tomar algo, como amigos?


—No, gracias —negó Pedro—. Ya nos veremos, Alejandra —y se fue



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