jueves, 31 de octubre de 2019
CAPITULO 25 (SEGUNDA HISTORIA)
Los temblores no cesaban. No había manera de que se relajara. Su fiesta de compromiso estaba en pleno auge. Trescientos invitados... Y para la boda se esperaba el doble... Pero no era eso lo que la mantenía en un constante estado de inquietud.
Pedro... Solo Pedro...
Su prometido no se había separado de ella en ningún momento; incluso, cuando Paula había necesitado ir al baño, él la había acompañado hasta la puerta y había esperado a que saliera.
Pero no, tampoco era eso lo que la turbaba... sino que Pedro no paraba de tocarla... Le acariciaba la muñeca en círculos por encima del guante... le rozaba la oreja con los labios... la besaba en la mandíbula... acercaba la nariz
a su cuello e inhalaba su fragancia erizándole la piel... hundía los dedos en la curva de su cintura... se situaba a su espalda y se adhería como un imán... trazaba líneas en sus caderas... descansaba la mano al inicio de su trasero... Y
todo de un modo distraídamente natural, pero ocultando una promesa... licenciosa.
Paula no debía olvidar que Pedro Alfonso era un encantador nato, por lo que ese era su modus operandi ante una mujer, y más aún cuando tenían que fingir que estaban enamorados, y una pareja a punto de casarse no se alejaba un milímetro el uno del otro.
Sin embargo, tal idea se la hubiera creído si ambos no hubieran reconocido que se deseaban. Pedro no estaba protagonizando una telenovela romántica, sino que estaba lanzando un mensaje directo, tanto a ella como al público:
Paula Chaves era suya.
Su nerviosismo no se apaciguaba por otra razón bastante sustancial: la manera en que la acechaba. Él estaba continuamente pendiente de ella, aunque charlase con otra persona, y era capaz de mantener una agradable y educada conversación con un invitado al mismo tiempo que fijarse en cómo miraba Paula las copas de champán que ofrecían los camareros, y solicitar una de inmediato, adelantándose a sus deseos antes de que ella abriera la boca.
Intimida... ¡Vaya si intimida!
La cena se había servido a modo de cóctel; unas doncellas, vestidas de manera impecable, de color negro y blanco, ofrecieron deliciosos canapés fríos y calientes en bandejas de plata por el gran salón, despejado de muebles y decorado con adornos navideños: guirnaldas, colgadas en los amplios ventanales que cubrían tres de las cuatro paredes, y muérdago, para aportar al evento un toque juguetón. Algunas parejas se habían besado al percatarse de que estaban debajo del muérdago; Paula, en cambio, lo había evitado. Llevaba toda la velada más pendiente de no terminar debajo del muérdago que de lo que acontecía a su alrededor.
Al fondo, donde se encontraban las estrechas y altas cristaleras que conducían al jardín, un cuarteto de cuerda amenizaba la celebración sobre un podio. Era Nochevieja, no solo su pedida de mano.
—Ya casi es la hora —les dijo una deslumbrante señora Alfonso, bellísima en su vestido de satén plateado.
Samuel silenció la estancia desde el podio. Catalina se reunió con él.
Paula se dio la vuelta para prestar atención.
—Queridos amigos y familiares —comenzó el señor Alfonso, entrelazando un brazo con el de su esposa—, es para nosotros un gran honor que hayáis acudido a la fiesta de compromiso de nuestro hijo Pedro y su encantadora Paula. Gracias en nombre de todos. —La sala prorrumpió en aplausos—. Falta muy poco para recibir el año nuevo —sonrió—, y Pedro ha decidido aprovechar justo este momento para decir unas palabras. ¿Hijo?
—Vamos, rubia —Pedro indicó a Paula que lo precediera al estrado.
Ella, más ruborizada, imposible, asintió y caminó, bien erguida, hacia los anfitriones.
—Soy hombre de pocas palabras —declaró su prometido, sonriendo con su característica picardía, provocando carcajadas en los presentes—, así que seré breve —se giró y cogió a Paula de la mano. Su oscura mirada se incendió de inmediato—. Cometí un error al dejarte marchar a Europa. Me asusté —su atractivo semblante se tiñó de rubor—. Pero no tropezaré dos veces con la misma piedra —apretó la mandíbula un segundo—. Dentro de cuatro días serás mía y nada ni nadie te arrebatará de mi lado, ni a ti ni a nuestro bebé — inspiró hondo como si deseara serenarse—. No obstante —ladeó la cabeza y sonrió—, sé que, a veces, soy un poco difícil, pero solo a veces. —Los invitados se rieron—. Por ello, necesitarás esto cuando te saque de quicio y quieras respirar lejos de mí —sacó del bolsillo del pantalón una tela azul oscura—. Sé que es un regalo de bodas poco convencional —la observó—, pero tú no eres convencional —le entregó la tela.
