jueves, 5 de diciembre de 2019

CAPITULO 117 (SEGUNDA HISTORIA)




Paula jadeó. Los presentes ahogaron exclamaciones de asombro. Pedro ocultó una sonrisa, erguido en el asiento y sin despegar el brazo del respaldo de su mujer. Ella agachó la cabeza. Él analizó su dulce rostro, entristecido y dolido. Era tan expresiva que un sinfín de interrogantes desfilaban por su cara.


¿Por qué Juana lo había donado? ¿Por qué querría desprenderse de algo tan valioso a nivel emocional? ¿Qué había sucedido para subastar el halcón de su familia? Paula no entendía nada, su semblante era un libro abierto.


Un hombre, a la izquierda, alto, de mediana edad, con entradas en el pelo y expresión autoritaria, Colin Williams, un importante ingeniero de afamada reputación en Estados Unidos, se puso en pie. Los invitados acallaron sus voces de inmediato para escucharlo.


—Solo una persona que valora la historia más que la joya, pujando inicialmente con una cantidad tan elevada y por una buena causa, como es la investigación contra el cáncer, es el único merecedor de poseer el colgante — alzó su copa en brindis.


Aquellas palabras provocaron aplausos respetuosos.


—Deberías sonreír un poco más, mi querido Colin —bromeó la señora Alfonso desde el podio.


—Lo haría si todos fueran tan guapos como tú, querida —respondió el hombre dedicándole una atractiva sonrisa—. Mi gran amigo Samuel es un condenado suertudo.


Los invitados estallaron en carcajadas. Colin, que era divorciado, se sentó.


—Bueno... —suspiró Catalina—. Si todos están de acuerdo, el pequeño halcón blanco queda vendido por la cuantiosa cifra de cincuenta millones de dolares —golpeó el atril con un mazo pequeño de madera, dando por finalizada la puja y, por tanto, la subasta—. Por favor, que el nuevo propietario pase a recoger su joya —sus ojos brillaron de manera especial en su dirección.


Paula, apenada por haber perdido el colgante de su abuela, se levantó y se dirigió a la salida. Sin embargo, Pedro fue tras ella, ignorando los murmullos que, de repente, inundaron el lugar. 


La agarró de la muñeca antes de que traspasase la doble puerta abierta, frenando así su avance.


—Déjame, Pedro —le ordenó, vertiendo amargas lágrimas.


Hasta llorando es preciosa...


Él sonrió con ternura. Necesitaba besar cada una de esas lágrimas, abrazarla, pero, para consolarla, tenía un plan mejor...


—La tercera sorpresa, rubia —extendió el brazo libre hacia el podio.


En ese momento, se percató de que todos los observaban a la espera de su reacción.


—Oh, Dios mío... —pronunció ella en un hilo de voz—. Tú...


Él, tímido y sonrojado, asintió. Tiró de Paula, que caminó de forma automática y boquiabierta hacia Catalina. La señora Alfonso abrazó con
inmenso cariño a su nuera, y a su hijo le dedicó una mirada de pura adoración, que lo avergonzó un poco. Zaira, cuya mirada turquesa se había enrojecido por la emoción, le entregó el colgante a su amiga.


—Dios mío... —repitió Paula, incrédula, contemplando el halcón, rozándolo con dedos temblorosos, apenas respiraba.


—Y ahora, damas y caballeros —anunció Catalina—, ¡a disfrutar de la fiesta!




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