domingo, 15 de septiembre de 2019
CAPITULO 21 (PRIMERA HISTORIA)
Él inhaló aire y lo expulsó sonoramente. Se quitó la bata y se colocó la chaqueta y el abrigo. Se enroscó la bufanda de cachemira en el cuello y se marchó. Manuel le mandó un mensaje, diciéndole que lo esperaban en el bar que había enfrente del hospital. Pedro odiaba ese local porque solo acudían médicos. Prefería desconectar, no oír parlotear sobre enfermedades, operaciones y quejas del servicio. Procuraba no frecuentarlo, salvo lo necesario, que se resumía a los cumpleaños de sus compañeros.
Sus hermanos estaban en un lateral de la barra. Bruno tenía la misma expresión desolada que por la mañana.
—¿Alguna novedad? —se interesó Pedro—. Una cerveza, Mike, por favor — le pidió al dueño.
El bar era un cuadrado pequeño, de altos techos y acristalado en tres de las cuatro paredes.
—La intervención será el sábado —les informó el pequeño, en un susurro —. Mañana no voy al hospital, tengo que repasar mis apuntes.
—Has hecho miles de operaciones de ese tipo —lo animó el mediano.
—Lo siento, me voy. No estoy de humor —pagó las bebidas de los tres y añadió—: Luego nos vemos —y se fue, taciturno, muy preocupado.
—¿Tú qué vas a hacer mañana por la noche? —le preguntó Pedro a Manuel.
—¿Tú qué crees que voy a hacer mañana por la noche? —se rio su hermano antes de apurar la cerveza—. Espera... —entrecerró los ojos—. ¿Vas a llevar a alguna mujer a casa?
Pedro gruñó como respuesta.
—¡Joder! —profirió Manuel—. ¿Desde cuando llevas mujeres a casa? ¡Jamás lo has hecho! —estaba alucinado—. Te recuerdo que Manuel va a estar estudiando, así que intenta no hacer demasiado ruido —se carcajeó—. Por mí, no te molestes, dormiré fuera.
—Ya vale —le avisó, conteniéndose. Todo el local los observaba con mucha curiosidad. Bebió un largo trago.
—¿Y cómo es que vas a romper tu regla número uno?
—Déjalo —clavó los ojos furiosos en su hermano—, no me sacarás información.
—Nunca te saco información —sonrió, pícaro—, me entero por mis propios medios. Por cierto —adoptó una actitud seria y pidió otra cerveza—, ¿qué quería el director de Paula y de ti?
Aquel nombre aceleró sus latidos. Incómodo, se removió en el taburete.
—¡Joder! —repitió su hermano, boquiabierto—. ¡Es Paula a quien vas a llevar a casa!
—¡Baja la voz! —sus cejas estaban tan unidas que parecían una sola—. Es imposible ocultarte nada, tío... Ni un solo comentario, ¿entendido? —lo apuntó con el dedo—. Es por trabajo, nada más.
—¿Trabajáis juntos un viernes por la noche? ¿Y desde cuándo, si puede saberse?
—El director quiere organizar un seminario para ayudar a los padres de los niños enfermos a afrontar situaciones de crisis —se encogió de hombros, fingiendo indiferencia—. Nos ha pedido que lo hagamos entre los dos. Serán cuatro viernes de conferencias, desde la semana que viene hasta Navidad.
—Pero mañana por la tarde no trabajáis ninguno de los dos —recordó Manuel, extrañado—. ¿Por qué...? —de repente, sonrió—. Parece que, después de todo, la niña colorida se está convirtiendo en...
—Ni se te ocurra —lo cortó, malhumorado—. Es trabajo, nada más — insistió, y aprovechó para intentar convencerse a sí mismo. Apuró la bebida y se levantó.
—¿Y Alejandra? La vi ayer y me preguntó por ti. Me dijo que no le devuelves las llamadas desde hace casi quince días, los tiene bien contados —no varió su innegable alegría—. Doy por hecho que tampoco la vas a ver este fin de semana —y añadió en un murmullo—: Esto se pone interesante, Pa, pero que muy interesante...
Pedro apretó los puños un segundo y se fue, echando pestes.
No le hacía falta hablar con Alejandra. Su esporádica relación estaba clara desde el principio, aunque sí era cierto que últimamente le mandaba mensajes casi todos los días, contándole tonterías. Él le respondía con monosílabos, las explicaciones se las guardaba, una norma que aplicaba a cualquier persona de su entorno. Su vida era suya y de nadie más.
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