domingo, 29 de septiembre de 2019

CAPITULO 68 (PRIMERA HISTORIA)





—Es una gran chica —Ernesto Sullivan lo sacó del trance.


—¿Qué quieres? —le exigió Pedro, soltando el plato para cruzarse de brazos.


—Paula es el centro del cotilleo de la gala —le informó Ernesto, introduciendo las manos en los bolsillos del pantalón—. Deberías cuidarla y no hacer el idiota.


Pedro alzó las cejas, incrédulo. ¿Acaba de insultarme?


—Es obvio lo que sentís el uno por el otro —continuó Sullivan—, pero resulta que te besa delante de todos y te quedas traspuesto por culpa de tu estúpida idea de que nadie sepa nada de tu vida privada —se rio sin humor—. Eres un personaje famoso, Pedro, acéptalo de una buena vez.


—No te importa mi vida privada —gruñó él, apretando la mandíbula con tanta fuerza que no la sentía.


—Por cierto —ignoró su comentario y desvió la mirada—, Georgia está contando a todos los invitados que Alejandra y tú sois pareja, excepto a tu familia, claro —escupió, con evidente desagrado, hacia la señora Graham, algo que sorprendió a Pedro—, aunque no tardarán en enterarse... Es evidente que Paula te importa, llevas toda la gala pendiente de ella, así que hazle un favor y deja bien claro que tu chica es ella, no Alejandra, porque ya la están criticando.
Georgia puede ser muy mala si quiere y ha puesto a Paula en su punto de mira porque se interpone en su camino: te quiere para su hija. No permitas que esa mujer dañe a una chica tan buena como Paula —y se fue.


Pedro observó cómo Ernesto se mezclaba entre los presentes, alucinado por el discurso que acababa de recibir. ¿Desde cuándo Sullivan le prevenía?


Jamás habían cruzado más de dos palabras, excepto los saludos de rigor cuando coincidían en algún evento social.


Un momento... Georgia está haciendo... ¿qué?


Una rabia inhumana lo poseyó. Caminó con paso decidido en busca de Alejandra. La encontró bebiendo champán con dos hombres que babeaban a sus pies.


—¡Pedro! —le sonrió ella, con su particular embeleso.


—¿Podemos hablar? —le preguntó él.


—Claro —asintió—. Vamos.


Se alejaron hacia un lateral, pero Pedro se mantuvo cerca de la gente, quería que los escucharan para finalizar los chismes.


—¿Te importaría explicarme por qué tu madre está diciendo que tú y yo tenemos una relación? —pronunció con la voz contenida, frunciendo el ceño.


—Pues... no sé —se encogió de hombros.


—No soy imbécil —declaró Pedro, observando cada uno de sus gestos —. Lo que tú y yo tuvimos no fue una relación y ya se acabó. Se lo dices tú a tu madre o lo hago yo.


—¿Por qué me hablas así? —lo agarró de las manos.


—No me toques, Alejandra —sentenció, apartándose—. Y no se os ocurra a ti o a tu madre nombrar siquiera a Paula —la apuntó con el dedo índice—, o me convertiréis en vuestro enemigo.


—¡Pedro! —se tapó la boca, horrorizada—. ¡Somos amigos!


Él avanzó hacia ella, amenazante. Alejandra reculó en un acto reflejo.


—No te engañes —negó con la cabeza—. Tú y yo nunca fuimos amigos, solo dos personas que se acostaron durante una temporada, nada más. Lo sabías desde el principio. Te avisé de mis condiciones.


—¡Estás siendo cruel! —le recriminó, cegada por la humillación, observando a su alrededor.


—No. Estoy siendo sincero —la corrigió, sin titubear—. Y lo sabías — repitió, rechinando los dientes—. Ahora no te hagas la ofendida. Entre tú y yo no hay nada, nunca lo hubo y jamás lo habrá, asúmelo. Y díselo a tu madre — se volvió.


—¿Qué tiene ella? —la expresión que cruzaba su semblante era de puro despecho—. Solo es una niña. Seguro que no tiene ni idea de satisfacer a un hombre, aunque sí sabe calentarlos —bufó—. Eso hace con Ernesto. No te enga...


Pedro la cogió del codo con firmeza, enmudeciéndola.


—Precisamente es eso, Alejandra —le susurró al oído, en un tono hosco—, su inocencia, no como otras, que ya ni recuerdan con quién la perdieron.


Alejandra ahogó un grito, retrocedió y salió disparada del salón.


El último comentario había sido cruel, sí, reconoció Pedro para sus adentros, pero no se arrepentía, se lo merecía por calumniar a Paula.


Se giró y se topó con la triste mirada de Ernesto Sullivan, quien inclinó la cabeza, un gesto que Pedro comprendió y correspondió. A continuación, Ernesto se dirigió a consolar a la decoradora. No era difícil adivinar que Sullivan seguía enamorado de Alejandra, lo acababa de demostrar agradeciéndole a Pedro
que hubiera terminado definitivamente con ella y en público. Todos, sin excepción, habían presenciado lo ocurrido y lo contemplaban abiertamente, algunos con prepotencia, los que besaban el suelo por donde pisaba Alejandra Graham.




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