jueves, 12 de diciembre de 2019
CAPITULO 140 (SEGUNDA HISTORIA)
Entonces, Pedro entrecerró los ojos. Su mirada soltó un destello especial.
Ella, sin darse cuenta, sonrió; el alivio la refrescó como lo haría si se sumergiera en una cascada el día más caluroso del año.
—¿Qué pasa, rubia? —le sonrió él con su característica picardía—. ¿Quieres decirme algo? —se inclinó.
—Tienes una teoría —murmuró Paula, ocultando la risa e inclinándose en el respaldo.
—Tengo una teoría —adoptó una actitud seria—. No te va a gustar.
—Adelante —suspiró, agitada por su proximidad.
Él se acomodó a su derecha, rozándole la pierna con la suya. No pareció un acto premeditado, pero Paula se incendió igual que una polilla pegada a la luz.
Carraspeó, muy sonrojada, y se movió para conseguir algo de espacio entre ellos, pero estaba pegada al brazo del sofá...
—Solucionaré tu problema —le indicó Pedro, cogiéndola en vilo para sentarla en su regazo.
—¡Pedro!
—Aquí estás mejor —disimuló una sonrisa, sin éxito, envolviéndole la cintura para que no escapara—. ¿Quieres saber cuál es mi teoría? —se humedeció los labios.
Ella silenció un gemido, mordiéndose el labio inferior. Pero el muy tunante se fijó en el gesto y tiró de su labio para liberarlo de los dientes, lo que le arrancó a Paula un jadeo espontáneo. Él comenzó a acariciarle la espalda por encima del fino vestido de punto, inclinándose para rozarle la oreja con los labios.
—Pedro... —gimió al fin, inevitablemente, bajando los párpados y echando hacia atrás la cabeza. Se sujetó a su nuca—. Tenemos... que hablar... de... tu teoría...
Su marido le lamió la parte que no estaba tapada por el pañuelo.
—Ay, Dios...
—Joder, rubia... —aspiró su aroma—. Me encanta tu mandarina... Cuánto la he echado de menos...
La besó en la mandíbula mientras introducía una mano por dentro del vestido. La regó de martirizantes y húmedos besos por el cuello, hacia la otra oreja, por el discreto escote. Fue a bajarle las medias, pero Paula recuperó la
cordura en un instante porque la cara de Melisa robó sus pensamientos, se apartó con brusquedad y se alejó hacia la puerta.
—Por favor, rubia... —Pedro se levantó. Se pasó las manos por la cabeza, sin ocultar el repentino desasosiego que se adueñó de él—. Vuelve a casa... Gaston, tú y yo... Por favor...
—Pedro... —las lágrimas bañaron sus mejillas.
—Solucionemos esto juntos... Por favor...
Paula cayó al suelo, en llanto.
—No llores... —le susurró él, que acudió enseguida y la estrechó entre sus fuertes brazos—. Te prometo que jamás haría nada que pudiera haceros daño a ti o a Gaston. Créeme, por favor...
Ella lo miró.
—Además —añadió Pedro—, ¿Melisa no se provocaba heridas para culparte?
—Pero la ecografía, los análisis... Es demasiado...
—Retorcido. Eso también lo pensé yo cuando me lo sugirió Mauro —se encogió de hombros—. A lo mejor, no miente en que está embarazada, pero el bebé es de Howard y ha querido encasquetármelo a mí para vengarse de ti
como lo hacía en el pasado. —Tengo que hablar con Ariel—se incorporaron del suelo y se sentaron en el sofá.
Y así los encontró Bruno, abrazados y charlando. Catalina, Samuel, Mauro y Gaston entraron después de Bruno. Todos sonrieron al verlos tan acaramelados. Su madre lloró de felicidad, lanzándose a la pareja entre risas y lágrimas.
—Me tomo el día libre —anunció Pedro, poniéndose en pie, con una mano entrelazada con la de su mujer. La ayudó a incorporarse y le besó los nudillos —. Acompáñame al despacho y nos vamos.
Ella asintió. Cuando llegaron a la puerta, Paula se agachó y recogió el sobre con los papeles del divorcio, sonrió, lo rompió y lo tiró a la papelera, recibiendo aplausos de los presentes.
Se colgó del brazo de su marido, que en ese momento tenía a su hijo en brazos, recostó la cabeza en su hombro y se dirigieron a su despacho.
—¿Y Bonnie? —quiso saber ella al no ver a la secretaria.
—Ya está de baja. Su bebé no tardará en nacer —ambos sonrieron, contentos por esa noticia.
Pedro guardó la bata, se ajustó la americana del traje y el abrigo, cerró con llave y se marcharon.
—Quisiera hablar con Ariel a solas, Pedro —le dijo Paula, al salir del hospital.
No había llevado el carrito porque se había traído el BMW. Él le quitó las llaves y la ayudó a subir al asiento del copiloto cuando montó a Gaston en su asiento especial.
—Conduzco yo, que echaba de menos tu calcetín —le dijo Pedro, guiñándole un ojo—. Vamos a casa, juntos —recalcó mientras arrancaba—. Hablaremos de todo —se incorporó a la calzada— y decidiremos qué hacer. Esta noche, duermes conmigo. Mándale un mensaje a Howard diciéndole que te quedas con tu madre, para no levantar sospechas. De momento, no quiero que sepa nada hasta no estar seguros de si está o no involucrado.
—¿Involucrado? ¿Crees que...? —se tapó la boca.
—Tengo una teoría, ya lo sabes.
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