domingo, 8 de diciembre de 2019

CAPITULO 125 (SEGUNDA HISTORIA)




Durante los siguientes dos días, Paula se sintió como un animalillo expuesto a pruebas y más pruebas, a conversaciones y más conversaciones... Tener un tumor cerebral era malo, muy malo, pero la espera lo era aún peor, y si a eso se le añadían las expresiones descorazonadas de cuantos la rodeaban...


A pesar de que su cuñado le había asegurado que el tumor era pequeño y estaba bien localizado, los riesgos eran altos. En esos momentos, se percató de lo débil que era. Tanta seguridad en sí misma en cuanto a su aspecto y a su personalidad... Benigno o no, era un maldito tumor.


Pedro, en cambio, no se había pronunciado; si había abierto la boca había sido para preguntar dudas y contestar a las preguntas o comentarios de Bruno, pero a ella, nada.


Y, por si fuera poco, la prensa se hizo eco. En la tercera mañana que despertó ingresada, Ariel y Melisa la visitaron, pero su madre y Ale la echaron en cuanto entró en la habitación. 


Todos salieron, menos Howard, que se sentó en el borde de la cama. La empalagosa colonia de su hermana impregnó el lugar.


—Hola, mi pequeña flor —le acarició la rodilla por encima de la sábana.


Paula estaba de perfil hacia la ventana. Encogió las piernas ante el roce, alejándose del que, supuestamente, era su amigo.


En primer lugar, no soportaba que nadie que no fuera su marido la tocase.


Entre Pedro y ella no se decían nada, pero la realidad era que ella no quería hablar, solo respondía con monosílabos a los médicos y a las enfermeras que la trataban, entre las que se encontraba Tammy, y su marido parecía entenderla a la perfección, cosa que agradecía sobremanera, porque, a veces, los silencios apoyaban más que cualquier palabra de ánimo.


Sin embargo, cada rato libre que Pedro sacaba del trabajo, se tumbaba con Paula y permanecían abrazados hasta que tenía que regresar a consulta, al despacho o a intervenir en alguna urgencia. Cada noche dormían juntos. 


Había ocasiones que lo esperaba ansiosa durante horas, pero, en cuanto lo veía, soltaba el aire retenido y se refugiaba entre sus brazos.


Y, en segundo lugar, Ariel era el novio de Melisa. 


No podía tratarlo como antaño. Demasiadas cosas habían sucedido en esa semana, como para mantener una conversación sobre la odiosa de su hermana. Paula no era ninguna estúpida.


—No sabía que era tu hermana, Paula. Siento que te hayas enterado así.


—¿Crees que acaso me importa quién es tu novia, Ariel? —inquirió, ronca, con un inmenso nudo en la garganta, el mismo que se le había formado hacía tres días. Se dio la vuelta para mirarlo—. No quiero a Melisa aquí. Y a ti, tampoco —se giró de nuevo y le ofreció la espalda—. Melisa Chaves. ¿Acaso no la investigaste como investigas a todo el mundo que conoces? ¿Chaves? —resopló—. Venga ya, Ariel...


—Ella me hablaba de sus hermanos Benjamin y Eli... —se justificó—. Y no. Por primera vez, no investigué. Te echaba de menos, Paula —chasqueó la lengua—. De repente, dejamos de vernos. Después de diez meses juntos, a diario... —suspiró—. Melisa apareció en el momento más oportuno. La utilicé para olvidarte y, luego, me di cuenta de que me gustaba estar con ella. Me gusta mucho, Paula. Lo siento.


—Melisa está contigo por mi familia y por mí —aclaró con acritud. Le sobrevinieron las náuseas, que pudo contener tragando—. Melisa es una mala persona —desvió los ojos—. Todo el mundo sabe que estuve contigo en Europa una temporada justo antes de casarme. Leí las revistas. Leí las mentiras que publicaron sobre nosotros, Ariel —inhaló una gran bocanada de
aire, que expulsó de forma discontinua. Contempló el Boston Common, sin fijarse en nada—. Y la prensa lo escribió tras el anuncio de la boda. Fue así como mi familia me encontró, así que te aconsejo que no te hagas ilusiones con mi hermana porque Melisa nunca hace nada desinteresadamente.


—¿Estás celosa? —su tono reveló sorpresa absoluta.


—¡¿Qué?! —lo miró, entre alucinada y asqueada—. ¡Jamás he sentido celos de Melisa! —se apuntó a sí misma—. No tienes ni idea de nada, Ariel. ¡No la conoces! ¡No sabes de lo que es capaz!


