jueves, 10 de octubre de 2019
CAPITULO 105 (PRIMERA HISTORIA)
El Rolls Royce esperaba aparcado en la acera.
El chófer condujo hacia el Boston Children’s Hospital, a media hora del Boston Common, cruzando el río Charles. Lo consideraban el mejor hospital para niños de Estados Unidos, además de ser uno de los hospitales docentes de la Universidad de Harvard, donde los hermanos Alfonso, y sus familiares médicos, incluidos sus padres, habían estudiado.
Accedieron al despacho de Samuel por una entrada trasera, así nadie los vería.
—Todos los historiales están en esa habitación —le informó su padre, señalando con la mano una de las dos puertas de la pared de la izquierda.
Se acercaron. Samuel introdujo una llave en la cerradura y entraron. La estancia era muy amplia. No tenía ventanas. Prendieron la luz, que consistía en tres bombillas colgadas en el techo, separadas dos metros entre sí y dispuestas a lo largo de los ocho pasillos que creaban las estanterías metálicas. Cajas y más cajas en perfecto orden se colocaban por años y, a su vez, por orden alfabético del apellido del paciente.
Ambos caminaron buscando el pasillo donde se encontraba el año correspondiente al accidente de la hija de Carlos Chaves.
Un buen rato después...
—Vas a tener razón, Pedro —le dijo su padre, sacando una caja—. Aquí pone Paula Chaves, hija de Carlos Chaves y Alicia Daniels. —sonrió sin humor.
Él suspiró y cogió la caja con manos temblorosas.
Perdóname, Paula, pero tengo que hacerlo...
Regresaron al despacho. Se acomodaron en el único sofá, alargado, en la pared de la derecha. Extrajo las dos carpetas del interior, una se la entregó a Samuel. Leyeron e indagaron durante unos minutos, en silencio.
—Es ella —confirmó Pedro.
En las hojas que sostenía, se relataba en qué estado había llegado al hospital, en una ambulancia, Paula Chaves, de catorce años, con dos cristales de distinto tamaño y profundidad clavados en el costado izquierdo, por haber atravesado una ventana de su casa, después de caerse por unas escaleras.
Costillas rotas, conmoción cerebral, luxación leve en la clavícula... Llegó a urgencias inconsciente. Inmediatamente, entró en quirófano, donde sufrió un paro cardiaco severo. Luego, estuvo veinticuatro días en coma y un mes más ingresada, hasta que recibió el alta.
Memorizó el historial al completo. Encontró unos datos de contacto, una dirección postal tachada; al lado, estaba escrita, a mano, la dirección actual de Paula. Entrecerró los ojos.
—¿Me prestas una lupa, papá, por favor? —le pidió Pedro, acercándose a la lámpara de pie que había en una esquina, junto al sillón.
Samuel Alfonso adoraba las lupas, las coleccionaba desde hacía años.
—Claro —aceptó su padre al instante, cogiendo una lupa de uno de los cajones del escritorio de roble—. Toma.
—Gracias —la colocó encima de la dirección tachada, debajo de la luz—. Back Bay...
Back Bay era uno de los barrios más elegantes de la ciudad. Se caracterizaba por un ambicioso diseño urbano, de edificios altos, casas victorianas e iglesias sofisticadas. Era muy popular por sus restaurantes y hoteles de lujo, tiendas chic y una arquitectura digna de admirar.
Apuntó en su iPhone la calle y el número y lo buscó en el GPS. Guardó la dirección. Luego, recogió las carpetas y depositó la caja en su lugar correspondiente.
Se marcharon con el mismo sigilo con el que habían entrado.
—¿A casa, señorito Pedro? —le preguntó el chófer.
—Sí, por favor.
Emprendieron el camino a su apartamento.
—¿Estás bien, hijo? —se preocupó Samuel.
—Sí —mintió, observando las calles a través de la ventanilla del coche.
No estaba nada bien. Necesitaba respuestas.
Necesitaba hablar con ella.
Necesitaba verla...
Al llegar a casa, se encerró en su habitación. No vio a sus hermanos, ni siquiera se percató de su presencia, en el salón, ni les escuchó llamarlo.
Aplastó el orgullo, que no le conducía a nada, y destapó lo que en verdad sentía. Escribió un mensaje a Paula:
Pedro: Echo de menos a mi bruja...
Pero no recibió respuesta, y eso que esperó toda la noche despierto.
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