viernes, 18 de octubre de 2019

CAPITULO 130 (PRIMERA HISTORIA)




Y fue Paula quien decidió el de Pedro cuando estaban todavía en el apartamento. Le pidió que se vistiera de El fantasma de la ópera, con la máscara que había utilizado en la gala del hotel Liberty. Sabía que el traje estaba en casa de sus padres, Catalina era una coleccionista de disfraces auténticos, que compraba en anticuarios o subastas desde hacía décadas.


Pedro se engominó los cabellos hacia atrás y cambió las gafas por las lentillas. Se ajustó el antifaz gris en la cabeza y se vistió como si se tratase de un aristócrata francés del siglo XIX, de ropajes exquisitos y oscuros. La capa no la utilizó, aunque sí el frac negro, a juego con los pantalones. La camisa blanca estaba repleta de volantes. Observó su reflejo en el espejo y se sorprendió a sí mismo.


—Estás increíble, doctor Alfonso... —suspiró su novia, mordiéndose el labio, contemplándolo a través del prisma, con deseo y admiración—. Parece que ese traje se diseñó para ti.


Lo cierto era que le quedaba perfecto, entallado, como le gustaba, y ajustado a sus hombros con elegancia.


—Quién sabe, quizá, en otra vida, fui el fantasma de la ópera Garnier de París —dijo, mientras se ajustaba el pañuelo estampado al cuello.


Escucharon el inicio de la orquesta procedente del gran salón, y un jaleo de risas y voces, lo que significaba que el número de invitados era considerable.


Pedro se estiró el chaleco en tonos rojizos, tomó de la mano a su novia y la condujo hacia las escaleras.


—Podríamos dormir aquí esta noche —le sugirió Paula, ruborizada.


—La cama es muy pequeña.


—Mejor... —sus ojos desprendieron chispas.


Él le guiñó un ojo.


—Será como guste mi bruja.


La obligó a girar sobre sí misma en el hall, provocando que la túnica se abriera y revelara sus esbeltas piernas. La atrajo hacia él y la mordisqueó debajo de la oreja. Ella gimió. Se miraron, prometiéndose una noche de auténtico desenfreno.


—Luego me raptas —le susurró Paula, antes de besarle la mejilla y marcarle los labios morados.


Pedro le encantó el gesto. No se limpió.


—Y te quito el pintalabios.


Se mezclaron con los presentes. Disfraces y máscaras por todas partes. Se unieron a Rocio y a su acompañante, Ariel Howard, el empresario hotelero de Europa que estaba ampliando horizontes en Estados Unidos. Pedro buscó a Manuel y lo encontró a unos metros de distancia, furioso, sin apartar los ojos de Moore. 


Se acercó.


—¿Por qué no lo reconoces de una vez? —inquirió Pedro.


—No tengo nada que reconocer —gruñó su hermano, después de apurar su bebida y coger otra de la bandeja de uno de los camareros.


—Es evidente que el sentimiento es mutuo. No entiendo por qué lo niegas... ¿porque es rubia? —arqueó las cejas.


—No es porque sea rubia —musitó—. No siento nada por ella. Fue un error.


Mentira —declaró Bruno, que surgió a su lado, con su característica sonrisa tranquilizadora—. Últimamente, veo mucho más guapa a Rocio, ¿vosotros no?


—¿A qué te refieres? —quiso saber Pedro.


—Tiene más curvas —escupió el mediano, analizando a la enfermera con un descaro que no escondió.


—Por eso lo digo —señaló el pequeño—, tiene el mismo aspecto que Paula —y se fue.


Manuel se atragantó con la cerveza. Pedro le palmeó la espalda.


—Voy a matar a Bruno...


Pedro examinó a Rocio de forma más concisa, sacó el móvil del bolsillo del pantalón y le escribió un mensaje a Paula:
Pedro: ¿Rocio está embarazada de Manuel?


Vio a su novia coger el teléfono del bolsito que le colgaba de la muñeca, y palidecer al leer el mensaje.


Paula: ¿Por qué piensas eso?


Él entrecerró la mirada. Se estaba cansando de tanto secretismo.


Pedro: ¿Por qué no contestas a mi pregunta? ¿Tienes algo que ocultar?


Pero ella no respondió, así que le mandó otro mensaje:
Pedro: Ve al baño, es hora de raptarte.


Paula sonrió, guardó el móvil y obedeció a Pedro. Él se despidió de su hermano y se escabulló para encontrarse con ella. La besaría, por supuesto, pero, también, la seduciría para que confesase, costara lo que costase.




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