domingo, 1 de diciembre de 2019
CAPITULO 103 (SEGUNDA HISTORIA)
Se besaron, agonizando. Se abrazaron y se devoraron como dos salvajes.
Pedro la sujetó por las caderas y se puso en pie con ella, sin esfuerzo. Paula lo envolvió con el cuerpo, insólitamente agitada. Ninguno despegó su boca del otro. Continuaron besándose, gimiendo y respirando con ese ímpetu tan propio de ellos, solo de ellos...
De repente, Pedro la lanzó a la cama. Ella gritó por el susto al notar cómo volaba y aterrizaba en el colchón, rebotando entre los almohadones. Por un instante, se quedó desorientada.
—Desde que he visto la cama, he querido hacer esto —le dijo su marido, sonriendo con malicia.
—A lo mejor debería hacértelo yo también —masculló Paula, tapándose los pechos.
—No puedes conmigo, rubia, soy demasiado... —observó sus senos escondidos— grande —se rio.
—¡No te rías, imbécil! —retrocedió, abrazándose las rodillas.
Pedro amplió su sonrisa y le dijo:
—Ven aquí, víbora.
—¡No! —lo encaró, entornando los ojos.
—Mi mujer —se agachó y agarró el borde del edredón con ambas manos —, mis normas. Parece que precisas un recordatorio, señora Alfonso.
—¡Eres un cavernícola y un machista! ¡Y eso no era una norma, sino una orden! ¡Eres un...!
Pero él tiró con fuerza, arrastrándola hasta el borde de la cama.
—¡Ay! —chilló la joven, tumbada en ese momento boca arriba y con los brazos en cruz.
La estructura era tan alta que las caderas de los dos encajaron a la perfección. Rápidamente, Pedro se inclinó, la ciñó por la cintura y la elevó para lanzarla de nuevo hacia los cojines. Sin embargo, en esa ocasión, se tumbó encima de ella y le apresó las muñecas por encima de su cabeza con las dos manos.
—Pregunta sencilla —pronunció él en tono áspero—. ¿Dónde estamos?
—En Miami.
—Frío, frío... —sonrió, a escasa distancia de su boca.
—Estamos en un hotel —lo abrazó con las piernas y se arqueó ligeramente.
—Templado... —le propinó un suave empujón con las caderas que les robó el aliento a ambos.
Ella gimió.
—Es... Estamos en... una habitación...
—Caliente... —le delineó los labios con la lengua.
—Pedro... —cerró los ojos.
—¿Dónde estamos, rubia? —la besó en la mandíbula y fue bajando hacia la oreja.
—En...
—¿Dónde? —le chupó el lóbulo y se lo mordisqueó.
—¡Dios, en una cama! —gritó, apretándolo con los muslos.
—Te quemas...
Y la besó en la boca, embistiéndola con la lengua sin concederle tregua para tomar aire. La soltó para estrecharla entre sus poderosos brazos. Paula le devolvió el beso de forma devastadora. No se quemó, no, se chamuscó...
Se acariciaron de un modo descontrolado, se tocaban de manera atrevida, se manoseaban como dos adolescentes inexpertos cegados por sus hormonas disparadas, jadeando de manera escandalosa...
Ella le desabrochó el pantalón y él detuvo el beso y salió de la cama para quitárselo. Se quedó con los boxer, blancos con una línea azul oscuro en el borde. Eran de firma y no quiso imaginarse cuánto costaban, le sentaban tan bien... Era elegante hasta en la ropa interior, y hasta en eso también se parecían.
Paula se incorporó de la cama y, coqueta, sonrió y apoyó una mano en su abdomen plano.
Comenzó a girar a su alrededor, silueteando los calzoncillos, que se ajustaban a sus caderas, mostrando el inicio de aquella uve enloquecedora de sus ingles. Se colocó a su espalda y le bajó los boxer lentamente, muy lentamente... Pedro contuvo la respiración. Ella se sentó de nuevo en la cama, recostándose en los codos, sin perder su traviesa sonrisa.
Levantó una pierna y posó el pie en el vientre de él. Repitió el movimiento con el otro, procurando ser tan seductora como pudo. Pedro sonrió con malicia, se inclinó y le retiró las braguitas... muy despacio.
—Ahora —anunció Paula, retrocediendo hacia el centro del lecho—, ven aquí —se tumbó y alzó los brazos hacia él— y hazme el amor como solo tú sabes, mi guardián.
—Eres tan hermosa... —susurró, embelesado en todo su cuerpo, en su cara...
—Pedro... —se quejó, nerviosa por el examen al que estaba siendo sometida. A punto estuvo de tirarse de la oreja izquierda—. Te quiero aquí...
Pedro la miró a los ojos con férrea determinación al contestarle:
—Y yo te quiero solo a ti.
A ella se le nubló la vista y se le formó un nudo en la garganta.
Por favor, que nada ni nadie nos destruya... Por favor...
—Como un bruto, rubia. ¿Eso es lo que quieres? —se acomodó entre sus muslos.
—Sí... —se acercó a su boca. Él bajó los párpados, emitiendo un rugido—. Eso es justo lo que quiero...
Y la besó.
Y se emborracharon de pasión...
Paula lloró al alcanzar el éxtasis, no pudo evitarlo. El amor que sentía por él excedió sus límites. Escondió la cara en su cuello. Pedro la abrazó, todavía unidos e intentando recuperar la estabilidad física y emocional.
Ella era feliz, pero había algo en su interior que la pinchaba de forma desagradable, como un mal augurio. Quizás, no se creía que aquello fuese real.
Lo apretó con excesiva fuerza, aferrándose a él.
Pedro la sujetó por la nuca y la observó con detenimiento, era demasiado perspicaz como para engañarlo.
—Mi Paula —sonrió.
Ella emitió un sollozo al escuchar su nombre. Él se giró para tumbarse bocarriba y acunarla en su pecho. Y se quedaron dormidos.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario