viernes, 1 de noviembre de 2019
CAPITULO 27 (SEGUNDA HISTORIA)
Algo había cambiado en la pareja desde la fiesta de compromiso. Una exquisita timidez se había apoderado de ambos; aunque se dedicaban sonrisas tiernas, en especial si el bebé se reía por las atenciones que recibía de los dos, no habían vuelto a hablar sobre lo que sentían o sobre lo que se deseaban, y apenas se tocaban.
Lo bueno era que no se evitaban, todo lo contrario.
Y las miradas que compartían... ¡Oh! Paula se derretía cuando Pedro la observaba, humedeciéndose la boca, sin apartar los endiablados ojos de los labios de ella, que suspiraba de forma entrecortada y silenciaba un gemido tras otro. Gracias a la presencia de Zaira y de Mau, Paula no se lanzaba a su cuello. Con él, experimentaba fragilidad y arrojo, una mezcla de emociones que la tenían en un continuo estado de confusión.
La mañana de la ceremonia, despertaron en la mansión, lugar donde se llevaría a cabo el enlace. Pedro también había dormido allí, pero Catalina, atacada de los nervios por el acontecimiento, se encargó de que los novios no se vieran, no permitiendo que Chaves saliera de la habitación para nada.
La estancia era muy amplia y elegante, y disponía de un baño privado, enorme y lujoso, de mármol rosa muy claro. Una doncella le preparó la bañera con sales de lavanda para que se relajara. Después, se cubrió la blanca
lencería nueva con una bata de seda, también blanca, y se sentó en una silla, de espaldas a la ventana, con una taza de café en las manos.
—¡Ya estoy aquí, señorita! —la saludó Stela, entrando con una funda blanca en los brazos, seguida de Zai, el peluquero y el maquillador, amigos de Stela.
Stela Michel era una diosa en el mundo de la moda. Diseñaba para mujeres a nivel nacional e internacional. Había empezado su carrera creando ropa cotidiana, basada solo en vestidos, faldas y camisas, para un sector femenino de mediana edad. Luego, había aumentado su catálogo para ampliar tanto el tipo de ropa como la edad de su público. Más tarde, decidió instaurar una colección de fiesta y, desde el año anterior, también ofrecía vestidos y complementos para novias.
Stela era una mujer alta, esbelta y extremadamente elegante. Vestía por completo de negro, aunque jamás repetía atuendo. Sus altos tacones de salón eran parte indiscutible de ella, nunca faltaban, y sus cabellos castaños siempre estaban recogidos en un moño bajo y tirante a modo de flor, con la raya lateral, mostrando su ancho mechón canoso, su distintivo especial. Caminaba con los hombros relajados y el mentón ligeramente alzado, una imagen que transmitía sabiduría y formalidad; no obstante, aquella señora era dulce, paciente, divertida y amorosa. A sus sesenta y cuatro años, era una mujer muy atractiva, con clase, educación y distinción.
Paula la había conocido hacía un año, gracias a Zai, que era su ayudante personal.
—¿Nerviosa? —le preguntó la diseñadora, con una sonrisa.
—No —mintió, acobardada.
No había dormido más de tres horas. Las náuseas se sucedían cada pocos segundos desde que se había metido en la bañera. Las ojeras, y que sus piernas no cesaban de repiquetear, revelaron abiertamente su embrollado interior. Los recién llegados estallaron en carcajadas al fijarse en Paula.
—¡No os riáis! —se quejó ella, enfadada. Se incorporó de un salto—. No es gracioso.
—¡Venga! —animó Zaira, corriendo hacia una cómoda que había junto a la puerta—. Vamos a bailar un poco para quitarnos el estrés —encendió una radio antigua, buscó una emisora de música actual y subió el volumen. Caminó hacia Paula, contoneando las caderas de forma exagerada y cómica—. ¡A mover el esqueleto!
Tiró de ella y la obligó a subirse la cama, donde empezaron a saltar como niñas. Los demás se rieron sin poder contenerse.
—Montáis una fiesta sin mí, ¿eh? —les dijo Bruno, que había entrado en ese momento.
—¡Bruno! —gritaron las dos amigas, antes de agarrarlo y tirarlo al colchón.
Cayeron sobre él, en un amasijo de piernas y brazos. Bruno decidió hacerles cosquillas como venganza y terminaron llorando por las carcajadas. Atraídos por el jaleo, llegaron Mauro y sus padres. El primero se unió a la fiesta de las cosquillas, mientras que Samuel y Catalina se reían desde la puerta. Esta, de repente, se giró y empezó a gritar desde la puerta, malhumorada y haciendo aspavientos.
—¡Márchate, Pedro! ¡No puedes verla hasta dentro de dos horas!
—¡Joder! —contestó Pedro desde el pasillo—. ¡Tápame los ojos, pero déjame entrar! ¿Por qué ellos sí pueden divertirse y yo, no?
—¡Esa boca, Pedro Alfonso, esa boca! ¡Vete a tu cuarto ahora mismo! —le ordenó como si fuera el niño de antaño que destrozaba la cocina de su madre y era castigado.
Catalina dio un portazo y emitió un chillido de impotencia. Zai se lanzó a su marido, desde la cama, quien la levantó en el aire al instante, y la pareja salió de la estancia, besándose y riéndose como locos. Bruno besó a Paula en
la mejilla y también se fue, junto con su padre.
—Bien —dijo la señora Alfonso, bajando el volumen de la radio—. Tenemos muy poco tiempo, cariño. Será mejor que empecemos ya, ¿de acuerdo? —le acarició la mejilla.
—Perdón por el jaleo —se disculpó Chaves, ruborizada.
—Todas las novias necesitan liberar tensión —la rodeó por los hombros y la acompañó hasta su silla—. Y, ahora, a mimarte —la besó en la cabeza y se sentó en otra silla a su derecha.
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