lunes, 25 de noviembre de 2019

CAPITULO 83 (SEGUNDA HISTORIA)





Se puso en pie y guardó el teléfono. En ese momento, pensó que nada lograría esfumar la felicidad que sentía.


Pero se equivocó...


Nicole Hunter sufrió un ataque.


—¡Dios mío! —exclamó ella, que corrió hacia el despacho de Bruno—. ¡Bruno! ¡Es Nicole!


Él se levantó de la silla de un salto. Paula lo siguió sin perder un segundo.


Tardaron casi dos minutos en estabilizarla, demasiado tiempo. Cuando lo consiguieron, el pasillo estaba repleto de curiosos.


—Todo el mundo a trabajar —les ordenó Bruno, furioso—. Esto no es un circo —cerró la habitación de un portazo y se dirigió a su estudio.


Ella se sobresaltó al verlo así. Indicó a los espectadores que se marcharan y entró en el despacho sin llamar. Y se petrificó... Bruno estaba en un rincón de la estancia con la cabeza escondida en las rodillas flexionadas. Paula acortó la distancia, se arrodilló y lo abrazó. Él dio un respingo, pero, enseguida, la apretó con fuerza, temblando, sudando... Ella se mordió la lengua para no llorar. Le acarició el pelo. Lo acunó como si se tratase de su hijo, hasta que él aflojó el agarre un buen rato más tarde.


—Voy a traerte un café —le susurró Paula, incorporándose.


—No me gusta el café —se levantó y se secó la cara con las manos—. Prefiero una chocolatina con almendras.


Ella sonrió con ternura y asintió. Se encaminó hacia la sala de descanso para las enfermeras, donde había máquinas de comida y bebida. Seleccionó lo que quería Bruno y salió al pasillo, pero algo llamó su atención.


Pedro...


Su marido acababa de descender las escaleras. 


Su expresión era de preocupación, lo que significaba que ya se había enterado de lo de Nicole.


Frunció el ceño y fue deteniéndose al percatarse del estado de Paula, cuyas lágrimas empezaron a derramarse. Corrió hacia él, sin importarle las habladurías. Él abrió los brazos y esperó. 


Ella se arrojó a ellos, sollozando.


—¡Cal...! ¡Calcetín! —pronunció Paula en un tono demasiado agudo.


—Ya, tranquila —la alzó unos centímetros y la llevó a una estancia vacía —. Dime qué ha pasado —la tomó de la nuca y la obligó a mirarlo.


—Es Bruno... Él... —tragó saliva—. Nicole tuvo un fallo respiratorio. La estabilizamos, pero Bruno se... —le recorrió un escalofrío. Pedro le frotó la espalda con cariño—. Lo encontré en su despacho hecho polvo... Nicole ya está bien, pero él, no, Pedro —le agarró las solapas de la bata blanca y lloró de nuevo.


Pedro la envolvió con dulzura en su cálido cuerpo y la besó en la cabeza.


Paula bajó los párpados y su aroma masculino la relajó al instante.


—Es el segundo ataque que sufre en tres semanas —dijo él en un tono muy grave—. No es normal para un paciente que lleva en coma más de un año, y al que nunca le ha pasado nada, hasta ahora.


—¿Por qué crees que le pasa esto? —quiso saber ella, apoyando las manos en su pecho.


—El coma es un misterio, rubia —respondió, ahora con voz suave, secándole las mejillas con los pulgares.


Paula analizó su atractivo semblante. La mirada de Pedro estaba entornada y poseía una chispa extraña, como si acabara de resolver una ecuación matemática, la misma chispa que destellaba cuando adivinaba el pensamiento de ella.


—Tienes una teoría —afirmó Paula, sin dudar.


—Sí —asintió—, tengo una teoría —la besó en la frente—. Creo que Nicole está luchando por despertar, pero todavía no puede —descansó las manos en las caderas de ella, con naturalidad—. Y también creo que lo hará.


—Ese razonamiento no es propio de un hombre de ciencia —sonrió.


Él se encogió de hombros y la contempló con fijeza. Sus ojos se tornaron fieros, penetrantes.


—Llevo un tiempo pensando que la ciencia no tiene todas las respuestas y que hay cosas que se escapan del razonamiento, que suceden sin explicación lógica y que algunas se convierten en milagros.


Pedro... —articuló en un hilo de voz, impresionada.


—Y, seguramente, lo que piensa Bruno es justo lo contrario —continuó él, ladeando la cabeza—: que Nicole se está muriendo —respiraron hondo—. ¿Te encuentras mejor?


