lunes, 23 de septiembre de 2019
CAPITULO 48 (PRIMERA HISTORIA)
El chófer de sus padres los esperaba a la salida del hospital. Catalina no paraba de cotorrear, era la única que hablaba. Paula y Pedro, en cambio,
estaban sumidos en un silencio sepulcral. Él iba sentado en el asiento del copiloto, observando las calles a través de la ventanilla, luchando contra las ganas de mirarla por el espejo retrovisor.
Alcanzaron el hotel Liberty, en el centro de Beacon Hill, donde se llevaría a cabo la gala que estaba organizando Alfonso & Co. Había sido Catalina quien había creado la asociación, sola y dispuesta a luchar por un mundo mejor, o purificar el existente en la medida de lo posible, según sus palabras.
El gran salón de baile del hotel ya estaba decorado, aunque los miembros de la asociación habían decidido que la gala fuera una mascarada: doscientos noventa invitados asistirían al baile de disfraces, en el que cenarían aperitivos fríos y calientes, beberían champán y vino y disfrutarían del baile hasta el amanecer.
Pedro estuvo dos horas acatando las órdenes de su madre —revisaron el espacio infinidad de veces, imaginándose dónde pondrían el mobiliario— y Paula se dedicó a realizar llamadas telefónicas, aunque Pedro no sabía a quién porque se esforzaba en mantenerse alejada de él. Resultaba insoportable, en especial cuando sus ojos se cruzaban una milésima de segundo. La tristeza persistía en los de Paula. No había enfado, solo una profunda desilusión. ¡Y cómo deseaba Pedro borrarle tal suplicio a base de besos, caricias y abrazos! Lo que más ansiaba era estrecharla entre sus brazos...
Se había vuelto loco. Ya era una realidad. Loco por Paula, a secas.
—Bueno, por hoy, hemos terminado —anunció Catalina, en la doble puerta abierta del gran salón.
Los jóvenes asintieron y salieron los tres al exterior. Se subieron en el coche y el chófer condujo hacia la casa de Paula. Se detuvieron en la misma acera del portal.
—¿Por qué no vienes el sábado a cenar a casa? —le sugirió la señora Alfonso.
—Lo siento, pero no puedo —le respondió Paula—. Ya tengo un compromiso. Gracias por traerme.
¿Un compromiso? ¿No se supone que nunca sales de tu burbuja de dibujo animado donde estás cómoda y tranquila?
Él se enfureció. Apretó el puño donde descansaba el mentón.
—Gracias a ti por ayudar, cariño —Catalina la besó en la mejilla—. ¿Algún hombre guapo? ¿Es una cita? —insistió con una sonrisa pícara.
—Bueno, yo... —carraspeó, nerviosa—. No es exactamente una cita, pero es importante.
¿Qué demonios significa eso? ¿Y su titubeo? ¿Una cita?
Pedro se contuvo para no exigirle explicaciones, porque no tenía ningún derecho, pero los celos lo estaban devorando sin piedad.
—Espero que te lleve a un sitio a tu altura —se preocupó su madre con cariño—. Dicen que un hombre se define por el lugar al que lleva a cenar a una mujer en la primera cita —se rio.
A Pedro se le escapó una carcajada espontánea por ese comentario. Su única cena con Paula había acabado metida en la nevera y ella, corriendo en dirección contraria. Fracaso rotundo antes de empezar.
—En realidad... —dudó Paula—. Es en el Bristol Lounge.
Bastian dejó de respirar. El Bristol Lounge era el restaurante del lujoso hotel Four Seasons, ubicado al otro lado del Boston Common. ¿Qué diantres hacía ella en un edificio frecuentado por gente que se movía en círculos tan opuestos al suyo, gente con la que Paula, a secas no encajaba, según ella?
Gruñó.
Las dos mujeres le oyeron y se callaron. A continuación, él se bajó del coche y le abrió la puerta a Paula. La miró, pero la pelirroja no le devolvió el gesto y huyó lo más rápido que pudo hacia la preciada torre de marfil que era su casa.
—Gracias de nuevo —le dijo Paula a Catalina, agitando la mano en el aire.— Te llamaré, cielo. ¡Que disfrutes de tu no cita!
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