sábado, 14 de septiembre de 2019
CAPITULO 19 (PRIMERA HISTORIA)
Pero el martes, ocurrió lo mismo... Tampoco pudo asistir. Ni el miércoles.
El director West se reía; pero él, no, quería estrangularla. ¿Para qué aceptaba una cita durante tres días seguidos si las cancelaba unos momentos antes?
Durante la cena en casa de sus padres, la semana anterior, había escuchado cada palabra que ella había pronunciado. No pasó por alto que las mañanas de los lunes, los miércoles y los viernes impartía clases en la escuela; las de los martes y los jueves, acudía al hospital Emerson, y los sábados y los domingos era la ayudante personal de la diseñadora de moda.
Entonces, ¿en qué invertía su tiempo las tardes de los lunes, los martes y los miércoles? ¿Ni siquiera contaba con unos minutos para dedicárselos al director del hospital más importante de Estados Unidos?
Pedro se dirigió a la cafetería para almorzar con sus hermanos. Los tres se acomodaron en uno de los tableros con unos sándwiches fríos y refrescos.
Bruno estaba ausente. Manuel le golpeó el hombro.
—¿Qué te pasa, tío? Apenas te hemos visto esta semana —comentó el mediano, abriendo el plástico de su comida.
—¿Es por ese traslado que tuviste el jueves pasado? —aventuró Pedro, antes de hincar el diente a su sándwich vegetal.
—Sí —musitó Bruno, embobado en la botella de Coca Cola—. Llevamos siete días haciéndole pruebas. Hay que operarla, pero la familia todavía no ha dado el visto bueno, y el coágulo aumenta.
—¿Es muy grande? —se interesó Manuel, serio.
El pequeño asintió, en un suspiro.
—Tan grande que la operación es muy complicada, por no decir imposible —Bruno apoyó los codos en la mesa—. El riesgo es de un noventa por ciento, pero si no se intenta, le quedarán días —agachó la cabeza.
—No es la primera vez que te encuentras con un caso de este tipo — Pedro entornó la mirada—. ¿Por qué estás así? Te involucras muchísimo con los pacientes, ya lo sabemos, pero esta vez estás... diferente.
Bruno respiró hondo y desvió los ojos a un lado.
—Porque es Nicole Hunter, la hermana de Lucia Hunter —se levantó y se fue.
Manuel y Pedro se quedaron atónitos.
—¿Lucia Hunter no fue el primer paciente fallecido de Bruno? —le preguntó Manuel.
Él afirmó con la cabeza.
Lucia Hunter había muerto a los diecisiete años de edad tras un derrame cerebral. La paciente había llegado a urgencias con parálisis facial.
Bruno se había encargado del caso al instante y le habían hecho las pruebas pertinentes.
Fueron cinco días en los que Bruno no durmió, ni se separó de Lucia. La intervinieron al cuarto día, pero, unas horas después de la operación, sufrió un segundo ataque que acabó con su vida.
Eso había ocurrido poco más de dos años atrás.
A raíz de la entrega, la responsabilidad y la profesionalidad de Bruno, el director West le ofreció el cargo de jefe de Neurocirugía, pero, al principio, él se negó; el director insistió y Bruno aceptó un año después. Ese caso le afectó tanto, que estuvo meses acudiendo a un psicólogo. Todavía se culpaba, aunque no había hablado nunca de Lucia Hunter con ellos.
—Por cierto, ¿a ti qué te pasa? Porque llevas también unos días un poco raro —le dijo Manuel, antes de apurar su refresco de naranja.
—A mí, nada —se encogió de hombros.
En ese instante, escucharon el característico jaleo de cada jueves. Sin embargo, en esa ocasión, no fue Pedro quien gruñó, sino su hermano.
—Espero que te comportes —sentenció Manuel, de pronto.
—¿Tú me vas a dar consejos sobre cómo tratar a una mujer? —se incorporó él, furioso por su aviso—, ¿tú, que las utilizas como trapos de cocina?
Entonces, su hermano desorbitó los ojos.
—¿Has dicho mujer? —emitió una risita—. Creía que Paula era solo una niña. Mmm..... —se tocó el mentón, escrutando su cara—. Interesante, Pa, muy interesante...
Pedro se ruborizó, sin poder evitarlo, y se alejó del idiota de su hermano.
Tiró los plásticos a la papelera, giró al salir de la cafetería y se chocó de lleno con la bruja de sus pesadillas en las escaleras. La sujetó de inmediato en un acto reflejo. Y el condenado aroma a primavera lo agitó aún más.
Observó sus claros ojos turquesa, un color que jamás había contemplado en una mirada; mirada que, por cierto, revelaba pánico. Frunció el ceño.
¿Le tenía miedo? La soltó lentamente, no adrede, sino porque sus manos se negaban a separarse de ella, de sus esbeltos brazos, de ese agradable calor que irradiaba... Calor, luz, sol...
¡No, no y no!
—Paula —la saludó él, con un deje áspero en la voz que lo sorprendió.
—Doctor Alfonso—murmuró ella, seria, con ese sonrojo que tanto le recordaba al pomelo.
Pedro la rodeó y se marchó a su despacho. Le ordenó a la enfermera Moore que nadie lo molestara, que lo avisaran por el busca.
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