martes, 10 de diciembre de 2019
CAPITULO 132 (SEGUNDA HISTORIA)
Seis semanas después
—Estás perfecta, Paula —anunció Bruno en su despacho—. Te doy el alta, preciosa, aunque tendrás que realizarte controles cada seis meses, por prevención, no te asustes.
—¡Qué bien! —exclamó ella, abrazándolo—. ¿Puedo hacer mi vida normal?
—Puedes —le guiñó un ojo—. ¿Has tenido más dolores de cabeza?
—No más dolores —sonrió—. Y vuelvo a la píldora, desde hoy, que ayer fui a ver a mi ginecólogo y me dijo que, en cuanto me dieras el alta, empezara a tomármela.
—¿Y Pedro? —quiso saber él—. Me extraña no verlo aquí.
—Está con Gaston en la consulta de Mauro.
—¿Le pasa algo? —soltó la carpeta en el escritorio y apoyó las caderas en un lateral de la mesa.
—Está muy inquieto por los dientes —hizo un ademán restando importancia —. Oye, ¿y cuándo puedo empezar a trabajar?
—¿Quieres empezar ya? Quizás, deberías descansar. Han sido semanas muy intensas.
—Mucho.
—Habla con Pedro y discutidlo juntos. Mi opinión de médico y de amigo — posó una mano a la altura del corazón, fingiendo dramatismo— es que, de momento, no pienses en trabajar. Dedícate a tu familia y a ti misma. Has pasado por un tumor cerebral —adoptó una actitud seria—. Creo que son demasiadas cosas como para tenerlas en cuenta, ¿no te parece?
—Me gusta mucho trabajar —se encogió de hombros—, pero supongo que tienes razón. Me voy, Bruno —cogió el bolso de la silla y lo besó en la mejilla—. Por cierto, ¿y Nicole?
—Anoche tuvo otro ataque —confesó, con el semblante cruzado por el miedo. Se incorporó despacio—. Anoche creí que la perdía... —tragó saliva —. Está intubada.
Paula le apretó las manos para animarlo.
—Esta mañana, su padre ha hablado conmigo —prosiguió Bruno, fijando la mirada en el suelo—. Se están planteando cambiarla de hospital, al Kindred.
—Allí trabajé yo.
Los pacientes que ingresaban en el Kindred o requerían una recuperación larga o eran terminales.
—Son demasiados ataques en los últimos tres meses, Paula —se le quebró la voz—. Dicen que me darán una decisión al final de la semana.
—Pero si la llevan al Kindred, eso significa que...
—Se muere —se le enrojecieron los ojos—. No hay nada que se pueda hacer. Están hartos de esperar. Están hartos de ver cómo pasan los días y en vez de despertar, sufre un nuevo
ataque cardiorrespiratorio.
—¿Y tú, Bruno?, ¿qué quieres tú? —le preguntó con suavidad, frotándose los brazos ante el escalofrío que sintió por la noticia.
—Quiero cuidarla... —confesó en un susurro áspero. Tragó—. Como médico, no me rendiré jamás, pero debo respetar la palabra de su familia, me guste o no. Si así lo deciden, yo mismo organizaré el traslado y me ocuparé de todo; pero, como persona normal, aparcando a un lado mi profesión —se revolvió los cabellos—, me sucede lo mismo. Nunca me rendiría. Esa familia no se merece lo que está pasando, y mucho menos perder a sus dos hijas —se restregó la cara.
—¿Puedo verla?
—Claro —sonrió sin humor—. Está su madre con ella.
Paula dejó el bolso y la chaqueta en la silla, se ajustó el pañuelo que le cubría la cabeza, cuyos extremos caían por su hombro izquierdo, y se dirigió a la habitación de Nicole Hunter. Golpeó la puerta con los nudillos.
—Adelante —dijo una voz femenina.
—Buenos días —saludó ella con una sonrisa tímida, al entrar—. ¿Puedo?
—Por supuesto —concedió una mujer de cincuenta y pocos años, levantándose del sillón—. Soy Carla Hunter. No nos conocemos en persona — extendió una mano.
Carla Hunter era tan guapa como su hija. Era bajita y menuda y tenía unos ojos verdes impresionantes, profundos, grandes y muy expresivos, además de una brillante melena castaña oscura que alcanzaba sus axilas y unos cabellos alisados con cierto volumen en las puntas; no estaba maquillada y guardaba un clínex en la otra mano, además de que su mirada estaba ligeramente apagada y vidriosa, pero, aun así, era muy bonita.
—Encantada, señora Hunter —se la estrechó—. Soy...
—Paula Alfonso—sonrió—. Eres la cuñada del doctor Bruno. He oído hablar mucho de ti —le señaló el pañuelo de forma discreta—. Espero que te encuentres mejor.
—Sí. Me acaban de dar el alta completa. Ahora, solo queda esperar a que me crezca el pelo, que lo estoy deseando —enroscó un extremo de la seda entre las manos.
Ambas se rieron con suavidad.
—El doctor Bruno también me ha dicho que eres enfermera de esta planta y que has cuidado de mi hija hasta que cogiste la baja.
—Así es —asintió—. De momento, voy a esperar un tiempo para incorporarme —sonrió con amabilidad—. Venía a ver a Nicole —su rostro se crispó por la dura realidad—. Me ha comentado Bruno que quieren ingresarla en el Kindred. Yo trabajé allí antes de venir al General, por si necesitan referencias.
