jueves, 31 de octubre de 2019
CAPITULO 26 (SEGUNDA HISTORIA)
Chaves se encaminó hacia el interior de la mansión. Subió al segundo piso.
Pedro la siguió. Caro y Gaston estaban acomodados en sendas cunas preciosas de color blanco. Los señores Alfonso habían comprado la de la niña cuando nació, para que Mauro y Zaira no tuvieran que llevar consigo siempre la de viaje. Y, al enterarse de la existencia de Gaston, su segundo nieto, no habían tardado en encargar otra idéntica. Se encontraban en una de las habitaciones de invitados, donde Alexis, una encantadora doncella de cincuenta y dos años de edad, los cuidaba para que los papás pudieran disfrutar de la fiesta.
Alexis tenía los cabellos ligeramente encanecidos y recogidos en una coleta corta y baja, con la raya lateral; sus ojos eran de un marrón muy claro, rozando el dorado; y mostraba una perpetua sonrisa entrañable, con una dentadura perfecta y blanca. Era muy menuda y de baja estatura. Se había quedado huérfana con dieciséis años y la señora Alfonso la había tomado como su protegida. A Alexis le encantaban los niños y, cuando terminó el instituto, le pidió a Catalina que le dejara ser la niñera de Mauro. Ella, por supuesto, aceptó, y desde entonces estaba con los Alfonso.
—Acabo de preparar el biberón, señorita Paula —le anunció la niñera con el inquieto bebé en brazos, que sollozaba.
—Gracias, Alexis —le sonrió, cogió a su hijo y sostuvo el biberón.
A la derecha, estaba la cuna del niño, pegada a la pared, y situada a la izquierda, la de la niña, quien dormía plácidamente. En el centro, había un coqueto salón y, al fondo, existían dos camas individuales, separadas por una mesita de noche, debajo de la amplia ventana, cubierta por una cortina de color marfil.
Paula se sentó en uno de los dos sillones de orejas, enfrentados y alejados por una mesa baja, a juego con el mobiliario de estilo romántico de la estancia. Se acomodó el cojín en uno de los brazos y procedió a alimentar a su hijo. Pedro permaneció de pie a su lado. Alexis salió del dormitorio, permitiéndoles intimidad.
No intercambiaron palabras, aunque Chaves se encontraba demasiado acelerada, todavía temblaba por el beso, el impresionante beso, breve, pero alucinante...
Cuando acostó a Gaston en la cuna, la niñera volvió y ellos regresaron a la fiesta. Y no se marcharon hasta que el último invitado se fue, de madrugada.
Para entonces, Paula no se mantenía en pie sin tropezarse. Le dolían los pies por los altos tacones. No habían bailado, pero habían conversado con todos sin sentarse un solo segundo. Estaba agotada.
Catalina y Samuel se dirigieron al salón-comedor. Los demás los siguieron. Se recostaron en los sofás. Mauro colocó las piernas de Paula en su regazo, medio adormilada, le quitó los zapatos y le masajeó las plantas de los pies. Chaves sonrió con dulzura y un poco de envidia, preguntándose si alguna vez recibiría tal mimo de su marido.
Un sirviente les llevó leche caliente, café, chocolate, agua y pastelitos.
Paula se inclinó y cogió uno de crema con azúcar espolvoreado, su favorito.
—¿Por qué no dejáis aquí a los niños? —les sugirió Catalina, reprimiendo un bostezo—. Así, no los movéis y no se despiertan ni salen al frío de la noche.
Zai emitió un murmullo incoherente que les provocó suaves carcajadas.
—¿Qué prefieres? —le preguntó Pedro a Chaves, tomándola de una mano.
—Lo que tú quieras —le respondió, al tragar el último bocadito.
Él se rio y le dijo:
—Espera —le limpió la boca con los dedos y seguidamente se los chupó —. Tenías azúcar.
Paula sonrió. Los ojos de ambos centellearon.
—¿Estás cansada? ¿Nos vamos a casa? —se preocupó Pedro.
—Los pies y los riñones me palpitan —hizo una mueca—. Y si hubiera una cama cerca, me arrojaría a ella encantada...
Entonces, él se agachó, le retiró los tacones con suma delicadeza y la alzó en brazos contra su pecho cálido y duro. A Chaves no le dio tiempo a quejarse ni reaccionar, cuando se quiso dar cuenta, Pedro ya estaba caminando hacia la puerta.
—Nos vemos por la mañana —se despidió él de su familia.
La llevó al garaje y la metió en el Audi. Después, se sentó frente al volante y condujo en silencio. El trayecto era corto, apenas veinte minutos, pero ella bajó los párpados enseguida y suspiró, feliz por primera vez en mucho tiempo.
Y así, ilusionada y dichosa, pasó los tres días previos a la boda.
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Me da fastidio este Pedro tan troglodita y peleador, quiere ganar todas. Venían bárbaro hasta que se pelearon otra vez. Muy buena historia.
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