lunes, 3 de febrero de 2020
CAPITULO 134 (TERCERA HISTORIA)
Paula esperó a Pedro en el invernadero. Había elegido un sencillo vestido, muy fino, de tirantes, escote recto, color aguamarina, muy favorecedor para el ligero bronceado que había adquirido, ceñido en la cintura, marcando los senos y largo hasta los pies. Calzaba unas sandalias planas doradas y un bolso bandolera a juego, que le cruzaba el pecho. Zaira le había recogido los cabellos en una trenza de espiga lateral y, en ese momento, Paula se estaba colocando pequeñas flores silvestres entre los mechones, que había arrancado del césped.
Terminó y paseó por los pasillos, acariciando pétalos, sonriendo y tarareando. Cerró los ojos, se giró e inhaló el aroma a naturaleza. Al alzar los párpados, descubrió a su novio... ¡Su novio!
Bueno, su amigo. Estaba apoyado en la puerta corredera, frente a ella, con las manos en los bolsillos de sus cortos vaqueros negros; llevaba una camisa blanca remangada en los antebrazos, las Converse negras y blancas que le había regalado Paula el día que se habían besado por segunda vez, el pelo desaliñado y esa hermosa sonrisa que la derretía. Se acercó a él, ruborizada y temblando por el persistente mariposeo de su interior.
—Muy bonita... —susurró Pedro al inclinarse. La besó con dulzura en los labios—. Y muy rica —le guiñó un ojo y entrelazaron las manos.
Se dirigieron al garaje y se montaron en el todoterreno. Todavía no era de noche, aunque las farolas de las calles ya se hallaban encendidas. El sol se había escondido en el horizonte, pero aún había luz crepuscular, su favorita.
Aparcaron en una de las calles más concurridas del centro de Southampton. Pasearon durante un rato en maravilloso silencio. Él la rodeaba por los hombros y ella, por la cintura.
—Creía que los amigos no hacían estas cosas —comentó Paula, traviesa.
—¿Sabes qué? —se detuvo y la soltó—. Tienes razón —agregó, serio—. Tú y yo solo somos amigos que... se abrazan de vez en cuando.
Ella se quedó boquiabierta, observando cómo Pedro continuaba andando por la calle con las manos en los bolsillos del pantalón. Se estiró el vestido.
¿A qué venía eso?
—¡Quiero ser tu novia! —exclamó, de pronto—. No quiero ser tu amiga. Bueno, sí quiero, pero... —apretó los puños al ver que él no paraba, que directamente la ignoraba—. Te amo...
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