lunes, 20 de enero de 2020
CAPITULO 89 (TERCERA HISTORIA)
—Lo siento —se disculpó Paula, ruborizada, estirándose el vestido en el regazo y retrocediendo hacia el extremo del sillón.
Entonces, él estalló en carcajadas. Se incorporó y la rodeó desde atrás con fuerza.
—¿Soy todas esas cosas, Pau? —le susurró al oído, entre ronco y divertido—. ¿Quieres saber tú qué clase de cosas eres?
—Estoy rica y soy bonita —bromeó ella.
—Discrepo. Estás muy, pero que muy, rica y eres muy, pero que muy, bonita, muñeca... —la besó en la mejilla—. Mi muñeca... —le retiró el pelo y la besó en el cuello.
Paula gimió, ladeándose para ofrecerle más piel. Se mareó, tambaleándose hacia atrás, hacia ese cuerpo tan duro, sólido, flexible y atrayente. Sus pesados párpados se cerraron.
Pedro, sentado sobre sus talones, la acomodó sobre sus piernas. Le quitó las Converse.
Después, agarró el borde del vestido y se lo fue subiendo hasta sacárselo por la cabeza. Ella se paralizó por los repentinos nervios que la asaltaron.
—También soy ansioso, Pau —trazó un recto recorrido con un dedo desde su nuca hasta su trasero—. Y muy caprichoso —le desabrochó el sujetador y se lo deslizó por los brazos lentamente—. Respira, muñeca...
Ella jadeó, soltando el aire que había retenido de forma entrecortada.
—¿Sabes también qué más soy? —continuó él, posando las manos en sus costados.
—No...
—Muy, muy, muy, muy, pero que muy, posesivo... solo contigo —y le apresó los senos.
—¡Pedro! —gritó, sobresaltada.
—Son míos —gruñó.
Masajeó sus pechos mientras le lamía el cuello.
Paula se arqueó, gimiendo sin parar por tales caricias. Pedro silueteó el contornó de sus senos con las yemas de los dedos. Los apretó, los frotó hasta enderezarlos sin piedad... Y todo ello regándola de besos por su piel, enajenándola hasta el infinito.
Ella se giró, necesitaba tocarlo, verlo... Se sentó a horcajadas sobre él y le quitó la camiseta, con ligero esfuerzo porque se ceñía a su anatomía y porque no podía estar más afectada de lo que estaba... Observó su torso desnudo y delineó las suaves ondulaciones de sus músculos con los dedos, arrastrando las palmas, mordiéndose la boca para silenciarse... La piel de los dos se erizó.
Sus alientos se extinguieron.
Contempló su rostro, salvaje por su violenta mirada, sin dejar de mimarle los brazos, los pectorales, el abdomen... La había capturado tan solo con mirarlo. Esos ojos del color de las castañas, rodeados por admirables pestañas, la envolvieron en un lazo invisible e indestructible que la mantenía atada a él de por vida, para siempre...
—Eres perfecto... doctor Pedro...
Pedro atrapó su trasero, pegándola a sus caderas, y se apoderó de sus labios. La embistió con la lengua al instante, incapaz de contenerse. Exigencia y penuria. Se besaron entre gemidos exagerados. Se abrazaron con fuerza. Se derritieron.
—Quiero comerte, Pau... Quiero comerte entera...
La tumbó en el sofá. La despojó de las braguitas. No quedó cabida para siquiera un resquicio de temor o cobardía. Con su héroe, la timidez se evaporaba. Eran sus ojos los que la tranquilizaban, intensos y poderosos, que rasgaban su piel y bombeaban su corazón a placer.
—Eres tan bonita... ¿Estarás igual de rica que de bonita? —sonrió con malicia.
Entonces, Pedro absorbió su pecho con la boca: primero uno... luego otro...
Utilizó las manos, la lengua, los labios, los dedos, los dientes... Y no se detuvo. Descendió por su tripa, su vientre...
—Pedro...
Él la miró un segundo antes de enterrar la boca en su intimidad...
Ella, lejos de asustarse, chilló, enloquecida.
—Joder... —aulló Pedro, sujetándole las caderas con firmeza—. No me pares, Pau... No me pares... —se relamió los labios—. No se te ocurra pararme...
Y besó su inocencia de nuevo.
Y Paula desfalleció...
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