jueves, 19 de septiembre de 2019
CAPITULO 35 (PRIMERA HISTORIA)
Era pasada la medianoche y la mayoría de los periodistas y fotógrafos se habían marchado; sin embargo, quedaban algunos y no quiso correr el riesgo de que vieran a Paula salir con él, cuando había entrado con su hermano. Al día siguiente, la imagen de Manuel y ella juntos sería portada de las revistas, su hermano siempre era noticia.
Lo último que deseaba era que la criticaran.
Odiaba la prensa y los cotilleos, no soportaría que Paula se convirtiera en el centro de las habladurías. Bastante le disgustaba ya que la familia Alfonso, en concreto los tres hermanos, fuese noticia a diario; ella no se lo merecía.
Se sentó primero y le permitió intimidad, agachando la cabeza. Y cuando Paula se acomodó detrás, Pedro giró medio cuerpo y le colocó el casco con suavidad, se puso el suyo y activó el mando para que la puerta trasera del garaje se abriera, así no tendrían que cruzarse con los periodistas de la entrada principal.
Paula lo abrazó por la cintura. Pedro controló el temblor que le sobrevino al sentir sus piernas a su alrededor y su cuerpo abrazándolo. Y emprendieron el camino. El trayecto fue demasiado corto... Aparcó en la misma acera del portal. La calle estaba desierta, excepto por algún coche que transitaba por la calzada.
Esperó a que se apeara y, luego, se bajó él.
—Gracias por traerme —le entregó el casco.
—De nada —se lo colgó del brazo y se quitó el suyo—. ¿Trabajas mañana?
Paula negó con la cabeza, sonrojada, mirando a cualquier sitio menos a Pedro.
— Lo tengo libre, ¿y usted?
Pedro se mordió la lengua. ¿Tan difícil era que lo tuteara y que lo llamara por su nombre?
—Yo, también —la acompañó hasta la puerta—. Buenas noches.
—Buenas noches, doctor Alfonso —sonrió con timidez y se metió en el edificio.
Cuando se perdió de vista por las escaleras, él se montó en la moto y se dirigió a su casa. Pero no durmió. Se quitó la ropa y se tumbó en la cama, en calzoncillos. Cogió el móvil y leyó la conversación que había mantenido con ella; la leyó una y otra vez, hasta que Manuel irrumpió en su habitación y se sentó en el borde del colchón. Bruno lo hizo, un minuto más tarde, en el otro lado. Y se echaron a reír, incomodándolo.
Él les lanzó los cojines, enrabietado; ellos los sortearon y, por fin, se contagió de las carcajadas.
Se tomaron una cerveza en la cocina mientras charlaban.
—¿La trato mal? —les preguntó Pedro, de repente, serio.
—Bastante mal —contestó el mediano.
—Ernesto está interesado en ella —musitó Pedro, con los ojos perdidos en el botellín, rodándolo entre las manos—. He visto cómo la mira. Le pidió a mamá que se la presentara.
—Con Alejandra no te importó —comentó el pequeño, frunciendo el ceño.
Hacía dos años que se había acostado con Alejandra por primera vez. Lo había atraído en el ámbito carnal, pero en nada más. La decoradora era novia de Ernesto cuando se encargó de amueblar el piso de los hermanos Alfonso, pero terminó la relación y buscó a Pedro, hasta que lo encontró. Él había sido sincero desde el principio: solo sexo.
Alejandra era una mujer buena, cariñosa y alegre, y pertenecía a una de las mejores familias de Boston; no obstante, eso a Pedro nunca le había tentado lo suficiente como para lanzarse a una relación, ni con ella ni con ninguna otra.
No habían salido a cenar, no habían estado a solas fuera de la casa de Alejandra y solo habían quedado cuando él había tenido un mal día y había necesitado desconectar. Ella sabía que Pedro no mostraba afecto en público; entonces, ¿por qué en The Boss lo había besado?
Alejandra continuaba mandándole mensajes, a pesar de haber roto, pero Pedro no respondía, ni siquiera los leía, los borraba directamente; solo le interesaban los que procedían de una adorable bruja de cabellos anaranjados y aroma primaveral...
—Ernesto es de los que persisten —afirmó Manuel, muy serio—. Habrá que prevenir a Paulaa. Es demasiado inocente para saber a qué atenerse con Sullivan —apuró la bebida.
Aquello lo sobresaltó.
—¿Crees que la perseguirá? —Pedro se inquietó—. Paula no se mueve en los mismos círculos que Manuel.
—Siento decir esto —intervino Bruno, levantando las manos—, pero estamos hablando de Ernesto, es más casanova que tú, Manuel. Y mamá está más que dispuesta a introducir a Paula en sus obras de caridad. Me lo ha dicho
papá.
— Paula estará encantada de ayudar a mamá —sonrió el mediano—. Las dos se dedican a lo mismo, aunque a distintos niveles —se encogió de hombros.
—Pero si Paula acepta —añadió Pedro, inclinándose sobre la barra americana—, Ernesto tendrá pleno acceso a ella —golpeó con el puño en la encimera—, si es que no sabe ya lo de Hafam.
—Oye, Pa —le dijo el pequeño, con el semblante cruzado por la gravedad —, una de las sociedades que tiene Ernesto es la que quiere cerrar Hafam.
—Y si a eso le añadimos que le quitaste a Alejandra... —murmuró Manuel, con la
misma expresión—. Nunca te perdonó.
Pedro lanzó el botellín a la basura y se encerró en su habitación de un portazo. Un remolino de emociones se apoderaron de su cuerpo.
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