martes, 3 de diciembre de 2019

CAPITULO 108 (SEGUNDA HISTORIA)





Pedro descansó en la terraza mientras Paula se duchaba. Habían comprado su champú y su acondicionador, sin aclarar, con fragancia a mandarina. En toalla, frente al espejo, se aplicó el producto para desenredarse los húmedos cabellos, admirando a través del prisma la belleza del baño.


Era de piedra gris oscura, como el plato de la ducha. Había una bañera con hidromasaje, enorme, a la derecha, frente a un gran ventanal que ofrecía las espectaculares vistas nocturnas de Miami. Las luces eran pequeñas, blancas, de neón y estaban estratégicamente colocadas para otorgar intimidad, en rincones ténues.


Eligió el conjunto de lencería con liguero, rosa pálido y de encaje. Emitió una risita entrecortada al recordar la reacción de Pedro cuando se lo había enseñado en la percha. Él había desorbitado los ojos, sus pómulos se habían teñido de rubor y su aliento se había acelerado.


Se alisó el pelo con el secador del hotel. Se tapó con el albornoz y salió al dormitorio.


—¡Ya, Pedro! —gritó para que la escuchara.


Surgió instantes después, sonrió, la besó en la mandíbula y se encerró en el servicio.


Paula sacó el vestido de su funda y lo descolgó con cuidado de la percha, que lanzó al colchón. 


Bajó la cremallera lateral, del mismo tono que la ropa interior, cándido y tierno. Se lo colocó por la cabeza. Se ajustaba hasta las caderas, proporcionando un toque provocativo a la prenda, y el corpiño, además, era transparente, con bordados que ocultaban el sujetador y parte de su piel: una mujer dulce y ardiente a la vez. 


Las mangas se ceñían hasta las muñecas. No había escote, tampoco en la espalda, era cerrado y sin cuello, alcanzaba la mitad de sus muslos por delante y llegaba al suelo por detrás; la seda de la falda era magnífica.


Abrió las puertas del armario, enfrente, y cogió la caja de las sandalias de tacón y el bolsito de fiesta, plateados, sencillos, pero estilosos. 


Jamás había utilizado ropa y complementos tan caros. Su familia, los Chaves, tenían mucho dinero, pero Pedro Alfonso circulaba en otra órbita.


Se calzó, admirando lo bonitos que eran sus pies en esas sandalias de tiras estrechas que rodeaban sus tobillos; el tacón era excesivamente alto, pero le encantaba. Cambió sus pertenencias de bolso y se dirigió a otro baño, más pequeño, al que se accedía también por la habitación. Se recogió los cabellos en un moño bajo y lateral a modo de flor y se pintó la boca con brillo.


Observó su reflejo en el espejo de pie que había en un rincón. Sonrió. No sabía dónde cenarían, era otra sorpresa, pero ya estaba disfrutando de la cita como nunca hasta ahora.


Se encaminó hacia el salón principal, donde dejó caer el bolsito en el sofá, y salió a la terraza. 


Apoyó las manos en la barandilla e inhaló el aroma del mar. Su mente evocó las imágenes de aquella tarde. Sus labios temblaron. Se los humedeció.


Me ama... Y sabe que yo lo amo... Tenemos el mejor hijo del mundo y estamos disfrutando de una inolvidable cita de dos días, ¡qué más puedo pedir!


No obstante, el mal augurio regresó a su pecho. 


Frunció el ceño.


¿Qué demonios te pasa? ¡Disfruta y no pienses en nada!


Pedro carraspeó a su espalda. Paula se giró y se tropezó al verlo. Se agarró a la barandilla y se le secó la garganta.


¡Qué guapo, por Dios!


Llevaba unos distinguidos zapatos de ante azul con dos borlas, sin calcetín; unos vaqueros oscuros asentados a sus caderas y entallados con elegancia; un cinturón de piel azul; una camisa blanca por dentro de los pantalones, de cuello corto, rígido y de puntas redondeadas; y una americana azul marino, ceñida de manera muy apetecible a su arrogante anatomía. Estaba magnífico.Imponente.


Cuando alcanzó sus ojos, jadeó de forma involuntaria. La contemplaba como si se tratase de un manjar. El chocolate de su mirada se oscureció, causando una auténtica devastación en su interior.


Él extendió una mano en su dirección y ella posó la suya encima. Pedro tiró y la atrapó entre sus brazos, envolviéndola con su sensual aroma a madera acuática. Paula gimió al fijarse en su boca carnosa. Estrujó las solapas de su chaqueta.


—Esta noche no vamos a dormir —pronunció él en tono áspero—. Estás avisada, rubia.


La soltó para entrelazar una mano con la suya y la condujo al pasillo para esperar el ascensor. Al llegar al recibidor del hotel, ella se disculpó, necesitaba ir al baño.


—Te espero en la recepción.


Paula caminó por un corredor estrecho, pasado el elevador, y entró en el servicio. Las dos mujeres que había arquearon las cejas con prepotencia, repasándola con desdén.


¡Soy guapa, que os den!


No se molestó en devolverles el saludo tan educado que le habían dedicado. Se metió en uno de los escusados.


—Hay algunas que necesitan un estilista, pero, claro, el dinero no lo compra todo, ¿no crees? —comentó una, en voz baja.


—Por supuesto —convino la otra—, aquí hay muchas... sueltas, ya me entiendes. Será la amiguita de algún viejo aburrido podrido de dinero.


Ella reprimió una carcajada. Esperó a que se marcharan y salió al pasillo.


A paso seguro, recto y confiado, fue en busca de su viejo aburrido. En cuanto pisó el majestuoso hall, repleto de personas adineradas y elegantes, adultas y jóvenes, divisó a las mujeres del baño, que rondaban los cuarenta y pocos, y que, en ese momento, babeaban por Pedro Alfonso.


Paula, sonriendo, no se detuvo ni aceleró, avanzó con fría serenidad. Fue consciente de las miradas de admiración, incluso de deseo, de los hombres a su alrededor, que se giraban y la escrutaban con descaro. Su marido arrugaba la frente y golpeaba el suelo con el zapato de un modo impaciente, gruñendo porque se había dado cuenta del espectáculo que estaba protagonizando, sin quitarle los ojos de encima, aunque quieto y erguido con soberbia.


Para comerte...


De lo que él no se había percatado era de que, también, actuaba en un papel protagonista, pues el sector femenino se lo estaba comiendo con la mirada...


Lo alcanzó, le rodeó el cuello con el brazo, se alzó de puntillas y lo besó en la boca, demostrando abiertamente que se pertenecían. Pedro la ciñó con fuerza por la cintura y la correspondió de igual modo. Rápido y duro, pero flamígero...





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