domingo, 24 de noviembre de 2019
CAPITULO 80 (SEGUNDA HISTORIA)
Media hora más tarde, recibió el mensaje de su hermano, indicándole la sala donde estaba Paula y la información sobre el paciente. Atacado de los nervios por volver a verla tras dos imperecederas semanas, se encaminó hacia la planta más baja del edificio. Se acercó con sigilo a la habitación correspondiente. Bruno había dejado el estor de la ventana subido para verlo llegar y salir antes de que Pedro entrase y ella, así, no tuviera excusa para escaquearse.
Su rubia...
De perfil a él, estaba sentada al revés en una silla, tenía el pecho y los codos apoyados en el respaldo; su largo cabello se hallaba recogido en una coleta alta, tirante y ondulada; la camiseta del uniforme, ceñida a la exquisita curva de su cintura, estaba remangada en las muñecas; y por la postura, los pantalones se ajustaban a su trasero respingón. El aliento de Pedro se extinguió.
Su hermano se levantó y se reunió con él en el pasillo.
—Buena suerte —le deseó Bruno, con su sonrisa tranquilizadora.
Pedro asintió y tomó una gran bocanada de aire.
Entró. No había nadie más.
El paciente ya estaba en su cuarto y los encargados de los monitores se encontraban en la cafetería haciendo un receso, según el mensaje que le había escrito su hermano. Abrió la puerta y se metió en la sala, fingiendo naturalidad, cuando, en realidad, su interior se asemejaba a un volcán en erupción.
Se acomodó en un taburete, a su izquierda. Ella todavía no había quitado los ojos de la pantalla.
—Historial del paciente —pronunció él en un tono áspero.
Su mujer dio un brinco y giró la cabeza en su dirección al instante. Pedro se maldijo por su palidez, sus ojeras y el agotamiento que transmitía su mirada.
Se contuvo para no abrazarla en ese momento.
Ni siquiera se atrevió a tragar, a pesar del grueso nudo que se le formó en la garganta. Se observaron el uno al otro. El tiempo y el espacio quedaron relegados a un plano inexistente.
Él se cruzó de brazos, arrugando la frente.
—Historial del paciente —repitió.
Paula continuaba sin reaccionar, contemplándolo con un increíble anhelo en sus exóticos ojos. Pedro se mordió la lengua y carraspeó. Ella se sobresaltó y dirigió la mirada al monitor, donde aparecía una ecografía cerebral.
—Jack Kilber —procedió, en una voz extremadamente delicada—. Cuarenta y dos años. Ingresó por convulsiones y, a las pocas horas, perdió visión del ojo derecho. Tenía un tumor en el lado izquierdo del cerebro — señaló con un bolígrafo la pantalla de la izquierda, la imagen transversal del cerebro del enfermo antes de la operación—. Se llevó a cabo la citorreducción quirúrgica porque el tumor era profundo y se había infiltrado en el tejido cerebral —apuntó al monitor de la derecha—. Este es el estado actual del paciente.
Solo de escucharla hablar con términos médicos, se emocionó, física y psíquicamente.
—¿Qué es la citorreducción? —la probó.
Paula frunció el ceño.
—La citorreducción es la extracción quirúrgica de la mayor cantidad posible de un tumor. Puede aumentar la posibilidad de que la quimioterapia y la radioterapia destruyan las células tumorales. Se puede realizar para aliviar los síntomas o ayudar a que el paciente viva más tiempo.
Ni sus mejores residentes serían capaces de citar la definición con tanta rapidez y soltura como la enfermera Alfonso, pensó Pedro, ocultando una sonrisa.
Su pecho se hinchó de orgullo.
¡Tu mujer, campeón! ¡Tuya!
—Dime qué ves tras la intervención y qué recomendarías.
—Se ha reducido el tamaño del tumor —respondió ella, examinando la ecografía correspondiente—. No hay daños en el resto de los órganos, ni antes ni después de la operación, solo en el cerebro. Recomiendo la terapia mixta, radiación con tratamiento de fármacos, pero lo tendrá que valorar el equipo de radioterapia, yo solo soy una enfermera —añadió con timidez—, tú eres el experto.
—Pues, para ser una enfermera, te defiendes mejor que muchos de mis colegas.
—Me gusta —se encogió de hombros.
—¿La Oncología? —intentó mitigar la felicidad que invadió su estómago.
—Sí. Es muy triste en los casos mortales, pero... —suspiró y lo miró, sonriendo de manera distraída—. Los casos en los que el paciente se salva, sobre todo un niño, tu especialidad es maravillosa —se le iluminó su precioso semblante. El cansancio desapareció. Brilló, cegándolo—. Y estar durante todo el proceso, desde el primer minuto hasta el final... —respiró hondo— es increíble.
Joder... ¿Cómo se puede ser tan dulce?
Pedro se inclinó, no pudo ni quiso evitarlo, y le besó la comisura de la boca con ternura. Su mujer dio un respingo. Su rostro, colorado, se volvió más hermoso que nunca. A escasos milímetros de distancia, contempló sus labios entreabiertos, que se humedeció con la lengua en ese instante. Los dos alientos, cálidos e irregulares, se entremezclaron. Ninguno se movió.
—Debería regresar a Neurocirugía —susurró ella, no muy convencida.
—Deberías... Y yo, a mi despacho —susurró él, no muy convencido.
—Deberías...
La atracción era tan sólida que resultaba abrumadora y hasta asfixiante.
—Pedro... —gimió.
¡Gimió!
—Joder, rubia...
Se abalanzaron a la vez...
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