lunes, 9 de diciembre de 2019
CAPITULO 128 (SEGUNDA HISTORIA)
La operación fue un éxito rotundo.
Cuatro horas después de que su mujer entrara en quirófano, Bruno salió al pasillo, quitándose el uniforme verde, el gorro y los guantes de operación, que tiró a un pequeño contenedor. A ese pasillo, solo accedía el personal autorizado del hospital. Pedro y Mauro no se movieron de allí hasta que vieron salir a su hermano pequeño. Los tres se abrazaron. Él, que había estado muerto de miedo, se deslizó hacia el suelo con la mayor liberación que había experimentado en su vida. Su cuerpo flotó, literalmente. Y rompió a reír, contagiando a Mauro y a Bruno.
Antes de cenar, tras estar en reanimación, subieron a Paula a su habitación en la planta de Neurocirugía. Estaba adormilada. Abría y cerraba los ojos con esfuerzo mientras recibía los saludos y los besos de la familia Chaves, la
familia Alfonso, Bonnie, Tammy, algunos compañeros de profesión e incluso pacientes que la adoraban, ya fueran niños o adultos.
Todos estaban emocionados, reían y lloraban de felicidad.
Sin embargo, Melisa se presentó en la estancia. Pedro la agarró del brazo y se la llevó al pasillo antes de que Paula se percatara de la nueva y amarga visita.
—Te quiero lejos de aquí —le ordenó él, soltándola con brusquedad.
—Pedro, yo... —comenzó su cuñada, entre lágrimas—. Sé que no me he portado bien, pero... —retorció las asas de su carísimo bolso de diseño—. Es mi hermana. Y con el tumor, pues... —desvió la mirada, sonrojada—. Solo quiero... Si le pasara algo, jamás me lo perdonaría...
Pedro enarcó una ceja y se cruzó de brazos; no se creía una sola palabra.
—Necesitarás una mentira más creíble para que te permita entrar, Melisa. Y te aseguro que no la hay porque eres una embustera, rastrera, malvada e interesada —la apuntó con el dedo índice—. No sé qué le has dicho a Howard porque Paula no me lo ha contado, pero sé que discutieron el otro día por tu culpa. A mí no me engañas.
—Ya no estamos juntos —se limpió el rostro—. También, discutimos él y yo —lo contempló un eterno momento—. Es mi hermana y quiero recuperarla. No me importa lo que tenga que hacer, pero vendré todos los días.
—No te servirá de nada. Paula no te quiere aquí, ni tu madre, ni tu hermano. Pierdes el tiempo, Melisa —se giró para regresar a la habitación.
—Soy paciente, Pedro —contestó con cierta dureza.
Él respiró hondo, entró en la habitación y la cerró en sus narices.
—¿Qué quería? —le preguntó Juana, en voz baja.
—Nada. Mentir, como siempre.
Después, las familias se marcharon. Pedro le pidió unos días libres a Jorge para cuidarla el tiempo que estuviera ingresada, una semana como mucho.
Mauro le llevó una maleta con ropa.
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