sábado, 21 de diciembre de 2019
CAPITULO 13 (TERCERA HISTORIA)
Pedro la analizó de la cabeza a los pies, frunciendo cada vez más el ceño en su examen hasta terminar por gruñir. Se agachó para coger el vestido. Con un movimiento de cabeza, le indicó a Paula que precediera la marcha. Ella
parpadeó y obedeció, aunque sus piernas se resintieron. Sin embargo, los nervios impidieron que cometiera el ridículo de caerse de nuevo.
Sacó las llaves de su bolso bandolera y abrió la puerta del edificio.
—Hola, querida —la saludó la señora Robins, descendiendo las escaleras.
—Hola, señora Robins.
—¿Quién es tu guapo acompañante? —sonrió hacia él, atusándose el blanquecino pelo corto, decorosa.
—Es un amigo. Discúlpenos, señora Robins —la rodeó y continuó hacia el ascensor.
—Soy Adela. Es un placer, muchacho —los siguió.
—Hola, Adela. Yo soy Pedro —respondió, sonriente y educado. Se colocó los paquetes en un brazo y le tendió una mano—. Encantado de conocerla.
La anciana se la estrechó, escrutándolo a conciencia como la entrometida que era. Paula se avergonzó, pero el elevador los interrumpió.
—Os acompaño y así os ayudo —insistió la señora Robins, metiéndose con ellos en el ascensor.
—No hace falta, nosotros...
—Ni hablar, cariño —se negó Adela, pulsando el botón correspondiente—. Sabes que me gusta conocer a los visitantes de mis inquilinos.
—Es que tenemos prisa, nosotros...
—¿Y cuál es tu apellido, muchacho? —la cortó adrede—. El caso es que me suena tu cara —apoyó una mano en su hombro.
Paula agachó la cabeza, entre enfadada y abochornada. La anciana no podía ser más cotilla, obstinada y pesada. Pedro carraspeó.
—Alfonso, Pedro Alfonso.
—¡Claro! —sonrió deslumbrante—. Tú eres el hermano pequeño de Manuel Alfonso. Menudo mujeriego estaba hecho, ¿eh? —se rio—. Me gusta mucho su esposa. Una mujer es lo que necesita un hombre para sentar la cabeza, ¿verdad que sí?
—Cierto, Adela —contestó él en un tono ronco.
Paula alzó la barbilla. Pedro procuraba fingir seriedad, pero las comisuras de su boca temblaban, y eso le robó una sonrisa a ella.
Llegaron a la última planta.
—¿Y no tienes novia, muchacho?
—No. Las buenas están comprometidas. Me quedaré soltero de por vida, creo.
Paula se ruborizó al escucharlo. Entró en su apartamento.
—La veré luego, señora Robins —cerró lentamente.
—¡Adiós, muchacho! ¡Un placer! —le gritó a través de la puerta.
Paula resopló, deslizándose hacia el suelo por la pared.
—Perdona, Pedro, Adela es...
—¿Chismosa? —ladeó la cabeza, divertido—. No te preocupes —caminó decidido hacia el salón, envalentonando el corazón de ella.
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