martes, 10 de diciembre de 2019

CAPITULO 131 (SEGUNDA HISTORIA)




La rabia pudo con él. Cerró la puerta de su casa de un sonoro portazo.


Mauro, Zaira y Alexis se asustaron. Bruno estaba de guardia en el hospital.


—¿Le ha pasado algo a Paula? —quiso saber Zai, angustiada.


—Paula está bien. No es nada.


Se encerró en su cuarto. Se quitó el abrigo a manotazos. Se acercó a la cuna y observó a su hijo, despierto, que encogía y estiraba sus extremidades con nerviosismo. Pensó en sus primeros cuatro meses de vida... Gaston nació sin Pedro, sin conocer a su padre. Todavía dolía... demasiado.


—Mauro se acaba de llevar a Alexis —le contó Zaira, entrando sin llamar—. ¿Qué ha ocurrido para que estés así?


—Nada, peque —se sentó en la cama y se quitó la sudadera—. Voy a ducharme, necesito despejarme un poco. Paula se queda con su madre esta noche. Necesitan hablar —omitió el resto, incluyendo lo mal que se sentía en ese momento.


—¿Por qué no duermes hoy tranquilo? —cogió al bebé en brazos—. Cuidaré de Gaston esta noche. Han pasado demasiadas cosas en poco tiempo y, a partir de mañana, Paula te necesitará más que nunca —sonrió—. Descansa
hoy, Pedro. Gaston dormirá con Caro. No te preocupes.


Pedro asintió lentamente.


—Gracias, peque.


Zai se marchó y él se duchó. Estuvo un buen rato bajo el chorro del agua caliente. Después, se secó sin prisas y se colocó el pantalón del pijama.


El apartamento estaba a oscuras y en silencio cuando se encaminó hacia la cocina. Abrió la nevera. No tenía hambre. Sacó un tercio de cerveza. Frunció el ceño. Guardó de nuevo la bebida y buscó algo mucho más fuerte: whisky.


Dudó, pero al fin abrió la botella y bebió a morro. 


Se sentó en uno de los taburetes de la barra americana.


Su mente rememoró las palabras hirientes, pero certeras, de Howard... Su mente rememoró lo acontecido hacía ya más de un año... Su mente rememoró el día que conoció a Gaston... Su mente rememoró el momento exacto en que se enteró de que era padre... Su mente remomoró demasiados recuerdos dolorosos.


Ariel tenía razón: no se merecía a Paula...


Y, sin darse cuenta, se tomó más de la mitad de la botella, con el estómago vacío. 


Tambaleándose, se levantó para acostarse en la cama. Cuando traspasó la entrada, con mucha dificultad debido al alcohol ingerido, escuchó un golpe proveniente de la puerta principal. Arrugó la frente, extrañado, y abrió.


—Joder... —pronunció, arrastrando las letras. Se apoyó en la madera, intentando mantener los ojos abiertos—. ¿Qué cojones haces tú aquí?


Melisa arqueó las cejas y repasó su aspecto con evidente desdén.


—Le pedí a Eli que me dejara conocer a mi sobrino.


—¿Te presentas a esta hora para conocer a tu sobrino? ¡Tú te crees que soy gilipollas! —gritó, lanzando la botella por los aires, que se estrelló contra la barra de la cocina.


—¿Pedro? —lo llamó Mauro desde el pasillo—. Joder, vaya borrachera llevas... —avanzó hasta que pudo sujetarlo por el brazo y arrastrarlo al interior.


—¡Déjame, joder! —se quejó, procurando soltarse, pero estaba demasiado torpe por culpa del whisky.


Su hermano lo ignoró y lo llevó a la cama. Pedro abrazó la almohada de Paula, que tan bien olía a mandarina, y bajó los párpados, sonriendo.


Sin embargo, ese dulce aroma se mezcló con una fragancia empalagosa, una horrible colonia que solo pertenecía a una persona...





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