martes, 26 de noviembre de 2019

CAPITULO 86 (SEGUNDA HISTORIA)




Cenaron en un silencio muy tenso e incómodo. 


Él apenas contestaba con monosílabos y ella parecía consternada.


En el postre, Paula se retiró al baño. Sin embargo, a los cinco minutos, Pedro decidió ir a buscarla. Entró en el servicio de mujeres, a pesar de que había dos retocándose el maquillaje.


—¿Rubia?


—¿Pedro?


Caminó, decidido, hasta el segundo y último escusado. Empujó la puerta con suavidad y la descubrió sentada en la tapa, cubriéndose la cabeza con las manos.


—¿Estás bien? —se preocupó él, arrodillándose, alarmado por su extrema palidez.


—Algo me ha sentado mal... Y la cabeza me va a estallar...


—Espera —se levantó y mojó una toalla con agua—. La cabeza hacia atrás —le ordenó, en voz baja. Comprobó su pulso: muy débil—. Cierra los ojos. Respira hondo —le pasó el paño por la frente y la nuca—. Nos vamos a casa. ¿Puedes andar?


La ayudó a ponerse en pie. Sin embargo, el rostro de Paula se tornó verde, se agachó con torpeza y vomitó. Pedro le sostuvo el pelo en alto para que no se manchara. Arrugó la frente.


—¿Y si estás embarazada? La píldora puede fallar —le dijo él con dulzura, limpiándole la cara con la toalla.


—Tuve el periodo la semana pasada. Todo normal.


—Te has pegado una buena paliza desde que empezaste a trabajar — comentó Pedro, entrelazando una mano con la suya—. El turno de noche no es bueno. Y todavía no hemos tenido una semana relajada desde que llegaste de Europa. Tu cuerpo no puede más.


—En Los Hamptons, sí —sonrió, con la mirada alicaída.


—En Los Hamptons, fui un imbécil que te abandonó casi todos los días — gruñó—, así que no cuenta.


Pedro... —se dejó caer en su hombro—. Lo siento, pero... —gimoteó, incómoda.


Él la abrazó por los hombros y cogió los abrigos. 


Se despidieron de Francesca, quien los acompañó al coche y besó a Paula con infinito amor.


Cuando aparcaron en el garaje de casa, la tomó en brazos medio adormilada.


—Gracias, soldado... —musitó ella, recostada en su pecho.


La depositó en la cama con sumo cuidado. La desnudó, le colocó el camisón, la metió entre las sábanas y la arropó. Después, en calzoncillos, se tumbó a su lado, abrazándola por la cintura. 


La contempló largo rato. Se sentía extraño, desvelado. Odió verla enferma y no poder hacer nada para curarla, excepto esperar a que despertara y se encontrase mejor.


Pedro abrió los ojos casi al mediodía, solo en el lecho. Prácticamente, corrió hacia el servicio. Su mujer estaba en la bañera cubierta de espuma. Se acercó y se sentó en el suelo, con un brazo apoyado en el mármol.


—Estás mejor —afirmó él, respirando con un alivio impresionante. Se pasó las manos por la cabeza—. ¿Tienes hambre? ¿Necesitas algo?


Ella alzó una mano y sopló espuma en su dirección. Pedro dio un respingo y se fue a la habitación. La preocupación aún pinchaba sus entrañas.


—¿Pedro?


Pero él no respondió. Se ajustó los vaqueros de la noche anterior que estaban tirados en el suelo. Se frotó la cara. Se estaba asfixiando... 


Su estómago se cerró en un nudo tirante y su corazón comenzó a bombear con excesiva rapidez. De repente, unos brazos delicados y húmedos envolvieron su cintura. Pedro se sobresaltó al apreciar el cuerpo de su mujer, oculto por la toalla, pegarse a su espalda.


—¿Qué sucede? —le susurró Paula.


—No me gustó que enfermaras anoche.


—Siento mucho haber estropeado la cita —se apartó y se situó frente a él, cabizbaja.


Pedro frunció el ceño. La sujetó por los hombros.


—¿Crees que eso me importa? —inquirió, molesto—. Mírame.


Pedro, yo...


—¡No! —tiró y la abrazó con fuerza—. No te vuelvas a poner mala. ¡Te lo prohibo! Es una norma más añadida a la lista.


Paula se rio, se alzó de puntillas y lo besó en los labios.


—Gracias por cuidarme, soldado.


—No he hecho nada —sus pómulos ardieron.


—Se nos estropeó la cita —sonrió—. Siempre podemos repetir.


—¿Quieres otra cita? —le retiró los mechones del rostro con dedos temblorosos.


—Quiero muchas citas.


Él se inclinó y capturó su boca. Ella gimió, fundiéndose entre sus brazos.


Pedro... Quiero terminar ahora la cita de ayer... en la cama...


Joder...





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