viernes, 1 de noviembre de 2019

CAPITULO 28 (SEGUNDA HISTORIA)




Minutos después, Zai surgió en la habitación para peinarse y maquillarse también. Apareció con los cabellos revueltos, los labios hinchados y una pequeña mancha debajo de la oreja. Paula y Catalina bromearon al respecto entre risas, provocando que la tensión de Chaves se esfumase de su cuerpo. Se sintió ligera, fresca, contenta y, sobre todo, querida por personas que no eran su familia sanguínea, pero a quienes consideraba como tal. La emoción encogió su corazón, una mezcla de tristeza y añoranza invadió su interior.


Hacía demasiado tiempo que no experimentaba tal amor...


Justo antes de que comenzaran a maquillarla, su iPhone sonó. Se levantó y lo cogió de la mesita de noche. Era un mensaje de Pedro:
Pedro: Sé que fueron mis padres los que decidieron esto y que nosotros aceptamos por Gaston, pero... ¿estás segura de casarte conmigo?


¿Él dudaba?, se preguntó ella, muerta de miedo.


Paula: ¿Por qué me dices esto ahora? No lo entiendo. ¿Es, acaso, una broma o parte de tu venganza? Porque, si pretendías hacerme daño con tus palabras, lo has conseguido.


Esperó unos segundos interminables, hasta que el móvil volvió a sonar.


Pedro: Creía que para ti las palabras se marchitaban igual que las flores, y que una mirada derretía el hielo... ¿Cómo te he mirado estos días? Contéstate a esta pregunta y hallarás las respuestas de las tuyas.


Paula: Has mirado a muchas así... Te recuerdo que trabajábamos en el mismo hospital.


Pedro: No he mirado a ninguna como te miro a ti desde hace ya dos años y cuatro meses.


Paula frunció el ceño.


Paula: ¿Qué pasó hace dos años y cuatro meses?


Pedro: Hace dos años y cuatro meses, yo estaba hablando con mi hermano Mauro en la recepción de la planta de Pediatría del hospital, cuando tú saliste del ascensor. Llevabas unos vaqueros blancos y estrechos, una camisa también blanca, sin mangas y con volantes en el pecho, un pañuelo estampado de color verde oscuro en la cabeza, igual que el bolso, y unas zapatillas blancas de esparto. Era tu primer día como enfermera de Pediatría. Mi hermano nos presentó. Paula Chaves... Ese día, me prometí no pronunciar tu nombre ni en mis pensamientos. Y, como no te gustan los halagos, no te diré mis pensamientos de ese día, lo que sí te diré es esto: atrévete ahora a repetirme que miro a todas de la misma forma.


Se le cayó el teléfono al suelo. El ruido la sobresaltó. Ahogó un grito, no solo por el susto... Se agachó y escribió, asustada... ¡Aterrorizada!


Paula: ¿Qué significa todo esto, Pedro? No entiendo nada...


Pedro: Significa que yo sí me caso contigo porque quiero, independientemente de que mis padres nos plantearan la idea por Gaston. Pero lo que no quiero es que tú lo hagas obligada. Nunca te quitaré al niño. Viviríais conmigo o ya nos organizaríamos tú y yo para que pudiéramos disfrutar los dos del bebé, pero no interpretaríamos ningún papel. Cambiaríamos nuestro acuerdo.


Paula suspiró de manera discontinua. Su corazón se iba a escapar de su pecho en cualquier momento.


Paula: No.


Pedro: Vale, cancelaré la boda. No hay problema.


Ella, rápidamente, tecleó de nuevo para aclarar su escueto monosílabo.


Paula: ¡No, Pedro! ¡No quiero cambiar nuestro acuerdo, quiero casarme contigo!


Pedro: Joder... La próxima vez, sé más específica... Nos vemos en el altar, rubia.


Paula: Nos vemos en el altar, soldado.





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