jueves, 17 de octubre de 2019

CAPITULO 128 (PRIMERA HISTORIA)




—¿Vais a celebrarlo? —le preguntó Manuel, sentándose en uno de los taburetes de la cocina—. ¿No termina hoy Paula la rehabilitación?


Era fin de semana y sus hermanos no trabajaban.


Pedro estaba rumiando mientras cocinaba. Ya habían comido, pero, cuando estaba nervioso, la cocina lo relajaba, y se había puesto a cocinar por segunda vez ese día.


—Sí. Está ahora mismo en su última sesión —le contestó Pedro, de malas pulgas, removiendo las verduras en la sartén, murmurando incoherencias.


—¿Por qué estás tan enfadado?


—Por nada.


—Que soy Manuel —se señaló a sí mismo con satisfacción—. Suéltalo o te envenenarás.


—¡Estoy harto! —explotó Pedro, de pronto. Tiró la espátula, apagó la vitrocerámica y se secó las manos con el trapo. Caminó por el espacio sin rumbo ni concierto—. ¡No me lo dice, joder! Le estoy dando espacio — gesticuló al hablar—, le estoy dando tiempo, ¡infinito tiempo! Y sigo esperando a que me lo diga.


—¿Que te diga el qué? —quiso saber su hermano, sorprendido por su reacción.


—¿No lo sospechas? —inquirió, mirándolo con el ceño fruncido—. El olfato se le ha desarrollado una barbaridad —enumeró con los dedos—, vomita a escondidas en cualquier momento, se despierta en mitad de la noche y devora la nevera, ¡y no nos olvidemos de lo jodidamente sexy que está! —y añadió, rechinando los dientes—. A este paso, me voy a enterar el día que se ponga de parto...


—A lo mejor, está asustada —comentó Bruno, uniéndose a ellos—. Tiene veintidós años, Pa, y vive con su abuela. Yo nunca la he oído hablar de nadie que no sea Sara.


—Su madre murió hace más de ocho años y no era ningún ejemplo a seguir —confesó él, más tranquilo—. Era una pieza, os lo aseguro... —bufó, indignado—. Era alcohólica. Encerraba a Paula en su habitación y se olvidaba de que la dejaba allí metida —apretó los puños en los costados—. Le repetía que de mayor iba a ser una zorra por su melena pelirroja, y, también, porque es igual que su tía, físicamente, la hermana de su madre, a quien odiaba la madre.


Sus hermanos desorbitaron los ojos.


—¿Y su padre? —se interesó Manuel.


—¿Os acordáis de Carlos Chaves, de Harvard?


—¡No! —exclamó Bruno, atónito—. ¡Me dio clase en tercero! —se cubrió la cabeza con las manos.


A todos nos dio clase en tercero —lo corrigió el mediano—. Espera... —observó a Pedro, alucinado—. ¿Paula es la hija de Carlos Chaves? Pero ¿qué más secretos esconde esta niña, joder? ¡Es una caja de sorpresas!


—Nunca mencionéis nada de esto, mucho menos con ella —les advirtió Pedro, apuntándolos con el dedo—. Lo único que sé es que hace más de ocho años hubo un incendio en el que murieron la madre y la tía de Paula; Carlos sobrevivió, pero vive encerrado desde entonces. Paula jamás me habla de él. Y desconoce que he ido a verlo. Quiero que siga en la ignorancia con respecto a eso. Si se entera de que fui a ver a su padre... —el pánico carcomió sus entrañas.


—¿Por qué lo dices? —se inquietó el pequeño, sirviendo cerveza para los tres.


Jorge West es íntimo amigo de su padre —les explicó Pedro, aceptando el tercio—. Cuando sucedió el incendio, Carlos le hizo prometer a Jorge que cuidaría de su hija como si fuera la suya propia. No tengo ni idea de cómo sucedió ni por qué, pero el incendio marcó a Paula. Según Jorge, ella estuvo siete años acudiendo a un psicólogo porque se culpa del incendio, tampoco sé por qué. Y, también, me dijo que Paula no ha contado nunca a nadie nada de
su vida, salvo a mí. Conmigo —se señaló a sí mismo—, siempre ha hablado de su familia en pasado, sin mencionar sus nombres —negó con la cabeza—. Yo creía que estaban muertos. Las pocas veces que le he preguntado, ha huido
de mí o se ha enfadado, así que no he vuelto a agobiarla. »El día que Paula dejó su trabajo en el hospital, se reunió con Jorge. Los espié —hizo un ademán, restando importancia—. Hablaban sobre un accidente ocurrido hace ocho años y nombraban a Carlos. Ella me había contado que, justo hace ocho años, se cayó por las escaleras de su casa y se clavó unos cristales en el costado. Tiene una cicatriz bastante grande. Pensé que Jorge y Paula hablaban de eso. No pude seguir quieto y hablé con papá. Averiguamos que Carlos Chaves, el anterior director del hospital, su antecesor, es su padre. Le pedí acceso a los historiales del Boston Children’s, porque fue allí donde estuvo ingresada, y descubrí sus datos familiares. Y después del atropello, visité a Carlos. La dirección me la facilitó Jorge.


—¿Qué te contó Carlos del incendio? —le preguntó Manuel, antes de dar un trago a la bebida.


—Nada. No quise que me hablara de ello —agachó la cabeza—. No lo entendéis... Necesito que me lo cuente ella... —dejó caer los brazos, derrotado —. Necesito que se abra a mí como se ha abierto con el resto de su vida, porque lo sé todo menos lo del incendio. Y me da miedo que no me lo haya dicho todavía...


—¿Crees que sigue mal, Pa? —aventuró el pequeño, grave.


—Claro que sigue mal... ¿Tú crees que si estuviera bien no me lo hubiera contado ya? —alzó las manos, desesperado—. ¿Y el embarazo? Lleva con cambios de humor desde que se mudó aquí. ¡La escucho vomitar desde hace semanas, joder! No os imagináis la impotencia que siento... Eso sin sumar que la pillé en la consulta del doctor Rice y que los supuestos resultados de los análisis que se hizo el mes pasado están desaparecidos... —apoyó el botellín en la encimera sin haberlo probado siquiera—. Se los pedí, pero la muy bruja me dijo que se los había quedado el médico, que estaba perfecta, excepto por un poco de anemia.


Sus hermanos se echaron a reír.


—¡No es gracioso! —rugió Pedro.


—¡Pedro! —lo llamó su novia, desde el pasillo.


—Voy, nena —contestó al instante, sonriendo por haber escuchado su melodiosa voz.


Manuel y Bruno se carcajearon aún más por su actitud sumisa. El enojo se había esfumado en el mismo momento en que ella lo había llamado. 


Y era inevitable, estaba perdido. Los enfados no le duraban ni medio segundo. La adoraba, la deseaba, la amaba, la veneraba... Se encontraba en perpetuo estado ebrio de amor, una cursilería, ¡pero bendita cursilería! No existía mujer más hermosa, inocente, cariñosa, apasionada, entregada y buena que Paula. Y lo mejor de todo: era suya


No hay comentarios:

Publicar un comentario