domingo, 22 de septiembre de 2019
CAPITULO 45 (PRIMERA HISTORIA)
El doctor Alfonso tenía los cabellos revueltos, algo que la sorprendió y embriagó a partes iguales. Ella se ruborizó en exceso y se mordió el labio inferior al verlo tan guapo en su traje, con chaleco y la bata blanca. Llevaba una corbata gris con motitas verdes casi imperceptibles... ¿Acaso era una broma?, se cuestionó, ¿también iban conjuntados ese día?
El destino se lo estaba pasando de fábula con ella...
Qué guapo es... Lo que daría por peinarlo... Y por que me besara otra vez...
—Ha venido un hada, Pedro —le contó uno de los niños.
—¡Que no! ¡Es Cenicienta! —rebatió la niña de antes, brincando de felicidad.
Paula se puso en pie, a pocos pasos de él.
—Doctor Alfonso —lo saludó ella en un hilo de voz.
Los ojos de Pedro se tornaron grises por completo. Le contempló largamente los cabellos sueltos, y los labios... Y se agachó.
—No es un hada —les aclaró a los niños, sin dejar de mirarla—. Es una bruja.
—¿Una bruja? —repitió uno de los pequeños—. Las brujas son malas...
Paula silenció una exclamación, estupefacta.
¿Una bruja? ¡Una bruja!
—Creo que es una bruja buena —contestó él—, no lo sé seguro.
—¿Y cómo lo averiguamos? —se interesó el mismo niño, tirando de las solapas de su bata blanca.
—Tampoco lo sé —declaró el doctor Alfonso, aún con sus ojos clavados en los de ella—, pero lo que sí sé es que hay que tener cuidado porque, si te acercas mucho, sale corriendo, así que no creo que sea una bruja mala — meneó la cabeza—, sino una bruja asustadiza. Mirad, os lo demostraré —se incorporó, ante la concentración de todos, personal y pacientes del hospital, y avanzó hacia Paula, despacio, atractivo, tentador.
Ella recordó el indescriptible beso...
¡Peligro, peligro, peligro!
En un acto reflejo, Paula retrocedió, lo que robó muchas risas a los presentes, adultos y pequeños.
Ay, Dios... ¿Algún médico en la sala que me socorra, que no sea el doctor Alfonso, por favor, y que, además, no me haya visto hacer el ridículo? ¿No? ¿Nadie?
—A vuestras habitaciones, niños —les ordenó Pedro, acompañándolos al pasillo y asegurándose de que obedecían, a pesar de sus lamentos y gimoteos —. Hola, mamá —saludó a su madre, cuando se reunió de nuevo en la recepción con ellos.
—¡Hola, cariño! —la señora Alfonso se arrojó a su cuello.
Paula sonrió ante la muestra de afecto y, también, al percatarse de cómo él había tratado a los pequeños, y la confianza que ellos depositaban en su pediatra.
—Iré a prepararme —anunció Pau, pasando por su lado.
—Estás preciosa, bruja —le susurró Pedro al oído, asegurándose de que nadie más lo escuchaba.
Ella se sobresaltó, pero no se detuvo.
Ay, madre...
Sus pulsaciones aminoraron hasta casi desaparecer. Se le aflojaron las rodillas, aunque, en cuanto giró a la izquierda, corrió el último tramo. Al entrar en la sala donde se llevaría a cabo el seminario, se encerró y se deslizó por la puerta hacia el suelo. Inhaló aire y lo expulsó repetidas veces. Cuando se hubo relajado y pudo volver a respirar con normalidad, se levantó y caminó hacia la mesa. Se sentó, sacó sus papeles doblados y procedió a repasar la conferencia.
Su teléfono vibró al instante.
Pedro: Te mentí. No siento en absoluto haberte besado y quiero volver a hacerlo.
El corazón de Paula se paralizó.
Paula: No juegue conmigo, doctor Alfonso.
Pedro: Jamás jugaría contigo. ¿De eso tienes miedo?
Se quedó pensando la respuesta unos segundos. Las lágrimas amenazaron con salir.
Paula: Creo que la realidad es muy clara.
Pedro: No te entiendo.
Suspiró, cogiendo fuerzas.
Paula: Yo no soy como las demás mujeres con las que has estado, ni lo seré nunca. Y supongo que habrán sido muchas más que Alejandra: cuerpos espectaculares, vestidos ajustados y elegantes, maquilladas a la perfección, exitosas, guapísimas y extrovertidas. Y no hablo desde los celos, sino desde la verdad. Y la verdad es que yo jamás he salido con un hombre, ni siquiera con un chico en el instituto. Llevo muchos años metida en mi burbuja de dibujo animado, donde estoy cómoda y tranquila. No sé lo que es salir de fiesta y mi primera copa con amigos fue con tus hermanos, en el bar de enfrente del hospital. Tengo veintidós años, catorce menos que tú, no tengo experiencia en nada, ni tablas en el mundo en el que te mueves, ni dinero, ni siquiera estudios, porque no fui a la universidad. Me siento orgullosa de ser quien soy, pero no quiero que me veas inferior a ti, porque eso te haría sentir con derecho a manejarme a tu antojo, a burlarte de mí, a reírte, como ya te has reído y te seguirás riendo, sobre todo, en casa de tus padres... Así que, por favor, no juegues conmigo. Ambos sabemos que yo no soy una mujer de una noche y que pertenecemos a dos mundos muy diferentes: tú eres el doctor Alfonso y yo soy Paula, a secas. ¿Qué pinta un hombre como tú besando a una chica como yo? Divertirse un rato, salir de su monotonía... nada más. Lo de ayer fue un error que no volverá a repetirse.
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