sábado, 28 de septiembre de 2019

CAPITULO 65 (PRIMERA HISTORIA)




Una mano le zarandeó el hombro a Paula, que estaba en shock. Una mujer de más de setenta años, bajita y algo rellenita, de pelo canoso recogido en la nuca en un moño elegante y sobrio, le dedicó una sonrisa traviesa.


—Retócate, hija —amplió la sonrisa—, o todos creerán lo que no deben creer, ¿cierto?


Paula afirmó con la cabeza y, con manos temblorosas, destapó el pintalabios.


—Déjame a mí, tesoro —la anciana le quitó el carmín y se lo aplicó con habilidad y delicadeza.


Paula se sintió estúpida. Frunció el ceño. Las demás habían entrado en los escusados. La desconocida no dejó de sonreírle de un modo tan cariñoso y tranquilo que le recordó a Bruno.


Qué tontería...


—Gracias —musitó Paula, guardando el carmín en el bolsito.


—Eres preciosa y muy joven. No me extraña que mi nieto beba los vientos por ti.


Aquello la paralizó.


—¿Usted es...?


—La abuela de Pedro. Samuel es mi hijo —asintió la señora, cruzando las manos en su redondeado regazo—. Me llamo Ana. Y tutéame, por favor, que soy mayor, pero, si me tratas de usted, me sentiré más vieja.


Ambas se rieron.


—Es un placer, Ana —sonrió Paula.


—¿Cuántos años tienes, cielo? Perdona mi curiosidad.


—Veintidós —contestó, ruborizada.


Ana arqueó sus cejas blancas y finas. Era una mujer aristocrática, sin ninguna duda. Infundía un inmenso respeto, pero, lejos de intimidarla, se sintió a gusto junto a ella.


—Para mí, sí que es un verdadero placer conocerte —convino la anciana señora Alfonso—. Me han hablado muy bien de ti. Mi hijo y mi nuera cuentan maravillas. Perteneces a la asociación de Catalina, ¿verdad?


—Oficialmente, todavía no —contestó con timidez—, aunque espero formar parte de Alfonso & Co muy pronto —sonrió.


—Me parece una gran idea —le acarició el brazo—. Ahora, vuelve a tu mesa. Se estarán preguntando dónde te has metido —le besó la mejilla libre de pintura negra.


—Claro —arrugó la frente y salió al corredor, donde dibujó una lenta sonrisa en su rostro mientras se dirigía al gran salón.


Sin embargo, se esfumó la alegría en cuanto Georgia se topó en su camino.


—Bonito vestido, Paola —la repasó con fría altanería—. ¿Otro regalo?


Los que estaban a su alrededor se giraron con discreción.


—Sí, un vestido muy bonito —convino una voz femenina a su espalda—. Y se llama Paula, pero supongo que eso ya lo sabes, ¿a que sí, Georgia?


Era Catalina, que observaba a la señora Graham con una gélida sonrisa.


Georgia asintió con cierta rigidez y desapareció. 


La señora Alfonso arrugó la frente un segundo.


—Termina de cenar, Paula —le ordenó Catalina—. Perdona mi rudeza... —se corrigió, tomándola de las manos—. Vamos, te acompaño.


Ernesto y el resto de comensales se incorporaron al verla.


—¿Dónde estabas? —le susurró Rocio.


—El baño estaba... —pero se detuvo porque un camarero le sirvió una copa de cerveza—. Gracias —le dijo entre risas.


En ese momento, su móvil vibró dentro del bolsito. Lo sacó. Descubrió un mensaje de Pedro.


Pedro: Disfrútala.


Se ruborizó. Un regocijo se instaló en su estómago. Tecleó la respuesta.


Paula: Eso haré, doctor Alfonso, pero prefiero disfrutarla de otra manera...


Pedro: Dímelo y cumpliré todos tus deseos.


Paula: Ráptame y te lo diré...


Pedro: Joder, Paula... No tienes ni idea de lo que me haces cuando me dices esas cosas...


Paula: Creo que necesitas que te lave la boca, doctor Alfonso.


Pedro: Hazlo, pero a besos...


Moore le tocó el brazo.


—¿Estás bien, Pau?


—¿Eh? —la observó sin comprender.


—Nada, nada... —soltó una carcajada.


Paula recibió otro mensaje en ese instante:
Pedro: Te dejo cenar y saborear la cerveza. Hazlo pensando en mí...


Paula dio un trago a la bebida.


Paula: Lo siento, pero no está buena...


Guardó el teléfono en el bolsito, que se colocó en el regazo, y procedió a cenar. Dos minutos después, un camarero le cambió la cerveza por otra nueva.


—Pero ¿qué...?


—Cumplo órdenes, señorita —el camarero no la dejó terminar.


Ella se quedó boquiabierta. Cogió el móvil y escribió a Pedro:
Paula: ¿Has pedido que me cambien la cerveza?


Pedro: Has dicho que no estaba buena.


Pau rompió a reír. Algunos la miraron como si estuviera loca.


Paula: ¡Porque la prefiero de ti, no de una copa!


Escuchó una carcajada, a lo lejos, entre el murmullo de los invitados.


Paula giró medio cuerpo y descubrió a Pedro contemplándola con una deslumbrante sonrisa. Su corazón sufrió una fuerte sacudida.


El móvil vibró de nuevo. Leyó con atención:
Pedro: La próxima vez, especifica las instrucciones.


Paula: Qué guapo eres, mi fantasma de la ópera...


Pedro: No tanto como cierta bruja preciosa que tiene a toda la fiesta a sus pies.


El halago la volvió insegura, y aquella antigua sensación tan familiar no le gustó nada...


Paula: No digas tonterías, por favor. Voy a cenar.


Guardó el teléfono, pero no comió. Estaba revuelta. Los recuerdos la atormentaron. Deseó quitarse el vestido, lavarse la cara y regresar a su burbuja de dibujo animado.




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