domingo, 13 de octubre de 2019

CAPITULO 113 (PRIMERA HISTORIA)




La cabeza, la cara y el cuerpo le iban a estallar en cualquier momento...


Sentía como si una estampida de elefantes la hubiera aplastado. Intentó enfocar la vista, pero por un ojo no veía nada y el otro apenas se alzaba.


—Pe... Pe... Pedro... —dijo, ronca.


Tenía la garganta seca, le ardía tanto que le costaba un esfuerzo sobrehumano tragar. No sabía si todavía estaba dormida, pero acababa de soñar con su doctor Alfonso, que la llamaba torpe y soltaba un taco, y que ella lo reprendía por hablar mal.


Algo fresco en los labios le arrancó un gemido de alivio. Se los humedeció, notando heridas. Le extrañó. Elevó el párpado y lo vio.


—¿Te duele mucho? —le preguntó Pedro, que sonreía, limpiándose una lágrima que le había caído por el pómulo.


Su voz grave y profunda, y su rostro, cubierto por una barba muy corta, la relajaron al instante. Respiró hondo despacio. Sin embargo, también eso le bramó el estómago... ¿Qué le pasaba?


—La cabeza... —respondió Pau, con aspereza. Levantó una mano—. La cara... —se la tocó—. Dios mío... —se asustó.


—Tranquila, Cenicienta. No hagas eso —le retiró la mano con increíble suavidad—. Estás en el hospital. ¿Qué es lo último que recuerdas? No quiero que te agobies, ¿de acuerdo? Si no puedes recordar, no pasa nada.


La mente de Paula comenzó a divagar, pero era un cúmulo de imágenes sin sentido. No obstante, se detuvo en una en concreto: un coche oscuro acelerando hacia Pedro en plena calle... Contuvo el aliento.


—Dios mío... —repitió en un hilo de voz—. El coche... Pedro, ¿tú...?


—Me salvaste la vida, Paula —le besó el interior de la muñeca izquierda —. Mi hermano no tardará en llegar, ya le avisé de que despertaste. Dime si te duele algo y la intensidad del dolor del uno al diez, siendo uno, muy poco y diez, mucho.


—La cabeza... —frunció el ceño, ahogó un quejido. Cualquier movimiento le producía tirantez—. La cabeza... ocho... La cara... cinco... La garganta... seis... El costado... cinco... La pierna... mierda... —hizo una mueca al intentar moverla—. La pierna, veinte, como mínimo... —resopló.


—Hola, amiga —la saludó Rocio, vestida de uniforme, sonriendo—. Te he echado de menos.
Moore le apretó la mano libre —su novio no le soltaba la otra, cosa que agradeció porque necesitaba su contacto como respirar, nunca tanto como en ese instante.


—Auméntale la dosis, Rocio, la pierna es lo que más le duele —le pidió él.


—Lo mejor para la mejor paciente del hospital —asintió la enfermera, dichosa y radiante, acatando el mandato.


A los pocos minutos, se les unió Bruno, vestido con la bata blanca; de su cuello colgaba el estetoscopio. Pedro se alejó para permitirle espacio a su hermano pequeño, que se sentó en el borde de la cama.


—¿Cómo te encuentras, Pau? —se interesó Bruno, serio y profesional, antes de auscultarla y comprobar sus constantes vitales.


Una luz la cegó.


—Me duele mucho la pierna...


—Es normal. Tienes la tibia fracturada. ¿Y el estómago? —le palpó los costados.


—¡Ay! —exclamó, sobresaltada.


—Tienes una fisura en una costilla. Voy a levantarte un poco, ¿de acuerdo? Si sientes mareos o te duele más el costado, dímelo y te tumbo otra vez.


La incorporó unos centímetros, con el mando a distancia de la cama, y le ahuecó los almohadones detrás de la cabeza y de la espalda con una dulzura que le provocó un agradable suspiro.


—Así, mejor —susurró ella, cerrando el ojo—. Estoy cansada...


—Duerme todo lo que necesites. Mañana, cuando despiertes, te haremos pruebas —le anunció Bruno en voz baja.


—Tengo sed...


—Puedes beber, pero muy poco y despacio, ¿vale? Descansa, Pau —se despidió el pequeño de los mosqueteros—. Te dejo en las mejores manos.


—Yo también me voy. Vendré mañana —Rocio le besó la frente con cuidado.


Escuchó la puerta cerrarse.


—Toma, abre la boca.


Pedro... No te vayas... —le rogó Pau antes de obedecer. El agua le refrescó la boca y la garganta—. Gracias...


—Ya te lo dije, nena, no me separaré nunca de ti.


—Solo tú y yo...


—Solo tú y yo —recostó medio cuerpo en la cama, a su lado, y la acunó en su cálido pecho.


No supo si fue por los analgésicos o por él, pero se quedó dormida al instante. Soñó con un huerto sembrado de hierbabuena...




No hay comentarios:

Publicar un comentario