viernes, 29 de noviembre de 2019

CAPITULO 96 (SEGUNDA HISTORIA)





Su jefa estaba a horcajadas sobre ella, que intentaba frenar sus ataques. La coleta se le había deshecho y los mechones que bailaban libres y en remolino por su rostro le impedían ver con claridad. Consiguió aferrar por las muñecas a Emma y girar, quedando encima. No la golpeó, a pesar de que era lo que más deseaba, sino que procuraba sujetarla, pero su jefa pataleaba y se retorcía con saña, incluso quiso morderla.


De repente, alguien la levantó por las axilas y Bruno incorporó del suelo a Emma de malas maneras.


—Suficiente, rubia —le susurró ese alguien al oído, abrazándola por la cintura en el aire, y pegándola a su cuerpo.


Pedro... —volvió el rostro y lo vio. El enfado se evaporó al fijarse en su sonrisa pícara—. Pedro, yo... —la vegüenza la inundó.


—No te disculpes, gatita —ocultó una risita—. Al menos, no conmigo.


Ella se sonrojó y agachó la cabeza.


—Las dos, a mi despacho. Ya —gruñó Bruno, antes de caminar a paso firme por el corredor, junto a la jefa de enfermeras, que se ajustaba el uniforme para parecer presentable.


¡Pero ¿qué he hecho?! ¡¿Desde cuándo soy así?! ¡Me ha visto todo el hospital!


Pedro soltó despacio a Paula, se agachó y recogió su goma del suelo. A continuación, se colocó a su espalda y, con mimo, le peinó los cabellos en una coleta alta y tirante. Entrelazó una mano con la suya y la guio por el pasillo ante la pasmosa mirada de los visitantes y del personal del hospital, algunos procedentes de otras plantas. Ella estaba tan nerviosa por la reacción de Bruno, por su propio comportamiento, que se tiraba de la oreja izquierda sin descanso.


Entraron en el despacho del jefe de Neurocirugía. Pedro cerró tras de sí y se recostó en la puerta, cruzado de brazos y mordiéndose el labio para no sonreír.


Las dos enfermeras se situaron frente a Bruno. Emma se irguió, mostrando la característica frialdad de sus ojos negros. Paula se encorvó, sintiéndose fatal por su cuñado, que la observaba con evidente decepción.


—¿Necesito llamar a algún testigo —preguntó Bruno con la voz contenida —, o seréis capaces de explicarme lo que ha pasado sin sacar las uñas otra vez? ¿Emma?


—¡Me ha abofeteado sin razón! —exclamó, señalándola con la mano.


—¿Sin razón? —repitió ella con incredulidad—. Me has insultado primero a mí —enumeró con los dedos—, después, has insultado a mi hijo y, luego, has insultado a mi marido. Eso son tres motivos —la miró con un odio inmenso.


Su marido estalló en carcajadas.


—¡Pedro! —se quejó Bruno—. Fuera de aquí.


—Vamos, Bruno...


—He dicho que fuera de aquí. Y llévate a Paula. Primero, hablaré con Emma.


—Ven conmigo, rubia —le dijo Pedro, tomándola del codo para arrastrarla de vuelta al pasillo—. ¿Estás bien? —la sujetó por la nuca para comprobar que no tuviera ningún golpe o arañazo.


Paula le ofreció la espalda.


—No, no estoy bien —declaró ella, abatida—. Bruno tiene que odiarme... Qué vergüenza, Pedro... —se tapó la boca—. Yo no soy así...


Él la atrajo hacia su pecho, rodeándola por las caderas, y la besó en la sien.


Se le pasará, estate tranquila. ¿Qué ha ocurrido?


Le relató los hechos, sin omitir detalle. Justo cuando terminó, Emma salió.


—La próxima vez que toques a mi mujer, le hagas daño de algún modo o insultes a mi hijo, Emma —sentenció Pedro, en un tono tan frío que hasta Paula se sorprendió—, haré que te despidan y que no te contraten en ningún hospital de Boston.


—¿Me estás amenazando? —entrecerró los ojos.


—Te estoy avisando de lo que sucederá si te atreves a perjudicar otra vez a mi familia —besó a su mujer en el cuello—. Limítate a trabajar, que para eso estás aquí.


—Tú no eres nadie para ordenarme nada —le escupió Emma, colorada por la rabia que sentía hacia el matrimonio.


Él la soltó y se colocó frente a la jefa de enfermeras. Introdujo las manos en los bolsillos del pantalón del traje y sonrió con serenidad.


—Vuelva al trabajo, enfermera Clark, se lo ordena —recalcó con excesivo énfasis— el jefe de Oncología.


Emma se sobresaltó por la formalidad de sus palabras y se marchó.



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