viernes, 20 de diciembre de 2019
CAPITULO 10 (TERCERA HISTORIA)
—¡Paula! —exclamó Manuel, sorprendido—. Me alegro de verte —la besó en la mejilla.
—Hola, Manuel—Paula le devolvió el gesto—. ¿Qué tal Rocio y Gaston?
—Muy bien. ¿Y tú?
—Bien —levantó el documento en alto—. Estoy perfecta —sonrió—. He terminado mis sesiones en el fisio y tengo que volver en diciembre para una revisión con Pedro.
Su hermano lo observó con su característico análisis escrutador.
—Rocio está en la cafetería —le dijo Manuel a ella—. Estará encantada de volver a verte.
—Claro —accedió, asintiendo—. Iré a saludarla. Espero que nos veamos pronto, Pedro.
—Yo, también, Paula —la besó como despedida.
Paula le dedicó a Pedro una sonrisa preciosa, tímida, pero preciosa... Y se fue.
Manuel se cruzó de brazos. Pedro gruñó y se sentó en su silla de piel.
—¿He interrumpido algo, Pedro? —lo pinchó adrede, apoyando las manos en el escritorio—. Te ha llamado Pedro, no doctor Pedro. ¿Qué ha cambiado?
—Se casa a finales de septiembre, así que olvida lo que estás pensando — abrió una ventana de internet y, sin darse cuenta, escribió en Google el nombre de ella—. Joder... —pronunció, atónito, al ver la cantidad de resultados que salieron de Paula Chaves.
Su hermano se colocó a su lado y observó la pantalla.
—¡Joder! —convino Manuel, tan anonadado como Pedro—. ¡Paula es famosa!
Cierto. Era famosa por ser la futura esposa de Ramiro Anderson, hijo del magnate inmobiliario Hector Anderson, un despiadado empresario que cumplía condena en prisión por fraude fiscal desde hacía cinco años.
—¿Paula está relacionada con un tío así? —bufó su hermano, robándole las palabras de la boca—, ¿la modosita de Paula?
—Retira lo que acabas de decir —lo amenazó Pedro, golpeándole el hombro.
—Perdona, joder —farfulló, frotándose la piel—. Lo he dicho sin maldad.
—No es ninguna modosita —gruñó—. Me ha puesto antes en mi lugar. Fui un grosero y me lo dijo.
Pedro soltó una carcajada.
—¿Desde cuándo grosero está en tu diccionario, Pedro? —se sentó sobre el escritorio—. Hablas igual de mal que yo.
—Desde que fui un grosero con ella —frunció el ceño.
—¡Pero si las mujeres te adoran! —suspiró de manera teatral—. ¿Qué tendrá Paula que te convierte en un... grosero? —se rio bien a gusto.
—Cállate —se levantó, furioso, apretando los puños.
—¡Vale, vale! —huyó hacia el sofá, donde se repantigó—. Ahora, dime, ¿por qué estás tan alterado?
—No sé, pero —se tocó el mentón, pensativo— creo que no se casa porque quiera casarse. Me ha hecho una pregunta muy rara, joder...
—¿Qué pregunta? —arrugó la frente.
—Me ha preguntado si alguna vez he sentido que mi vida no es mi vida, sino escenas que tengo que vivir para no defraudar a los que quiero.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario