lunes, 16 de septiembre de 2019

CAPITULO 24 (PRIMERA HISTORIA)




Pedro se separó de ella con tanta brusquedad que Pau tuvo que sujetarse al taburete.


—¿Paula? —pronunció Manuel, incrédulo—. ¡Joder! ¡Eres tú!


La aludida se dio la vuelta.


—Hola, Manuel —le sonrió con labios trémulos.


Su amigo la contemplaba con excesiva fascinación.


—¡Manuel! —le reprendió ella, arrugando la frente.


—Perdona... —parpadeó—. ¿Dónde te has metido todo este tiempo, peque? —la tomó de las manos y la arrastró hacia el salón—. Estás preciosa.


—No lo está, lo es —le corrigió el mayor de los Alfonso en un gruñido.


Aquel comentario pinchó el vientre de Paula, otra vez... ¿Eso creía el doctor Alfonso?


Manuel emitió una carcajada y le dedicó a su hermano una mirada traviesa.


—Vámonos a tomar una copa. ¿Ya habéis terminado?


—No, no —contestó ella, que se alejó hacia la entrada y se puso el abrigo, colgado del perchero—. Yo me voy a mi casa.


—De eso nada, peque —negó con la cabeza—. ¿Te apuntas, Pa?


Pedro sonrió lentamente y asintió. Desapareció por el pasillo, hacia el extremo donde solo había una puerta.


—Que no, Manuel —insistió Pau. Se enroscó la bufanda, asustada, deseaba salir corriendo de la guarida de los tres mosqueteros—. No voy a dejar a mi abuela sola.


—Eso tiene fácil solución —marcó un teléfono en el móvil y se lo puso en la oreja—. ¿Sara? —sonrió—. Soy Manuel... Sí... Pues mira, intentando convencer a tu nieta de que salga a bailar conmigo... —se echó a reír.


—¡Manuel! —se lanzó a él para quitarle el aparato, desesperada.


—Muy bien, Sara, la devolveré sana y salva de madrugada... Otro enorme para ti, Sara... —colgó—. Ya está, peque —la rodeó por la cintura, la elevó del suelo y le besó la mejilla de forma sonora.


—¡Manuel! —se retorció a gritos, furiosa—. ¡No quiero!


—Sí quieres —enarcó las cejas, inmovilizándola.


—¿Nos vamos? —los interrumpió el doctor Alfonso, con los ojos entornados al fijarse en la postura cariñosa en que se encontraba Paula con su hermano.


—Bájame —masculló ella, incómoda.


—¿Y si no quiero? —la desafió su amigo, inclinándose y empleando, sin éxito, sus métodos de seductor.


—Si no deseas sufrir un percance en esa parte de tu anatomía a la que tanto cariño tienes, donde está mi rodilla ahora mismo, te aconsejo que me sueltes —sentenció Paula, decidida a cumplir la amenaza.


—Vale, vale... —rumió Manuel, obedeciéndola.


Ella se estiró el abrigo con recato y alzó el mentón. Pedro procuraba ocultar la risa, pero su hermano le golpeó el hombro al pasar a su lado, lo que provocó que se carcajeara abiertamente.


—Puedo reírme yo también, Pa —musitó un muy enfadado Manuel.


Al doctor Alfonso se le borró la alegría del rostro al instante. Paula no entendió lo que pasaba, pero prefirió no preguntar.


Salieron a la calle y tomaron un taxi. Diez minutos más tarde, pararon frente a una discoteca muy exclusiva que frecuentaba la juventud de la alta sociedad bostoniana, The Boss. Un escalofrío la recorrió.


—Mejor me voy —anunció ella, sintiéndose fuera de lugar.


—Yo empiezo mañana una guardia de cuarenta y ocho horas —le dijo Pedro, ofreciéndole la mano—. Estamos un rato y te acompaño a casa — sonrió.


No pudo negarse... Se fundió, a pesar del frío otoñal que asolaba la ciudad.


Aceptó el gesto. El contacto le debilitó las piernas, aunque estaba segura de que, si tropezaba, ese desconocido la ampararía en el acto.


En cuanto entraron, Manuel se perdió de vista con un grupo de mujeres. Pau se dejó guiar por el doctor Alfonso hacia uno de los sofás blancos y sin respaldo que había al fondo. Un camarero se acercó a ellos.


—Cerveza y agua, por favor —le solicitó Pedro.


El hombre uniformado asintió y se mezcló con la muchedumbre, que cantaba y bailaba al ritmo de la música actual.


—¿Estás bien? —le preguntó el doctor Alfonso al oído.


Ella afirmó con la cabeza.


—Estás mintiendo —le sonrió él.


A Paula se le escapó una risita.


—¿Te ha comido la lengua el gato, Paula?


Pau se sobresaltó, estaban demasiado cerca, sus piernas se rozaban... Se quitó el abrigo, se estaba asfixiando, y sospechaba que no era solo por el calor que hacía en The Boss. A continuación, giró el rostro en su dirección y sus narices se tocaron. Desorbitó los ojos. Fue a retroceder, pero Pedro no se lo permitió, sino que la rodeó por la cintura y la atrajo aún más hacia su cuerpo.


La respiración de ella se ralentizó, apagándose poco a poco.


¡Peligro, peligro, peligro!


—¿El jueves que viene nos vemos para preparar la primera conferencia? —le susurró él, rozándole la oreja con los labios.


Paula cerró los párpados en un acto reflejo. Madre mía... ¡Necesitaba aire!


¿Qué le pasaba a ese hombre? La detestaba, ¿o no?


—¡Pedro! —gritó alguien, interrumpiéndolos.


Pau aprovechó y se apartó, a un metro por lo menos.


—Alejandra —gruñó él, antes de incorporarse para saludar a la recién llegada.


Y Paula se quedó estupefacta al ver cómo esa mujer se abalanzaba sobre Pedro y lo besaba sin reparos en la boca.


Su pecho se oprimió en un puño. Incapaz de presenciar la escena, se levantó, recogió sus cosas y se marchó. Se le formó tal nudo en la garganta que no podía inhalar oxígeno con normalidad. En la calle, corrió hacia su casa, sin detenerse hasta que se encerró en el portal, donde se derrumbó en el suelo y lloró sin emitir sonido.


Una estúpida, porque se había enamorado del doctor Alfonso... Después de siete meses, lo reconocía al fin. Era una auténtica catástrofe. 


Tenía que olvidarse de él. Ni le convenía ni la correspondía.


¿Y cómo lo hago?





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