jueves, 12 de diciembre de 2019
CAPITULO 139 (SEGUNDA HISTORIA)
Pedro inhaló una gran bocanada de aire, se frotó la cara y se pasó las manos por la cabeza a continuación, un gesto que siempre hacía cuando estaba nervioso o se sentía frustrado por algo.
—Mauro me llevó a la cama. Dijo que le costó mucho porque yo apenas estaba consciente. Eres enfermera, sabes perfectamente que un hombre tan ebrio es incapaz de... —carraspeó, incómodo— rendir en el sexo.
Aquello era cierto, pensó Paula. El consumo de alcohol provocaba trastornos en los mecanismos de la erección, produciendo disfunción erectil transitoria en muchos casos. Por un lado, el alcohol estimulaba el apetito y tenía un efecto tranquilizador, sedante y desinhibido, eso si el consumo era moderado. No obstante, por otro lado, si los límites se sobrepasaban, podían dificultarse las relaciones sexuales, interfiriendo en la capacidad de mantener una erección adecuada.
—Si dices que tu hermano tuvo que llevarte a la cama —comentó ella, entornando los ojos— significa que bebiste más, o que te sentó peor, que esa noche en Los Hamptons, ¿te acuerdas? Llegaste por la mañana a la habitación por tu propio pie, pero caíste a la cama y, al segundo, empezaste a roncar.
—Llevaba más de media botella de whisky cuando Melisa apareció —se ruborizó, avergonzado—. No me siento orgulloso. Es la segunda vez que bebo tanto y por la misma razón...
—¿Y cuál es esa razón? —arqueó las cejas, tímida, de pronto, al sospechar la respuesta.
—La primera vez fue porque me comporté como un bruto contigo —se pasó las manos por la cabeza de nuevo, caminando por el espacio sin rumbo—. Y la segunda... —suspiró—. Ya te conté lo de tu gran amigo —se enfadó. La miró sin disimular el desagrado—. Por cierto, bonita manera de echarme del hotel. La próxima vez, te aseguro que le devolveré el puñetazo que recibí de uno de sus guardias. Avísalo de mi parte, porque no pienso controlarme cuando se me presente la oportunidad.
Paula parpadeó, confusa.
—¿Cómo dices?
—¿No lo sabes? —la observó, más extrañado aún.
—¿Saber qué?
—Debí habérmelo imaginado... —rechinó los dientes—. Dos días después de que os marcharais Gaston y tú de casa —se acercó y se detuvo a escasos centímetros de ella—, tu madre me contó que te estabas quedando en el hotel de Howard. Me enfadé tanto que me presenté allí, exigiendo verte. Le pedí a tu amigo —escupió, aleteando las fosas nasales— que me confirmara si de verdad estabas allí y, en el caso de que fuera cierto, que me dijera en qué habitación os quedabais el niño y tú.
—No sabía nada... —se cubrió la boca con las manos.
¿Cómo había podido Ariel ocultarle algo así tras defender a Pedro como lo defendía?
—Pues, ¿sabes qué me contestó tu amiguito? —inquirió su marido, colorado por la rabia contenida, apretando los puños—. Me dijo que él y tú estabais viviendo juntos desde que tú y yo nos separamos y que no permitiría mi entrada en su hotel ni en ninguna de sus propiedades. Además —se irguió, soberbio y orgulloso—, no se me olvidan sus amenazas la noche antes de que te dieran el alta en el hospital.
—¿Qué...? —tragó, inhalando aire con dificultad—. ¿Qué amenazas?
—Me dijo que, si en algún momento tú acudías a él, no dudaría en apartarte de mí, que te alejaría de mi lado todo lo que pudiera y yo no volvería a verte.
Desorbitó los ojos, horrorizada. ¿Ariel había dicho todo aquello?
¿Después de que la juzgara como lo hizo, alentado por las mentiras de su hermana, Ariel había sido capaz de amenazar a Pedro con alejarla de él? ¿Amenazas?, ¿de Ariel?, ¿su amigo?, ¿el mismo que la había acogido en su
hotel hacía veintiocho días, que la había abrazado, consolado, y que le había intentado abrir los ojos para que perdonara a su marido porque le resultaba imposible creer que la hubiera engañado con Melisa? ¡¿Ariel Howard?!
¡¿Qué clase de broma era aquella?!
—Y, por cierto —añadió Pedro, levantando una mano—, cinco de sus guardias de seguridad me echaron a la calle como si fuera basura —se tocó el mentón—. Me duró varios días la hinchazón de la barbilla por el puñetazo que me dio uno de ellos —sonrió con satisfacción—, aunque ellos también recibieron. Repito —la apuntó con el dedo índice—, la próxima vez, será tu amiguito quien pague por tratarme como lo hizo. Y más te vale no defenderlo, porque llevo razón.
—Dios mío... —emitió Paula, sin apenas voz, dirigiéndose hacia el sofá, donde se sentó lentamente—. Pero... Pero... —balbuceó—. No entiendo nada...
—¿Por qué dices que no entiendes nada? —se preocupó él, arrodillándose a sus pies.
—Ariel te ha defendido desde el primer momento, Pedro. Cuando se lo conté, él me preguntó si la ecografía era verdadera y no una estratagema de mi hermana. No ha dejado un solo día de decirme que hable contigo, que lo solucionemos, que comprobemos si Melisa está embarazada. Mi hermana es cirujana plástica, sería muy sencillo para ella hacerse con pruebas de sus pacientes y falsificarlas con su nombre.
—Eso me acaba de decir Mauro. Pero, espera... ¿Por qué Howard me defiende ante ti y, luego, a mí me amenaza y me echa del hotel, sin decirte que he estado allí? ¡Ese tío es bipolar, joder!
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