miércoles, 11 de diciembre de 2019
CAPITULO 138 (SEGUNDA HISTORIA)
La realidad apuñaló su espalda a traición y encogió su interior con crueldad.
Paula le golpeó el pecho para separarse de él.
¡¿Qué he hecho?! ¡¿Cómo he podido permitir esto?! ¡¿Cómo?!
—¡Quítate de encima! —le gritó, de repente, agobiada.
Pedro retrocedió, parpadeando y todavía respirando con dificultad. Ella saltó al suelo y se arregló la ropa con prisas, igual que él.
—Espera —le pidió Pedro, agarrándola del brazo para impedir su fuga—. Solo escúchame un momento, por favor...
Paula se soltó como si se hubiera quemado por el contacto. Se ajustó el pañuelo en la cabeza.
Tenía el pelo demasiado corto todavía como para sentirse segura sin la tela. Por desgracia, todo lo sucedido con Pedro en los últimos dos meses y medio la había convertido en una mujer débil.
—Esto ha sido un error —pronunció ella, ronca, cogiendo el bolso y la chaqueta—. Quiero los papeles firmados cuanto antes —se acercó a la puerta.
—¡No! —Pedro apoyó una mano en la madera—. No te irás de aquí hasta que me escuches.
—¡No! —tiró del picaporte, pero lo único que consiguió fue trastabillar con sus pies y caerse sobre la dura roca cálida que era su marido—. ¡Déjame salir!
—¡No, joder! —sujetó sus muñecas a su espalda y la pegó a su pecho—. Melisa miente —le susurró.
Paula dio un respingo.
—Mauro estaba conmigo esa noche —continuó Pedro, sin aflojar el agarre —. Hay muchas cosas que no cuadran. Voy a averiguarlo todo, pero quiero que tú lo hagas conmigo.
Ella se retorció hasta que logró apartarse. Se giró y lo observó, desconfiada. Se cruzó de brazos.
—¿Qué quieres decir con que Melisa miente? —inquirió ella, adelantando una pierna e irguiéndose.
Estaba tan atractivo que, si no fingía frialdad, se arrojaría a su cuello otra vez. A pesar de las ojeras, la palidez, la expresión de agotamiento, su ceño fruncido por la preocupación, que la chispa seductora tan característica en sus preciosos ojos apagados se había desvanecido... jamás había visto a un hombre tan atractivo como él en ese momento. Jamás.
Sin embargo, Pedro la había engañado, y de la peor manera: había dejado embarazada a Melisa, y cuando Paula se recuperaba de un tumor cerebral.
Había pasado los peores días de su vida, alejada de él, sin comer, sin moverse de la cama excepto lo necesario, sin ganas de nada, atormentándose con imágenes en las que su marido acariciaba a Melisa, riéndose los dos de ella, llamándola fea, gorda, enferma, calva...
Pero, al entrar Pedro en el despacho de Bruno unos minutos atrás, el intenso amor que sentía por él había aflorado con tanta rapidez como cuando las flores, de repente, abrían sus pétalos y se dejaban bañar por los rayos del sol del inicio de la primavera. Un segundo antes, esas mismas flores no existían; al menos, nadie atisbaba su presencia, pero estaban ahí, escondidas, como su corazón, que había vuelto a palpitar...
Se había rendido a sus besos como hacía tanto que no pasaba. Tres meses.
Tres meses sin sentir sus manos sobre su cuerpo, sus labios sobre los suyos, sin abrigarlo en su interior, sin amarse con la salvaje pasión tan característica de su guerrero... Él le había hecho daño, había sido demasiado brusco, pero ella no se había quejado, no le había importado. El placer se había unido al dolor al admirar el puro chocolate líquido de su mirada, que se había transformado en agonía, porque, al igual que ella, también se había rendido en cuanto se habían tocado.
Pero, por desgracia, la realidad seguía siendo la misma. El presente no había cambiado y no se podía retroceder en el tiempo. No había ninguna diferencia entre Paula y el resto de los ligues del mosquetero mujeriego Pedro Alfonso.
—He estado hablando con Mauro —comenzó él, apoyando las caderas en el escritorio y las manos, a ambos lados del cuerpo. Estiró las piernas, que enlazó a la altura de los tobillos, y agachó ligeramente la cabeza. Clavó los ojos en los de ella, con seriedad y valentía—. Mi hermano me llevó a la cama esa noche y...
—¿De verdad me vas a recordar lo que sucedió? —exclamó Paula, incrédula—. ¿Que no te basta con que lo tenga metido en la cabeza? —se la golpeó con el dedo, enfatizando.
—Escúchame —le ordenó, furioso, incorporándose.
—¡¿Y encima te enfadas porque no quiero oírlo otra vez?! —rabiosa, avanzó y lo empujó—. ¡No quiero escucharlo! ¡No te quiero escuchar! — estalló en llanto—. ¡Te odio! ¡Te odio con toda mi alma!
—¡Pues tendrás que oírlo otra vez para darte cuenta de que Melisa miente! —la agarró de las manos para frenar su ataque y la abrazó.
—¡Suéltame! —gritó, removiéndose de forma frenética, asfixiándose, inhalando su maldito aroma a madera acuática que tanto había echado de menos—. ¡Déjame en paz! ¡Te odio! ¡TE ODIO! ¡¿Por qué?! ¡¿Por qué me has hecho esto?!
—¡No! —la apretó más—. Rubia... —su voz se quebró—. Por favor, escúchame...
Lloraron los dos, temblando. Paula le arrugó las solapas de la bata, escondió la cara en su cuello y chilló, convulsionándose, expulsando lo que hasta el momento se había guardado porque, sencillamente, no había podido sacarlo, no había podido desahogarse, no había derramado una sola lágrima... hasta ahora. Y se sintió fatal, perdida, sola...
—Por favor... —imploró él, entrecortado—. Por favor, rubia... Por favor...
Ella lo contempló, aún llorando, más calmada, aunque emitiendo hipidos irregulares. Pedro le secó el rostro, sonriendo con tristeza. Paula ahogó un sollozo al percatarse de su estado, de lo desalentado que estaba, sin ese brillo que tantos estragos causaba en el sector femenino.
Nunca lo había visto así...
¿Y si todo era una treta de Melisa? ¿Y si su marido tenía razón? Una persona que amaba a otra y la engañaba, la miraba con arrepentimiento, cobardía incluso, pero él la observaba con una profunda congoja, con una expresión de desdicha. Sufría tanto como ella, como si les hubieran obligado a separarse, como si les hubieran castigado siendo ambos inocentes...
Ella retrocedió y respiró hondo.
—Habla, Pedro. Te escucho.
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Ayyyyyyyyyyyyyy por favor no puede ser que esté pasando esto. Qué hdp esa Melisa.
ResponderEliminarAl fin se va a descubrir el engaño de esa hdp!
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