jueves, 5 de diciembre de 2019
CAPITULO 116 (SEGUNDA HISTORIA)
Pedro y Paula se acomodaron en sus asientos.
Acababan de escandalizar a tres
arpías marujonas que se lo tenían bien merecido. Se miraron y estallaron en carcajadas.
Después del postre, durante el café, se llevó a cabo la subasta. Cada comensal tenía una paleta roja con un número en color blanco. En el podio del fondo, la atractiva Catalina Alfonso, acompañada de los cinco miembros de la asociación Alfonso & Co, entre los que se hallaba Zaira, se situó frente al atril de madera con unos papeles en las manos. Había una cortina de terciopelo gris a la derecha, que dos doncellas del hotel descorrieron para mostrar el primer objeto: un impresionante collar de perlas sobre un busto femenino de color negro.
La subasta era de joyas y la puja mínima, de cincuenta mil dolares.
Pendientes, pulseras, collares, colgantes, cadenas, sortijas, brazaletes, broches, alfileres... Rubíes, esmeraldas, diamantes, amatistas, zafiros, oro, cuarzo rosa... Algunos llegaron a pagar casi los veinte millones de dolares.
Las joyas eran excepcionales y pertenecían a una cuarta parte de las mujeres invitadas a la gala, que las habían ofrecido, encantadas de participar. Paula se quedó atónita ante tanto poder adquisitivo, murmurando con asombro, haciéndolo reír.
Las tres horas que duró, estuvieron girados hacia el podio; Pedro, detrás de ella, con el brazo en el respaldo de su asiento. No la tocó, ni le habló, aunque mantuvo sus ojos fijos en cada uno de sus movimientos y sus gestos. En varias
ocasiones, Paula hizo el amago de levantar su paleta; sin embargo, las demás mujeres parecían demasiado ansiosas y luchaban por las joyas, por lo que se arrepentía en el último segundo.
Pedro lo sabía. La conocía. Su mujer quería donar dinero, pero no se sentía cómoda, porque, aunque estaban casados, ella entendía que el dinero era de él, no de ella, y no poseía ni una décima parte de la puja mínima, sus ahorros no llegaban a los cinco mil dolares.
Él se enfadó. ¡No era su dinero, era de los dos, pero no le entraba en la maldita cabeza! Estuvo a punto de pujar todas las veces que Paula se
desilusionaba, pero desistió. Su interés se concentraba en una joya en particular que estaba esperando.
—Damas y caballeros —anunció Catalina—, llegamos al final. El último objeto de la subasta se trata de una pieza única, donada por una mujer anónima que nos la envió a la asociación con una nota. Leo textualmente —desdobló un
papel—: Toda mi vida estuve a tu lado, mas tú no me veías... Te curaba las heridas sin que te dieras cuenta. Te ofrecía agua sin que supieras que estabas sedienta. Te alimentaba cuando no podías abrir la boca. Te secaba las lágrimas antes de que las derramaras. Siempre creíste en tu fortaleza, pero solo porque yo así lo decidí. Era yo quien te cuidaba, en la sombra, porque tu sonrisa, triste, pero una sonrisa, al fin y al cabo, estaba dirigida a otro, no a mí, porque no me veías a mí, veías a otro, a mi hermano, sangre de mi sangre. Cada día, me preguntaba qué había hecho yo para merecer un castigo tan cruel. Primero, fuiste su amiga, luego, su novia, después, su esposa, una niña presa bajo las terribles cadenas de mi hermano, un hombre desalmado que te mantenía encerrada porque era un cobarde, porque sabía que, si te dejaba libre, huirías de él y me verías a mí... Pasaron años desde el primero de muchos días en que te protegía en secreto.
Una mañana, un pequeño halcón blanco se posó en el alfeizar de mi ventana. Lo hizo en cada nuevo amanecer durante semanas. Yo lo miraba largos minutos. Me recordaba a ti, porque era una criatura libre, pero, por alguna extraña razón, no quería moverse de mi ventana, igual que tú del lado de mi hermano. Un día, entonces, comprendí que debía ayudar a ese pequeño halcón blanco a retomar su camino.
Comprendí que debía alejarme de ti. Y lo hice.
Me fui. Volé junto al halcón, lejos de ti. No miré atrás. Quise morir... Pero el pequeño halcón blanco nunca me abandonó. Y terminé mi camino. Solo. Sin ti. Caí de rodillas cuando aquello ocurrió.
Me desplomé del cansancio, de la pena y del doloroso amor que sentía por ti. Cuando abrí los ojos, no estaba el halcón, estabas tú... vestida de blanco, descalza, con tus largos cabellos negros ondeando al viento y tus profundos ojos azules centelleando por la emoción... Cuando sonreíste, lo supe: tú eras mi pequeño halcón blanco.
El gran salón enmudeció. La orquesta, que entonaba una suave melodía, había dejado de tocar, sobrecogidos también los músicos por la historia.
Pedro espió el perfil de su mujer; estaba llorando.
Lo que Catalina acababa de leer era la carta que le había escrito el abuelo de Paula a su abuela, antes de que el cáncer le ganara la batalla, antes de que Paula naciera. El abuelo le entregó la carta a la abuela con un colgante que había mandado diseñar especialmente para ella: un zafiro, con la forma de un pequeño halcón con las alas extendidas; una fina cadena de oro blanco lo sostenía. La abuela murió de pena un mes después.
Las doncellas descubrieron la joya, que había pertenecido, primero, a la abuela de Paula y, después, a Juana. Esta se la había mostrado a su hija la primera noche que había sido castigada sin cenar por culpa de Melisa y le había llevado comida a escondidas. Le había contado la historia de sus abuelos y le había enseñado el colgante. A partir de ese día, había comenzado a relatarle las novelas de aventuras de su abuelo, mientras madre e hija comían pastelitos de crema.
Y, ¿por qué sabía Pedro todo eso?
—No obstante —dijo Catalina, secándose las lágrimas—, este objeto es de inestimable valor sentimental y, por ese motivo, ya hay una persona interesada en él —levantó una mano—. No me refiero a la mujer que lo donó —sonrió—. Esa persona está dispuesta a ofrecer una cantidad mínima como puja inicial porque sabe que esto es una subasta y que estamos aquí para pujar al mejor postor. Según las palabras de esa persona, no es una cantidad suficiente porque la joya no tiene precio. Si alguno ofrece más, por favor, damas y caballeros, ya saben lo que han de hacer. La puja inicial es de... — carraspeó, creando expectación, divertida— cincuenta millones de dolares.
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