—¿Sabes qué, Paula? —se levantó y se ajustó la corbata, alzando el mentón —. Llevo con Melisa dos meses y me ha contado más cosas sobre sí misma en ese tiempo que tú en los diez meses que estuvimos juntos en Europa —la observó con el ceño fruncido—. A quien no conozco es a ti, Paula, ni siquiera sabía que eras de Nueva York, pero a Melisa sí la conozco. Y tu manera de echarla de la habitación ha dejado mucho que desear.


—Te ha envenenado... —murmuró ella, atónita por sus palabras—. ¿Qué te ha dicho? ¡¿Qué te ha dicho?! —perdió los nervios.


—Que hace nueve años te mudaste a Boston porque discutiste con tu padre —se cruzó de brazos, sin esconder su enfado—. Ella siempre estuvo a tu lado, pero tú la culpaste de tus propios errores, la insultaste y la atacaste de la peor forma. La echaste de tu vida cuando solo quería ayudarte.


—Oh, Dios mío... —se frotó la cara, desesperada—. ¿Qué errores, por Dios?


—No te hagas la ingenua, Paula —avanzó y se detuvo al chocar con la cama —. Puedo aceptar que utilizaras a los chicos como una vía de escape para desconectar, pero tu hermana te ofreció la mano miles de veces para salir de todo aquello, a pesar de que a tu padre le decías que era ella quien se acostaba con ellos. Te perdonó, por si necesitas que te lo recuerden —añadió en un bufido.


—¿Per...? ¿Perdón?


¿Utilizar a los chicos como una vía para desconectar? ¿Salir de todo aquello? ¿Perdonarme? Pero ¡¿qué le ha contado Melisa?!


—No soy nadie para juzgarte —se disculpó Ariel, estirándose la chaqueta. Retrocedió un par de pasos—. Perdona mi rudeza. No me imaginé... —suspiró —. Solo quiero que sepas que tu hermana está dispuesta a empezar de cero y a olvidar tus fallos, más ahora que tienes el tumor —carraspeó, incómodo—. Quizás, es el momento para expiar tus faltas, Paula. Nunca es tarde. 


¿Empezar de cero? ¿Mis fallos? ¿Expiar mis faltas?


Paula ahogó un gemido de frustración, rencor y dolor. Comenzó a llorar, pero ya estaba tan acostumbrada que no sentía cómo se le mojaba la cara.


—Vete. Ahora mismo.


—Paula, no es buena tu actitud —suavizó el tono—. Melisa te quiere muchísimo y la estás rechazando otra vez. Es evidente que ella tenía razón... —resopló, indignado—. Utilizas a la gente en tu propio beneficio y, cuando no te interesan más, los echas de tu vida sin importarte sus sentimientos, como hiciste conmigo. Me utilizaste para huir de Pedro —su voz transmitió rencor—. Después, me tiraste a la basura y, luego, me llamaste durante tres días. Y, encima, ahora que estoy con tu hermana, te enfadas conmigo. Qué ciego he estado, Paula...


—¡Vete de aquí! —le gritó, sentándose—. ¡Pedro! ¡Pedro!


—Paula...


—¡Pedro! —chilló, tirándose del pelo, haciéndose un ovillo en el colchón.


Lo necesitaba. ¡¿Dónde estaba su marido?!


—¡Pedro!


Su cuerpo entero tembló sin control. Le costaba respirar. Se estrujó el camisón en el pecho, donde unas cadenas invisibles comprimían sus pulmones. Howard se asustó y corrió a buscar a alguien para que la ayudara.


—¡Paula! —exclamó Tammy, que entró enseguida—. ¡Que alguien avise a Bruno y a Pedro! Mírame, Rose... Mírame... Inhala aire... Rose...


—No... puedo... res... respirar...


De repente, todo se volvió borroso. Los gritos se desvanecieron en la lejanía, como si le hubieran colocado tapones en los oídos. Varias sombras la rodearon. Notó una presión en la garganta. 


Quiso vomitar, quiso moverse, pero, sencillamente, no podía... Sus extremidades no reaccionaban. ¡Nada reaccionaba!


Entonces, cuando creía que iba a morir asfixiada, sus brazos y sus piernas hormiguearon y empezó a enfocar con claridad.


—Hola, rubia —la saludó Pedro, sonriendo con gran alivio, sentado a su lado.


Ella respiró hondo. Él le acarició con ternura la cara hasta que Paula cerró los ojos, disfrutando de la serenidad que le proporcionaba su mano en su piel.


—La operación es mañana —le anunció su marido en voz muy baja—. Será una craneotomía. Estarás despierta parte de la operación. Un radiólogo hablará contigo mientras Bruno te quita el tumor. Ya sabes lo que implica...


Ella alzó los párpados de golpe. Las lágrimas se deslizaron por sus mejillas. Pedro la colocó en su regazo y la envolvió con su cálida anatomía.


Sí, sabía lo que implicaba.


Se quedó dormida sin darse cuenta.




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