martes, 10 de septiembre de 2019

CAPITULO 5 (PRIMERA HISTORIA)




En ese momento, el jefe de Pediatría la vio, se giró y se esfumó por el pasillo en dirección a su despacho. Ella ignoró la punzada de dolor que sintió ante tal gesto. Era obvio lo mucho que la despreciaba. Paula apretó un segundo la bolsa que llevaba en la mano. ¿De verdad será gay?, se preguntó.


Sus profundos ojos castaños, de un marrón que se asemejaba a la madera envejecida, rozando el gris, desprendían un calor tan maldito que atravesaba sus gafas de diseño y quemaba la piel de Pau sin ni siquiera rozarla.


—He acabado mi turno por hoy —le dijo Manuel, abrazándola por los hombros—, ¿puedo ayudarte? —alzó las cejas de manera insinuante.


Ella se echó a reír y asintió.


—Siempre traigo más narices por si cierto médico decide sorprendernos a todos y sonreír —contestó Paula, guiñándoles un ojo a los dos mosqueteros.


Los hermanos Alfonso soltaron una fuerte carcajada.


El busca de Bruno sonó.


—Tengo que irme, chicos —se disculpó Bruno. Besó la mejilla de ella y palmeó la espalda de Manuel—. Deberías aceptar cenar con nosotros alguna noche, Pau —añadió, de camino a los ascensores—. Prometemos encerrar a Pedro mientras estés en casa.


Ella sonrió.


—Si de verdad lo prometéis, por mí, encantada.


—Vamos, peque —Manuel la condujo hacia el vestuario de las enfermeras.


Maria y Sofia, las ayudantes de Paula, los siguieron. Eran gemelas, de veinticuatro años: altas, estilizadas, cabellos negros y alisados hasta las axilas, ojos verdes, siempre maquilladas y con tacones. Eran idénticas y vestían siempre iguales, solo se diferenciaban por los gestos.


Cuando Paula las vio por primera vez, pensó que aquellas gemelas se habían equivocado. ¿Qué pintaban dos modelos —porque, además, eran modelos de revista—, perdiendo el tiempo en disfrazarse de payasos? Pero se percató, enseguida, de que las apariencias engañaban y las había juzgado sin motivo y sin conocerlas. 


Maria y Sofia eran las hijas de un importante empresario de telecomunicaciones y se movían en los altos círculos millonarios, pero no eran superficiales, sino entrañables y se dedicaban a causas de beneficencia.


Los cuatro se colocaron batas blancas con cuadros rojos, verdes, azules y amarillos, simulando el parchís; eran varias tallas mayores que sus cuerpos, menos para Manuel, a quien la suya le quedaba graciosamente estrecha. Se pusieron la nariz roja de goma y cogieron globos.


—¡Vamos! —exclamó Paula, brincando, deseosa de empezar.


Y comenzaron la tarde divertida de la semana. 


Paula, además, completó su disfraz con una peluca rosa chillón, rizada y corta. Entraron cada uno en una habitación y fueron entreteniendo a los niños. A ella, le encantaba inventarse cuentos mientras acompañaba las historias creando formas o animales con los globos.


Cuatro horas después, se metió en el último cuarto, el diecinueve.


—¡Hola! —saludó, tocando una trompeta—. ¿Quién es esta niña tan bonita que hay aquí? —se quedó sorprendida porque, en verdad, era preciosa.


—Soy Ava —sonrió con dulzura, a pesar de su palidez y su malestar.


—Yo soy Paula, pero todos me llaman Pa...


—Paula —la cortó Pedro. La aludida se giró de golpe—. Ava está recién operada, no es bueno tanto jaleo para ella —le informó él, encaminándose hacia la cama, con los ojos fijos en la niña—. Ava necesita descansar.


Paula parpadeó, confusa, ante el tono rudo de su voz. El doctor Alfonso era serio en general, y muy seco con ella, pero jamás la había echado.


—Parece que es usted quien necesita descansar, doctor Alfonso —le rebatió mientras hacía una flor con un globo rojo, que le entregó a la niña—. Para ti, cariño.


—¡Gracias!


Ava estiró un brazo para coger la flor, pero Pedro se le adelantó. Se incorporó y la observó, entornando los ojos. Paula se irguió, sin perder la sonrisa, sabía que eso lo enervaba más. Su abuela, con quien vivía, siempre le decía que, cuando se topase con gente tan estirada, sonriera.


—Seré más claro —dijo él, antes de respirar hondo, conteniéndose—. Por favor —y señaló la puerta con la cabeza.


Tanto la niña como su madre entreabrieron las bocas, atónitas.


El corazón de Paula recibió un latigazo. Se obligó a no desfallecer, aunque se le formó un grueso nudo en la garganta. Se inclinó en una cómica reverencia, le sacó la lengua, para diversión de Ava, y obedeció.




No hay comentarios:

Publicar un comentario