Chaves, aturdida por su discurso, apenas respiraba... Aceptó el...
¡Calcetín! ¡Es un calcetín!
Automáticamente, ella estalló en carcajadas, liberando toda la tensión y ahuyentando sus dudas y sus miedos. Él le guiñó un ojo y añadió:
—Hay algo dentro.
Paula frunció el ceño y metió los dedos en el calcetín. Sacó el contenido. Y se petrificó.
—Dios mío... —sostenía la llave de un coche, y no uno cualquiera... un BMW—. No me lo puedo creer...
Entonces, las lámparas se apagaron, el exterior de la vivienda se iluminó y un sinfín de confeti pobló el césped desde la azotea. Los sirvientes abrieron las cristaleras para que la gente saliera. Era medianoche. Sin embargo, ninguno se movió. Estaban todos, ella la primera, paralizados ante la visión de un BMW X6, rojo brillante, aparcado en el jardín.
—No me lo puedo creer... —repitió Chaves, en un hilo de voz.
Pedro, riendo, tiró de su brazo y la arrastró afuera. El frío era cortante, pero no lo sintió. La intensa emoción que la embargaba la mantenía en una burbuja hermética.
—Dios mío... —caminó despacio, alrededor del automóvil, rozando la carrocería con las yemas de los dedos—. Esto es... Me has comprado un coche...
—Sí —se inclinó a su oreja desde atrás y le susurró, en un tono aterciopelado—: Dijiste que no podías casarte conmigo porque habías encontrado a tu alma gemela. No me dejaste otra opción, rubia: o lo compraba para ti o nunca serías mía. ¿Te gusta?
Ella se dio la vuelta y agachó la cabeza. La incertidumbre la asaltó. Los invitados se olvidaron de la pareja, quedándose en el interior. El gran salón estaba alumbrado de nuevo y la orquesta acababa de retomar la música.
—Lo has hecho delante de los demás —afirmó Paula, jugueteando con la llave en la mano.
Pedro gruñó, la sujetó del brazo y la apoyó contra el maletero del BMW, ocultándose así del gentío. La soltó y colocó las manos a ambos lados de su cabeza.
—Sí, te lo he dado delante de los demás —contestó, furioso, rechinando los dientes—, pero ellos solo creen que se trata de un regalo de compromiso poco común. No es un anillo, sino un coche. Y no necesitan saber más, ni siquiera lo que el regalo encierra.
—¿Y qué encierra? —se atrevió a preguntar apenas sin voz.
—Nuestro secreto.
Sus mejillas se abrasaron por la respuesta.
Jamás la había perturbado tanto un hombre. Nunca se había comportado de manera tímida con ninguno, tampoco había intimado con ninguno en mucho tiempo, pero, últimamente, se sentía torpe y vacilante, su seguridad flaqueaba cuando Pedro Alfonso invadía el mismo espacio en que ella se hallaba, y más a tan escasa distancia...
—Nuestro secreto... —repitió Paula, embelesada—. Pedro... Quiero...
—¿Qué quieres, rubia? —se pegó a ella, muy despacio, obligándola a levantar la mirada.
—Quiero que me beses...
Él suspiró con fuerza, bajó los párpados y... la besó.
Gimieron al instante y la pasión los desbordó. Se fundieron en un abrazo impulsivo, enredando las lenguas con cruda lujuria, con desesperación...
Competían el uno contra el otro a ver quién devoraba más a quién, y ambos deseaban ganar. Paula le sujetaba la cabeza con fuerza y Pedro la aplastaba contra el BMW en un choque continuo de caderas que les arrancaba un jadeo seguido de otro. Le subió el vestido lo justo para tomarla por el trasero y alzarla en vilo, olvidándose de que cualquiera podría verlos. Ella lo envolvió con las piernas mientras él le estrujaba las nalgas.
—Ejem... —carraspeó alguien.
La pareja se detuvo de golpe. Zaira les sonreía con satisfacción.
Pedro bajó a Chaves al suelo y le arregló las ropas. Paula apenas respiraba por la vergüenza de haber sido atrapados.
—Me dijiste que te avisara cuando le tocase el bibi a Gaston —le explicó su amiga—. Alexis no quiso despertarlo a su hora porque estaba muy tranquilito, pero ahora está llorando y tiene mucha hambre —ocultó una risita —, y parece que no es el único.
La pareja se sonrojó más.
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