viernes, 13 de diciembre de 2019

CAPITULO 143 (SEGUNDA HISTORIA)




Pedro se sentó, con ella en el regazo, y la meció sobre su pecho con la ternura que esa niña con cuerpo de mujer le inspiraba. Lentamente, le deshizo el nudo del pañuelo.


—¡No! —se asustó Paula, agarrando los extremos de la seda, pálida.


Él se obligó a sonreír, fingiendo alegría.


—Para mí un no es un sí —se lo quitó de un tirón.


Ella se tapó enseguida, procurando levantarse. 


Sin embargo, Pedro la agarró de las muñecas y la tumbó, colocándose entre sus piernas. 


Mantuvo sus manos por encima de su cabeza, donde se atisbaba pelo rubio blanquecino, tan corto como el suyo. Amplió la sonrisa, ahora de verdad, extasiado por su belleza.


—Tenemos el mismo corte los tres: Gaston, tú y yo —se inclinó y le acarició la nariz con la suya—. Cuando estés a solas conmigo, no quiero ver ningún pañuelo en tu cabeza. Y, en cuanto Gaston se duerma esta noche, tú y yo tenemos una cita pendiente en la ducha. Por cierto —frunció el ceño y bajó una mano a sus costillas—, has adelgazado —chasqueó la lengua—. Te quiero como antes, así que ya puedes ir ahora mismo a la cocina y preparar una de esas especialidades italianas que preparas y poner un buen plato para ti y para mí —se puso en pie y la arrastró consigo.


Paula se le adelantó antes de abrir la puerta del dormitorio. Se mordía el labio y se tiraba de la oreja izquierda con la mano, queriendo decirle algo, pero sin atreverse. Tanto tiempo sin verla hacer eso... Los veintiocho días parecían haber sido veintiocho siglos...


—Por fin... —susurró él, ronco, y la tomó por la nuca para besarla.


—Espera —lo empujó.


Pero Pedro se apoderó de su boca, rodeándole las caderas al instante.


—¡Pedro! —lo empujó de nuevo.


—Ahora no puedo hacer otra cosa que besarte... No me rechaces otra vez, por favor...


Y la besó.


Se metieron en el vestidor, alejados del niño, que se había dormido ya. Se desnudaron con premura y desmaña, mientras se devoraban. 


Estaba hambriento de ella, jamás se saciaría... 


Fue la segunda vez que hacían el amor en apenas unas pocas horas y resultó igual de extraordinaria, sublime, intensa y desesperada que la anterior...


Unos minutos más tarde, con las piernas entrelazadas y la cara de Paula en sus pectorales, trazándole él formas geométricas en la espalda, besándole la cabeza de manera distraída y natural, ella le preguntó el paso a seguir, ahora que sabían la verdad, aunque no tuvieran pruebas.


—¿Crees que Ariel sabe todo esto? —quiso saber Paula.


—Es extraño que a mí Howard me amenace y a ti te diga que hables conmigo, que soy inocente, que lo solucionemos —flexionó el brazo libre
detrás de la nuca—. A lo mejor, es así contigo porque en el fondo no quiere que recurras a él cuando tengas problemas conmigo. Las dos veces, lo has hecho por mí y, las dos veces, Howard te ha abierto las puertas de su vida sin cuestionarte.


—Y las dos veces, me alentó para hablar contigo, porque también lo hizo en Europa.


—Entonces, quizás sea por orgullo. A nadie le gusta que lo utilicen como segundo plato. Y no me soporta porque está enamorado de ti, pero tú lo estás de mí.


—¡Yo no lo he utilizado como segundo plato! —le pellizcó el costado.


—¡Ay! —exclamó él, entre risas por las cosquillas—. Pero Howard puede sentirse así, porque no correspondes sus sentimientos, pero cuando estás triste o enfadada recurres a él. ¿No te dijo que tú lo habías usado y tirado a la basura? No te estoy tachando de nada —aclaró, al atisbar cierta rigidez en ella —. Te conozco y sé que lo quieres como a un gran amigo, pero deberías empezar a replantearte tu relación con él. Si fuera yo quien hubiera vivido contigo diez meses en otro continente, solos los dos, queriéndote, pero tú a mí, no, te aseguro que me sentiría como una puta mierda.


Paula se limpió las lágrimas que había derramado al escucharlo.


—Nunca lo toqué, casi nunca lo abracé, nunca le besé la mejilla siquiera, nunca... Solo hablaba de ti, Pedro. Y fui sincera desde el principio.


Permanecieron unos segundos callados.


Pedro —Paula apoyó la barbilla en su pecho, observándolo con atención —, el único modo de averiguar lo de Melisa es hablar con su ginecólogo. ¿Es el doctor Rice?


—Eso es lo gracioso —sonrió sin humor—. Le propuse que acudiera al doctor Rice para que llevara su embarazo, pero se negó. La semana pasada, se marchó a Nueva York a una supuesta revisión con su ginecólogo particular. Estuvo dos días allí y regresó con una nueva ecografía.


—Seguramente, mi madre sepa qué ginecólogo es. Tenemos que hablar con ella, con todos, y contarles esto, Pedro. Necesitamos la máxima ayuda posible —se levantó y procedió a vestirse—. Cualquier idea será bien recibida, ¡lo que sea!


Él, cautivado, admiró su voluptuoso cuerpo desnudo, sus pecaminosos senos, su trasero... 


Se arrodilló y besó su ombligo, rozando la piel de detrás de sus gloriosos muslos con las manos. Había adelgazado, pero seguía siendo su fascinante mujer con curvas.


—Eres perfecta, joder.


Pedro, por favor... —se quejó, aunque sin convicción porque sus mejillas se acaloraron a una velocidad supersónica.


—No me sacio de ti, rubia... —susurró, ronco—. Te necesito otra vez...


Paula se rio y, con esfuerzo, se alejó de su agarre.


—Vístete, que tenemos mucho que hacer.


Pedro obedeció a regañadientes.





No hay comentarios:

Publicar un comentario