miércoles, 11 de diciembre de 2019
CAPITULO 137 (SEGUNDA HISTORIA)
No tardó ni un segundo en salir al pasillo. La rabia se unió a la impotencia y al dolor que ya sentía. Averiguaría si Melisa decía la verdad, Mauro tenía razón. Pedro era médico y pertenecía a una de las familias más influyentes del estado, podía utilizar sus recursos, los Alfonso contaban con los mejores abogados, y su hermano mayor conocía a un policía que había demostrado con creces lo bueno que era en su profesión, en caso de que lo necesitasen.
Entró sin llamar.
Y se paralizó. Su corazón explotó en su pecho.
Su aliento se desvaneció.
Tanto Bruno como Paula se giraron al verlo. Estaban de pie, frente al ventanal del fondo. Ella, con uno de sus pañuelos de seda verde cubriéndole la cabeza, demacrada, tal cual la había definido Mauro, más delgada que nunca, con sus exóticos ojos caídos y enrojecidos por la tristeza, estaba más hermosa que nunca...
—Rubia... —pronunció en un hilo de voz.
—Soldado... —se tapó la boca de inmediato al percatarse del error.
Cuando sus miradas se cruzaron...
Cuando Pedro atisbó anhelo en sus ojos...
Cuando se fijó en que sus senos bajaban y subían sin control... Cuando notó cómo se estremecía... Lanzó el sobre por los aires, avanzó, decidido, a la vez que su hermano pequeño se alejaba hacia la puerta, la tomó por la nuca y la besó con rudeza, para asombro de todos, él incluido...
Bruno desapareció. Paula se petrificó un instante, pero, al siguiente, lo correspondió...
¡Lo besó!
Y Pedro... no malgastó el tiempo. La succionó, absorbió su boca, consumió sus labios, la embistió con la lengua sin permitirle respirar, pero ella no se quejó, sino que luchó igual que él. Se desafiaron. Se besaron con egoísmo, codicia, avidez... Los gemidos de Paula y los jadeos de Pedro crearon una sensual melodía imposible de apagarse.
Cogió a su mujer en brazos y la sentó en el escritorio, sin despegar sus bocas. Se situó entre sus piernas, levantándole el vestido hasta la cintura para pegarse cuanto pudiera a sus caderas. Se devoraron. Se apretaron el uno al otro con fiereza. Él introdujo las manos por dentro de su ropa para acariciar su piel. Deliró...
Le quitó los tacones, las medias y las braguitas con la ayuda de ella, quien apoyó las manos en la mesa para incorporarse unos centímetros a pulso.
Y los besos se tornaron aún más febriles... Pedro mordió sus labios, desquiciado por tanto como la deseaba, por tanto como la había echado de menos... Paula gritó en su boca, deshaciéndose entre sus brazos.
Temblaron.
Ella le desabrochó el cinturón y le bajó el pantalón y los calzoncillos con torpeza; enroscó las manos en su cuello y le clavó los talones en el trasero. Él la sujetó por las nalgas y la penetró de un empujón, arrancándoles gritos entrecortados a ambos.
Detuvieron el beso de golpe. Se miraron, con los rostros muy cerca. Y se amaron con rapidez, enloquecidos, sin besarse, contemplándose a los ojos con un ardor incuestionable. No hubo delicadeza por parte de ninguno. Pedro arremetía con fuerza, aferrándose con toda su alma al mágico sueño que estaba viviendo, porque no deseaba despertar... Le aplastó el trasero con las manos, mientras Paula lo recibía con un desafío alucinante, mordiéndose los labios para silenciar sus chillidos de placer.
El éxtasis tardó apenas unos segundos en precipitarlos hacia el más profundo de los abismos... juntos.
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