Carla observó a Nicole, estrujando el pañuelo.
—No queremos separarla del doctor Bruno. Es un gran muchacho —sonrió con tristeza—. Pero no podemos... —se detuvo, presa de la congoja—. Es demasiado duro...
Paula la abrazó el tiempo que necesitó la mujer para desahogarse.
—El Kindred es un gran hospital, señora Hunter —la tomó de las manos—, pero yo la dejaría al cuidado de Bruno, si me permite mi opinión. No sé cómo se deben sentir, pero Bruno es el mejor neurocirujano de Estados Unidos, no encontrarán a nadie que la cuide mejor. Esperen un poco más. No se precipiten.
Carla asintió, tapándose la boca con el pañuelo.
Sonrió con tristeza. Y era una sonrisa maravillosa. ¿Sería así su hija?, se preguntó.
—Vaya a por un café y descanse —le aconsejó ella—. Me quedaré aquí hasta que vuelva.
La mujer le acarició el rostro a su hija y se marchó. Paula se agarró con una mano a los barrotes que flanqueaban la mitad superior de la cama y con la otra rozó la de Nicole. En ese momento, entró Bruno.
—Hola, otra vez, a las dos.
Como era costumbre, las constantes vitales de la paciente se aceleraron al escuchar la voz del jefe de Neurocirugía.
Y ocurrió algo más...
—Dios mío... —pronunció Paula en un hilo de voz al notar cómo Nicole movía la mano—. Bruno... Bruno... ¡Bruno!
Y, de repente, la paciente comenzó a ahogarse. Se convulsionó, pero no lo hizo con los ojos cerrados... ¡los tenía abiertos!
—¡Joder! —profirió Bruno, corriendo para colocarse detrás del cabecero de la cama.
Ella intentó sujetar a Nicole, que levantaba los brazos sin dejar de toser y con la mirada aterrada.
—Tranquilízate, Nicole —le pidió Paula, que era incapaz de sostenerla con fuerza.
—Nicole, escúchame —le susurró él—. Coge aire cuando yo te diga.
La paciente arqueó el cuello en su busca. Bruno sonrió, embelesado por un momento.
—¡Bruno! —lo llamó Paula, despertándolo del trance.
—A la de tres, Nicole —frunció el ceño—. Una... dos... tres... Ya.
Nicole obedeció y Bruno le retiró el tubo de la garganta con suavidad y a una rapidez asombrosa. La paciente tosió más fuerte, aferrándose a los brazos de Paula.
—Respira hondo —le dijo ella—. Mírame y respira hondo conmigo, Nicole. Así... —inhaló varias bocanadas profundas de aire para que Nicole la imitara, hasta que se calmó—. ¿Mejor? —sonrió con dulzura.
La paciente asintió, recostó la cabeza en la almohada y aflojó el agarre.
—¿Dónde... es... estoy? —articuló Nicole entre suspiros roncos, contemplando el espacio con sus impresionantes ojos verdes. Paula fue a soltarla—. No te... vayas... por... favor... —la apretó, temerosa.
Ella sonrió de nuevo, pensando en que parecía una muñeca de porcelana, tan frágil.
—No me iré a ningún lado —miró a su cuñado, que se había quedado paralizado—. ¡Bruno!
Él reaccionó, parpadeando, y se acercó para estar en el campo de visión de Nicole Hunter.
—Tú eres... el... doctor de mi... hermana... Alfonso... Bruno Alfonso...
Bruno retrocedió, asustado.
—Ni se te ocurra, Bruno —lo previno Paula, arrugando la frente—. Comprueba sus constantes vitales. Venga.
Él acató el mandato, autómata. Mientras, ella, que reprimía la risa con gran dificultad al ver a Bruno así, analizó cada paso que daba este por si los nervios le traicionaban.
Unos minutos después, Carla entró en la estancia.
—¡Dios mío! —gritó la mujer, que se lanzó a su hija, llorando de felicidad.
Paula y Bruno se marcharon para permitirles la intimidad que requerían.
—Joder... —emitió su cuñado en un hilo de voz, apoyándose en la pared—. Joder... Joder... —repitió una y otra vez, sin dar crédito.
Ella soltó una carcajada y se colgó de su cuello. Bruno la abrazó con fuerza, alzándola en el aire, contagiéndose de la risa.
—¿Interrumpo algo? —preguntó una voz
masculina muy familiar.
Los dos pararon y se giraron hacia Pedro, que sostenía al niño en brazos, aferrado a su hombro y que sonrió al ver a su mamá.
—¡Nicole se acaba de despertar! —anunció Paula, besando a su marido y a su hijo con efusividad.
Él asintió, serio, como las últimas seis semanas...
—Me alegro mucho, Bruno.
—Gracias, Pedro —asintió Bruno—. Ahora os dejo —besó a ella y a Gaston en la mejilla y se encerró en su despacho, dichoso y alegre.
—Espérame aquí, que cojo el bolso —le pidió a Pedro. Regresó a los pocos segundos, colocándose la chaqueta forrada en el interior—. Ya tengo el alta.
—Eso es una gran noticia, Paula —sonrió con tristeza.
Sí, tristeza...
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