jueves, 28 de noviembre de 2019

CAPITULO 93 (SEGUNDA HISTORIA)




Pedro se acomodó. Con los hombros, le indicó que se expusiera aún más a él, de forma delicada, pero decidida. Le apresó el trasero con las manos, masajeándoselo, estimulándola todavía más, a juzgar por la manera en que apretaba los labios para no gemir ruidosa. 


Contempló sus exóticos ojos, que traspasaron su piel hasta clavarse en su corazón. Bajó los párpados y descendió despacio hacia su intimidad.


Y ambos fallecieron...


Joder... Definitivamente he muerto...


Pedro cerró los párpados y... la idolatró. Se adueñó de su inocencia siguiendo sus instintos. 


Sí, era la primera vez que besaba ese preciado tesoro a una mujer. Inocencia en estado puro. Y era extraordinario... Se alegró infinitamente por haberse reservado para su rubia.


Notó cómo Paula se deshacía, cómo se acercaba al abismo, arqueándose hacia su boca con frenesí, delirante por el goce que estaba experimentando. Él estuvo a punto de estallar en los pantalones del pijama cuando ella, al fin, halló su ansiada liberación... Pedro jadeó, fue inevitable. Paula se derritió gracias a él y eso supuso el mayor placer que jamás había sentido.


Besó sus muslos con ternura, se incorporó y se tumbó de nuevo sobre ella.


Sonrió, sosteniendo su peso para no hundirla. 


Estaba dolorido más allá del límite, pero no le importaba.


—Eres tan dulce, rubia —le susurró al oído, rozándoselo con los labios—. Me encantas...


Paula le envolvió la cintura con las piernas debilitadas y lo abrazó por el cuello. Pedro le besó la mandíbula, la mejilla, las cejas...


—¿Te cuento un secreto? —le preguntó él, acariciándole la nariz con la suya.


Ella asintió.


—Nunca lo había hecho —confesó Pedro, con los pómulos ardiendo.


—Pero si tú... tú... —balbuceó, cubriéndose la boca con las manos.


—Te contaré otro secreto —sonrió con cierta timidez—. Para mí, los besos son especiales. Y lo que acabo de hacer ha sido besarte.


—¿Por qué yo? —su voz se quebró por la emoción.


—Ya te lo dije una vez —acortó la escasa distancia—: eres una pieza única.


Pedro... —le acarició el rostro, seria—. No me dejes nunca... —le temblaron los labios.


—Nunca, Paula —contestó con rudeza—. Nunca.


Una lágrima descendió por su rostro y él se la besó. Y la abrazó. Paula emitió un sollozo entrecortado y lo apretó con fuerza. Pedro escondió la cara en sus cabellos desordenados. Permanecieron en esa postura, sin despegarse, hasta que el bebé soltó un gritito agudo seguido de un llanto desconsolado.


—Yo le daré el biberón —anunció él, levantándose.


Ella se dirigió desnuda al baño.


—Buenos días, bribón —saludó Pedro a su hijo, cogiéndolo en brazos. El bebé se calmó de inmediato y sonrió al reconocerlo—. Tienes hambre, ¿verdad? Uf... Yo, también...



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