La pareja entró en el despacho de Bruno, que en ese instante colgaba el teléfono fijo del escritorio.
—Paula... —comenzó Bruno. Estaba consternado—. Jorge me acaba de llamar pidiéndome explicaciones por lo ocurrido. No puede dejarlo correr, por mucho que le pese en relación a ti. Ya se ha enterado todo el hospital —se revolvió los cabellos y caminó hacia la ventana, al fondo. Suspiró y la miró con gravedad—. Emma desciende de categoría. Al ser la jefa, su culpa en la pelea es mayor porque debía haber dado ejemplo. Y no se le abre un expediente porque ni Jorge ni yo queremos abrírtelo a ti, pero, a partir de este momento, Emma deja de ser la jefa de enfermeras de Neurocirugía. Se lo comunicaré ahora.
—¿Y yo? —le preguntó, en un hilo de voz.
—Quitarle el puesto va a suponer un problema más para ti, Paula. Quizás, lo mejor sea que cambies de planta —se encogió de hombros—. Así evitaremos más problemas.
—Estoy a gusto aquí...
—Jorge me ha cedido tu castigo a mí. Y yo... —respiró hondo—. Te lo cedo a ti.
Paula alzó las cejas. Pedro sonrió.
—Eres mi cuñada —señaló Bruno, sonriendo también— y mi amiga, así que no puedo castigarte ni ser imparcial. Soy un jefe horrible, ¿eh? —hizo una mueca cómica.
Ella soltó una risita.
—Haré lo que tú me digas, jefe. De verdad que siento mucho lo que ha pasado...
—Sé que fue Emma quien empezó —le dijo Bruno—, pero soy el jefe de la planta y tampoco puedo dejarlo correr, no sería ético ni profesional —ladeó la cabeza—. Te asignaré a una enfermera que no sea Sabrina durante un mes.
Después, te someteré a un examen como si fueras una enfermera en prácticas, ¿de acuerdo? No tendrás problema porque te lo haré yo mismo y porque eres una de las mejores, y con diferencia —le guiñó un ojo—. Además —levantó una mano—, la enfermera que te supervise tendrá que hacer un parte diario de tu actividad. Es decir, tu castigo es un mes de prueba.
—Es un buen castigo —convino Pedro, feliz por la decisión.
—Gracias, Bruno —le aseguró Paula, conmovida por tener un cuñado y un amigo tan bueno.
Ella y su marido salieron al pasillo.
—¿Estarás bien? —se preocupó él, tomándola por las mejillas—. Mándame un calcetín antes de sacar las uñas, gatita —se carcajeó—. Nos vemos luego —la besó en los labios—. Por cierto —la abrazó por la cintura —, te debía una cita, ¿no?
—¿Cuándo, soldado? —enroscó las manos en su cuello.
—El viernes por la noche. Saldremos directamente del hospital. Mauro y Zaira cuidarán de Gaston, ya hablé con ellos.
—¿Adónde vamos? —se mordió el labio. Su corazón se disparó.
—Es una sorpresa —la besó de nuevo, dulce y tentador.
—¿Un... secreto? —articuló Paula en un suspiro entrecortado.
Su marido la devoró con esos ojos de puro chocolate, que relampagueaban, erizándole la piel. A ella se le doblaron las rodillas.
—Siempre nuestro secreto —afirmó él, en un áspero susurro.
—¿Y tengo que vestirme de alguna manera especial?
—Como tú quieras —sonrió, enigmático—. No vamos a ningún sitio de etiqueta. Creo que te gustará.
Se besaron una última vez y se despidieron.
Sin embargo, Paula decidió bombardearlo con mensajes el resto de la tarde.
Paula: Dime dónde, soldado, por favor...
Pedro: Te daré una pista: no es una cita normal.
Paula: ¿Y eso qué significa?
Pedro: Te confieso que tengo un poco de miedo...
Paula: ¿El famoso Pedro Alfonso tiene miedo a una cita?
Pedro: Tengo miedo porque no es fácil impresionarte, rubia. Odias las citas, las flores, los bombones y los besos de despedida. Contigo hay que esmerarse. Y, no, nunca he tenido una cita así con nadie, por si te lo preguntas. Solo espero no equivocarme...
Se derritió...
Y derretida estuvo el resto de la semana, hasta el temido viernes. Se había traído al hospital el conjunto de ropa en una bolsa de piel, que luego Bruno se llevaría al apartamento para no tener que cargarla ella en la cita.
—Hoy es la gran noche, ¿no? —le dijo Tammy, con una sonrisa adorable.
Tammy era la enfermera que Bruno había elegido para que la supervisara en su mes de castigo, la misma a quien habían ascendido a jefa de enfermeras de Neurocirugía tras el descenso de Emma. Era el encanto personificado, amable, educada y cariñosa. En cuanto al físico, era rubia ceniza de pelo muy corto, ojos azules, alta y esbelta, considerada una de las mujeres más atractivas del General. Tenía treinta y ocho años y estaba soltera y sin compromiso, aunque más de uno babeaba por ella.
—Estoy un poco nerviosa —le confesó Paula, cambiando el suero de un paciente que en ese momento estaba dormido y solo en la habitación.
—¿Solo un poco? —arqueó las cejas—. Llevas cinco minutos de reloj para cambiar el suero del señor Ryan —se rio—. ¿Por qué no te tomas un café y te relajas un poco?
Ella asintió y se encaminó hacia la sala de descanso. Su móvil vibró en el bolsillo de su pantalón de uniforme. Era un mensaje. Su interior se revolucionó.
Pedro: Abre tu taquilla.
Siguió su escueta instrucción y descubrió una caja rectangular envuelta en papel rojo. En su interior, había unos tapones para los oídos, un pañuelo azul de seda y una nota:
Guárdalo en tu bolso, porque lo vas a necesitar... Pedro.
Ay, Pedro... Todavía quedan tres horas, pero ya es la mejor cita del mundo...
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