Paula asintió despacio y se apartó, ruborizada porque recordó los mensajes que se habían escrito. Se sintió como una adolescente patosa frente al chico más popular del instituto.


—Voy a llevarle esto —le enseñó la chocolatina—. ¿Vienes?


—Mejor, regreso a mi despacho —contestó su marido, sonrojado también —. Creo que si voy, se va a sentir peor.


Salieron a la recepción. Ella le dedicó una tímida sonrisa y él se inclinó, bajó los párpados y la besó en la mandíbula. Entonces, Paula lo abrazó y Pedro la correspondió de inmediato.


—Gracias, soldado —lo besó en la mejilla—. Me gusta nuestro calcetín — y se fue.


Notó sus ojos en la espalda y, cuando giró en el pasillo y se volvió, su marido todavía la observaba... Paula, coqueta, le lanzó un beso y se perdió de vista, dirigiéndose al despacho de Bruno, pero no lo encontró allí, sino en la habitación de Nicole Hunter.


—Aquí tienes, Bruno—le entregó el dulce.


Bruno lo cogió y se lo comió despacio, en silencio.


—¿Puedo hacerte una pregunta? —le dijo ella, observando a la paciente.


—Dime.


—¿Te preocupas tanto por ella por lo que le pasó a su hermana?


—Al principio, sí —respondió él en voz baja, recostándose en la pared y clavando los ojos en Nicole—. Cuando la operé, estaba muy nervioso. Había llevado a cabo muchas intervenciones de ese tipo, pero estuve las veinticuatro horas anteriores repasando todos mis apuntes, por si me quedaba en blanco — suspiró—. La operé sin haber dormido. Tenía tanto miedo de que saliera mal... —arrugó la frente—. Los días pasaron. Las pruebas salieron perfectas, pero no salía del coma —se acercó a la cama—. Me volqué en ella por su hermana, sí, pero... —con el dedo índice rozó la muñeca de la paciente—. No sé en qué momento Lucia se marchó y solo quedó Nicole.


Paula sonrió, emocionada por sus últimas palabras. Y no fue la única, porque las pulsaciones de Nicole se alteraron.


—Cuando despierte...


—Si despierta —la corrigió Bruno, con el ceño fruncido.


—Si despierta —amplió la sonrisa—, ¿qué harás?


—Tratarla como a los demás pacientes —retrocedió y se cruzó de brazos, a la defensiva.


Ella soltó una carcajada.


—No he dicho nada —levantó las manos en señal de paz.


—Pero lo estás pensando —la señaló con el dedo, ruborizado.


—Pues es muy guapa —insistió Paula, sentándose en el borde de la cama—. Y, según tú, tiene los ojos más verdes que has visto jamás.


—Yo nunca he dicho eso —se quejó Bruno, a su espalda—. Es una chica normal y corriente.


—Sí lo has dicho. Y no es una chica normal. Tiene la cara tan perfecta que parece una muñeca, ¿verdad?


—No lo sé —mintió, con la voz ronca.


—A mí no tienes que engañarme —lo miró, sin ocultar la diversión—. Te recuerdo que trabajo contigo, doctor Bruno.


—Está bien... —claudicó, avanzando hacia ellas. Observó a Nicole como abstraído de la realidad—. Es preciosa... —susurró en un tono apenas audible.


Paula sintió un revoloteo en el estómago. Se incorporó y se dirigió a la puerta.


—Bruno, ¿crees que Pedro ve cosas que la gente no ve? —le preguntó ella con cierta confusión—. No sé si me entiendes...


—Lo creo —contestó él, seguro de sí mismo—. Pedro siempre ha sido especial. A veces, me da la sensación de que es capaz de leer la mente — emitió una suave carcajada.


Paula sonrió, enigmática.


Pedro tiene una teoría respecto a Nicole —comentó, atenta a la expresión de su cuñado, en la que se reemplazó la alegría por el miedo—. Dice que Nicole está luchando por despertar, y que lo hará, pero que todavía no puede.


Bruno farfulló una serie de incoherencias, como hacían los otros dos hermanos Alfonso cuando Zah¿ira y Paula los alteraban sin poder defenderse, y se marchó.


—Bueno, Nicole —le dijo ella a la paciente dormida—, será mejor que no tardes mucho. Solo faltas tú para cerrar el triángulo, si lo mío con Pedro, sea lo que sea, no fracasa, claro.



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